domingo, 14 de junio de 2009

Fraude electoral o patinazo de la prensa

¿Ha habido fraude en las elecciones iraníes? No es fácil saberlo sin una acusación más concreta. La ley electoral presenta algunos agujeros que podrían facilitar un fraude, cierto, pero también tiene mecanismos de control que hacen difícil que este sea masivo. Por ejemplo, los interventores de los partidos han estado presentes en todo el proceso. Esto no descarta la manipulación en algunos colegios, incluso en distritos enteros, pero la diferencia de votos es en este caso tan grande que una falsificación difícilmente pasaría desapercibida. A falta de más datos, pues, no hay más remedio que tomar esa acusación con cautela.

Por otra parte, los resultados no son tan sorprendentes para quien siga la política iraní. Durante su presidencia, Mahmud Ahmadineyad llegó a hacerse muy impopular entre los ayatolás, pero para el pueblo nunca ha perdido su carisma.

Si al final los ayatolás han acabado dándole su apoyo otra vez ha sido precisamente por su enorme tirón entre los pobres, los campesinos y los ex combatientes, para los que Ahmadineyad es un héroe, uno de los suyos.

Lamentablemente, muchos periodistas han caído en el error de confundir sus propias preferencias (y las de sus contactos locales en Teherán) con las de todo el país. Han olvidado que los rasgos que hacen a Ahmadineyad antipático en Occidente (su estricta observancia religiosa, su antiamericanismo) son los que lo reivindican a ojos de muchos iraníes.

Relación con Rafsanyani

Frente a él, Musavi aparecía como una figura gris y distante, demasiado reformista para la mayoría y demasiado poco para los verdaderos reformistas. Su relación con el ayatolá Rafsanyani, el símbolo de la corrupción, le ha perjudicado, como también su torpe intervención en los debates televisados, en los que Ahmadineyad barrió a todos sus contrincantes con su retórica populista. Pero la prensa prefirió no verlo, y se dejó llevar por el entusiasmo cuando Musavi reunió a cien mil seguidores en Teherán el lunes pasado. Pocos repararon en que unas horas antes Ahmadineyad había juntado a seiscientos mil.

La cuestión se reduce ahora a cuánto tiempo logrará la oposición mantener la tensión en las calles. Quizá no mucho. Irán no es Ucrania ni Georgia, donde la movilización tras acusaciones de fraude electoral ha hecho caer Gobiernos. Lo que sí puede lograr la oposición es consolidarse como un referente, lo que hasta ahora no era. Pero incluso eso es dudoso.