lunes, 20 de septiembre de 2010

Emotiva celebración de los ucranianos en la Región

Se cumplió el 86º aniversario de la cultura prosvita en el país y presentaron a la Reina de la colectividad: Milagros Domínguez Polischuk

La colectividad ucraniana en la Región celebró este fin de semana el 86º aniversario de la cultura prosvita en Argentina, y los 80 años de la creación de la sede en Berisso. En este marco presentaron a la Reina de la colectividad, Milagros Domínguez Polischuk, que los representará en la 33ra. Fiesta Provincial del Inmigrante.

La coronación de la Reina de la colectividad se llevó a cabo en el marco de una cena con comidas típicas que tuvo lugar en la sede de Montevideo al 1088.

Junto a la Milagros, de 20 años, se presentó también a la Reina infantil de la colectividad ucraniana, María Emilia Hermanovich, de 9 años.

La de Berisso es la primera filial de la colectividad ucraniana en el país, según se informó ayer.

En la fiesta hubo más de 140 personas, y durante la misma hubo discursos alusivos de las autoridades de la entidad, y los ballets infantil y juvenil, presentando las danzas típicas.

Entre los discursos estuvo el que llevó a cabo el presidente de la colectividad, Eugenio Twerdyj, quien se refirió a la importancia de los inmigrantes en la Región, entre otros temas.

NACIONAL

A nivel nacional funciona en el país la Asociación Ucrania de Cultura Prosvita en la República Argentina, una institución que tiene por objeto la difusión del acervo cultural y nacional del milenario pueblo ucranio y fue concebida a partir de los postulados fundacionales de su homónima creada en Ucrania. "Estos postulados fueron trasladados a estas tierras por nuestros mayores que por distintas motivaciones y en diversas circunstancias decidieron dejar su Madre Patria, sus territorios étnicos nativos conocidos primero como la Rus de Kyiv, y más tarde y definitivamente, como Ucrania", se explica en la entidad.

Europa y las potencias en ascenso

KIEV – El centro de gravedad del mundo está dirigiéndose hacia el Este tan rápido, que nosotros, los europeos, casi sentimos el suelo moverse bajo nuestros pies. Como casi todos los protagonistas en el escenario internacional están reformulando sus papeles ante ese cambio tectónico, Europa debe hacer lo mismo. Por eso, está bien que el Consejo de Ministros de la Unión Europea (UE) se reúna para abordar ese imperativo.

Sin embargo, durante decenios los europeos han estado más centrados en la unificación y en las disposiciones constitucionales que en la diplomacia tradicional. Desde luego, las rivalidades históricas de Europa han desaparecido civilizadamente gracias a un modelo político que los diplomáticos europeos ven con frecuencia aplicable en todo el escenario internacional.

Desde luego, el consenso, la transacción y la soberanía en común son las únicas formas de resolver muchos de los grandes problemas –el cambio climático, la proliferación nuclear– que afectan a nuestro mundo, pero sobre las grandes cuestiones de la guerra, la paz y el equilibrio de poder, Europa parece atrapada entre una política exterior insuficientemente cohesionada y la incertidumbre entre los países por separado sobre cómo determinar y asegurar sus intereses nacionales.

En cambio, las potencias en ascenso del mundo –Brasil, China, India y Rusia– insisten no sólo en la primacía de sus intereses nacionales, sino también, como demostraron las fracasadas negociaciones sobre el clima celebradas el pasado mes de diciembre en Copenhague, en la libertad de acción soberana. Para ellas, la geopolítica no es anatema; es la base de todas sus acciones exteriores. Sus públicos siguen unidos en pro de la defensa del interés nacional; el ejercicio del poder sigue siendo el núcleo de sus cálculos diplomáticos.

Ante esa nueva y antigua realidad, Europa no debe limitarse a hacer oír su voz sobre las cuestiones mundiales de los desequilibrios comerciales y fiscales, pese a que son importantes, sino que debe reconocer cuáles de sus activos estratégicos importan a las potencias en ascenso del mundo y aprovecharlos para conseguir influencia.

Lamentablemente, uno de los activos estratégicos fundamentales de Europa –los países europeos, en particular Ucrania, que se encuentran a caballo de los grandes corredores de la energía, que cada vez transmitirán más recursos fósiles de Oriente Medio y del Asia central al mundo– es probablemente el más desatendido. De hecho, desde la guerra entre Rusia y Georgia de 2008, Europa más que nada ha apartado los ojos de los acontecimientos de esa región.

