Borís Klimenko Kiev, 25 abr (EFE).- El lugar más inhóspito de la Tierra, la zona de exclusión que rodea la accidentada central nuclear de Chernóbil, ha abierto sus puertas a los turistas, que ahora pueden ver con sus propios ojos un paisaje apocalíptico.
"Todos los interesados son bienvenidos a visitar la zona de Chernóbil. Queremos mostrar al mundo que Ucrania ya no es una amenaza nuclear", asegura Oxana Nor, directora de la agencia estatal Interinform, que organiza los viajes al corazón de la tragedia.
Los ucranianos quieren aprovechar el interés por todo lo nuclear que ha despertado tanto el 25 aniversario de la mayor catástrofe de la historia del átomo ocurrida en Chernóbil el 26 de abril de 1986 como la reciente avería en la planta japonesa de Fukushima.
"Muchos extranjeros ya han mostrado un gran interés en viajar a Chernóbil. Debemos satisfacer la demanda", añadió Nor, quien insiste en que una estancia de varias horas en la zona es "absolutamente inofensiva para la salud".
No obstante, antes de obtener el permiso para viajar a la zona, los visitantes deben firmar un contrato por el que la administración se exime de toda responsabilidad por cualquier perjuicio a la salud del visitante.
Además, los menores de edad, al igual que las mujeres embarazadas y en período lactante tienen expresamente prohibido viajar a Chernóbil, planta que fue clausurada en 2000, pero que aún alberga combustible nuclear.
El turista, al que se entrega un traje especial contra la radiación si así lo desea, puede viajar en grupo, previo pago de 100 dólares, o en solitario acompañado de un guía, lo que le costará unos 500 dólares.
La estancia en la zona no supera las 6 horas, período durante el que no se puede fumar, salirse del itinerario oficial, beber alcohol, encender una hoguera y, por supuesto, tocar o llevarse ningún objeto, sean trozos de chatarra, plantas o simples pedruscos.
"En las rutas que hemos elegido las dosis de radiación son mínimas. Esas sendas son seguras", explica Piotr Valianski, director del departamento de sanidad del Ministerio de Situaciones de Emergencia de Ucrania.
Durante la visita, el turista puede utilizar un contador Geiger, que, en las zonas supuestamente desactivadas de Chernóbil, muestra unos niveles de radiactividad varias veces superiores a la norma.
Los ecologistas y antiguos "likvidátor" (liquidadores) se oponen al turismo, al considerar que la amenaza radiactiva está muy presente, pero los expertos consideran que una estancia de varias horas en la zona es como hacerse una radiografía.
Las autoridades niegan que hayan abierto Chernóbil al turismo masivo, ya que el objetivo es concienciar a los visitantes sobre las graves consecuencias para el hombre y la naturaleza de la irresponsabilidad en el uso de la energía atómica.
Sólo hay un tour a la semana con grupos de no más de 17 personas, viaje que incluye el trayecto en autobús, un almuerzo en la cafetería de la planta, donde trabajan cientos de personas para garantizar su seguridad, y una visita guiada.
"Este es un territorio que seguirá siendo radiactivo durante largo tiempo. Nadie ha modificado las leyes de la física. Algunos elementos radiactivos no desaparecerán ni en mil años", apunta Marina Poliákova, una de las organizadoras de las visitas.
Por ello, añade, los viajes a Chernóbil "no son visitas turísticas. Turismo es descanso, diversión y alegría. En la zona de Chernóbil no hay nada de eso. Aquí no hay turismo. Se trata de viajes para conocer la zona de exclusión de Chernóbil. ¿Entiende la diferencia?".
Con todo, el tirón de Chernóbil se ha disparado desde que a principios de marzo se averiara la planta de Fukushima y, según la prensa local, se espera que decenas de miles de personas visiten la zona cuando Ucrania acoja la Eurocopa de fútbol en junio de 2012.
Un portavoz de Interinform comenta que muchos extranjeros sienten una irrefrenable curiosidad por ver lo que ha quedado de la localidad de Prípiat, que se encuentra a unos 4 kilómetros de la accidenta planta y es popularmente conocida como "ciudad fantasma".
En Prípiat los turistas pueden entrar en el edificio desconchado de la escuela, en el que aún permanecen sobre los pupitres las libretas y lapiceros de los estudiantes, y admirar la oxidada montaña rusa, que debía ser inaugurada un semana después de la tragedia.
El asombro de los turistas se transforma en inquietud cuando son conducidos hasta la verja que impide el acceso al recinto que acoge el legendario sarcófago construido en apenas seis meses para cubrir el averiado cuarto reactor.
También viajan a la zona muchos científicos y médicos, quienes están interesados en estudiar el impacto de la radiación en la vida animal y vegetal de los bosques, ríos, lagos y aldeas desperdigadas por la zona. EFE bk-io/bsi/ih