Dicha desatención es a un tiempo injustificada y peligrosa. Los países que se encuentran entre la Unión Europea y Rusia no sólo son un motivo de competencia geopolítica entre estas últimas, sino que, además, ahora coinciden con los intereses nacionales de las potencias en ascenso del mundo, en particular China.

La guerra entre Rusia y Georgia mostró hasta qué punto esa región importa al resto del mundo. A raíz de ella, China inició una campaña de apoyo a la independencia de los países que habían formado parte de la Unión Soviética ofreciéndoles enormes planes de ayuda. Desde Belarús hasta Kazjstán se han beneficiado de la ayuda financiera china.

A China le interesa esa región no sólo porque desea mantener los acuerdos posteriores a la Guerra Fría en toda Eurasia, sino también porque reconoce que por ella pasarán las rutas de tránsito de gran parte de la riqueza energética de Iraq, de Irán y de Asia central. De hecho, China ha estado vertiendo miles de millones de dólares en el desarrollo de los yacimientos de petróleo y de gas de Iraq y de Irán. Como es probable que las cuestiones de seguridad impidan el transporte de la mayor parte de dicha energía hacia el Este para atender las necesidades interiores de China, las empresas energéticas chinas tendrán que pasar a ser copartícipes en los mercados energéticos internacionales, lo que significa transportar el petróleo y el gas extraído por China en Iraq y en Irán hacia el Oeste para venderlo.

Pero dos países esenciales para ese comercio –Turquía y Ucrania– se están alejando cada vez más de la UE. En el caso de Turquía, las tensiones reflejan la falta de avances sobre su solicitud de adhesión a la UE.

El de Ucrania es otro asunto. Antes de que Viktor Yanukovich se abriera paso prepotentemente hasta la presidencia de Ucrania a comienzos de este año, ese país estaba adquiriendo una orientación enfáticamente europea. Ahora, Yanukovich parece decidido –por el motivo más estrecho de miras posible– a debilitar a Ucrania fatalmente como país de tránsito de la energía. De hecho, su última maniobra es la de vender los gasoductos de tránsito de Ucrania a la empresa Gazprom de Rusia a cambio de una reducción del precio del gas.

Esa idea es económica y estratégicamente absurda. Las industrias de Ucrania deben modernizarse, no volverse más adictas a un gas barato y, además, el tránsito del gas llegará a ser casi tan monopolístico como su suministro: perspectiva sombría, dadas las interrupciones de los suministros de gas entre Rusia y Europa.

Además, la política de Ucrania se está fragmentando. Está en marcha una caza de brujas contra los políticos de la oposición. Periodistas luchadores desparecen sin dejar rastro. El mayor dueño de medios de comunicación del país, que resulta ser el jefe de la seguridad estatal, extiende su imperio de medios haciendo un uso indebido de los tribunales. El sistemático desmantelamiento de las instituciones democráticas de Ucrania por parte de Yanukovich está perjudicando las posibilidades del país como activo estratégico de Europa.

Naturalmente, corresponde a los ucranianos defender su democracia, pero también Europa tiene culpa, porque la UE carece de una gran estrategia para con el Este. La concepción moral y estratégica del decenio de 1990, cuya culminación fue el big bang de la ampliación al Este, se ha agotado. Hoy día, abundan rumores en Europa en el sentido de que la “neofinlandización” podría ser una transacción razonable para países como Ucrania y Georgia.

Sin embargo, la recuperación de las relaciones de la UE con Ucrania y los demás países al este de la Unión contribuiría también a modelar las relaciones con Rusia, que actualmente afronta una serie de imperativos estratégicos: las relaciones con las repúblicas de la extinta URSS; la proximidad de una China dinámica; el desprotegido vacío de Siberia, el futuro de los recursos energéticos del Asia central, en torno a los cuales se está reanudando la “gran partida” del Siglo XIX entre Rusia, China, la India y los Estados Unidos. La UE puede desempeñar un papel constructivo mediante un diálogo permanente que tenga en cuenta las preocupaciones de Rusia sin asentir a todas las actitudes de este país al respecto.

En la actualidad, el arte de la diplomacia consiste en plasmar el poder en consenso, lo que requiere unas mejores relaciones con todas las potencias en ascenso del mundo, pero también entraña, por encima de todo, una concepción unificada no sólo sobre los imperativos que afectan a todos los países –proliferación de armamentos, terrorismo, epidemias y cambio climático, por ejemplo–, sino también sobre los activos estratégicos propios. A fin de formular una política lograda para con las potencias en ascenso del mundo, la UE debe hablar con un lenguaje estratégico que éstas entiendan.