lunes, 11 de julio de 2011

Incendio deja 16 muertos en asilo de ancianos en Ucrania

Varios bomberos efectúan sus labores entre los restos humeantes de un asilo de ancianos al que destruyó un incendio en la aldea de Bile, región de Rovno, 300 kilómetros (180 millas) al este de la capital de Ucrania, Kiev, el domingo 10 de julio de 2011. El siniestro dejó 16 muertos y 11 heridos, según las autoridades.   Foto: Ministerio para Situaciones de Emergencia / AP

Varios bomberos efectúan sus labores entre los restos humeantes de un asilo de ancianos al que destruyó un incendio en la aldea de Bile, región de Rovno, 300 kilómetros (180 millas) al este de la capital de Ucrania, Kiev, el domingo 10 de julio de 2011. El siniestro dejó 16 muertos y 11 heridos, según las autoridades.
10 de julio de 2011Foto: Ministerio para Situaciones de Emergencia / AP

Un incendio destruyó el domingo un asilo de ancianos en el oeste de Ucrania, donde dejó 16 personas muertas y 11 heridos, dijeron las autoridades.

Se desconocen las causas del desastre ocurrido en la aldea de Bile, región de Rovno, 300 kilómetros (180 millas) al oeste de la capital, Kiev, señaló el Ministerio de Emergencias.

Había 25 huéspedes y dos empleados cuando comenzó el fuego en los primeros minutos del domingo en el inmueble de concreto y madera, agregó. Los bomberos lo combatieron casi cinco horas hasta que lograron extinguirlo.

Todos los heridos sufrieron intoxicación con monóxido de carbono y tres están graves, señaló el ministerio.

La dependencia gubernamental difundió fotos en su página de internet en las que humo blanco envuelve el inmueble de un solo nivel mientras bomberos combaten las llamas con mangueras.

Un verano para cambiar de aires

Lo primero que hizo Marina al llegar desde su aldea de Ucrania fue irse a la piscina y, más tarde, comerse un bocadillo de jamón serrano, su favorito. Además de esto, a Marina le encanta salir a la calle con los patines o la bici, o ir a los columpios. «No le hace falta mucho para divertirse, bastante menos que a mis hijos», comenta Nerea Albisu, quien la acoge en su casa de Amara.
Marina Yurchenko es uno de los muchos niños de los alrededores de Chernobil (Ucrania) que llegan a Gipuzkoa cada verano con el objetivo de alejarse de la radiación, mejorar su salud y su alimentación y renovar sus defensas. Y, claro, divertirse. En el territorio hay más de 200 chavales pasando los dos meses acogidos por familias, que hacen posible este saludable cambio de aires gracias a organizaciones como Chernobilen Lagunak, Chernobileko Umeak o Asociación Chernobil Elkartea.
Fue a través de ésta última cómo Nerea y su marido Mikel acogieron a Marina por primera vez, hace ya cinco años. «Conocíamos mucho a Iván, otro niño ucraniano que siempre venía con Marisa Arizmendi y José Ignacio Zabala, miembros de la asociación. Nosotros también queríamos hacer algo, así que nos lanzamos», explica Nerea.
En este quinto verano, Marina ya tiene 11 años y está más que adaptada a su vida donostiarra: sabe cómo se funciona en su casa, y conoce sus tareas y obligaciones. El resto de hijos, Uxue y Lide (mellizas de 13 años) y Oihan (11 años), la consideran de la familia. «Los primeros días suelen ser muy bonitos», cuenta Nerea, «pero a la semana ya se 'normaliza' la cosa y empiezan los enfados. Pero son broncas normales, como entre hermanos. Ella es una hermana más, para lo bueno y para lo malo».
Además, Marina entiende perfectamente el castellano y el euskera, aunque éste último le cuesta más hablarlo. Sin embargo, Nerea recuerda que «el primer año fue un poco duro», tanto para ella como para la familia. «El idioma es un gran choque, pero se sale adelante, todos sabemos dibujar».
Primer verano con Olena
Con estos problemas están lidiando ahora Sylvia Hernández y Sergio Barbado, que acogen por primera vez en su casa de Errenteria a Olena Tegay, una niña de 6 años de la zona de Ivankiv, a 50 kilómetros de Chernobil. Ellos admiten que en el tiempo que llevan con la niña el idioma está siendo «una barrera bastante grande». «Además, Olena es muy sociable y no para de parlotear. Aunque no entendemos nada de lo que dice, conseguimos comunicarnos por señas», comenta Sylvia. «Eso sí, el 'agur' ya lo ha aprendido».
A Olena le llaman mucho la atención cosas que nosotros consideramos normales, y se queda mirando fíjamente al agua corriente o la lavadora. «La primera vez que fue a los columpios se quedó paralizada delante de ellos», recuerda Sergio. «Ahora no se baja de allí».
«Olena come de todo», aunque muestra una especial aversión a los lácteos. «En cuanto ve la leche, dice inmediatamente 'niat', girando la cabeza». Marina, por su parte, «come como tres niñas», dice Nerea. Lo que más le gusta es la fruta y, claro, el bocadillo de jamón serrano. «Las verduras y las legumbres le cuestan más, pero sabe que tiene que comerlas».
Los niños que vienen de los alrededores de Chernobil no tienen ninguna enfermedad desarrollada, pero viven en la zona de influencia de la radiación y sus condiciones de vida son peores, carecen de tantos recursos. «Cada dos meses que pasan fuera de la radiación se liberan de un 30-40% de ella», explica Rosa Sarasola, secretaria de Chernobilen Lagunak. «Al final del verano se les nota el cambio: el pelo se les vuelve más sano y brillante, les aumenta la masa muscular y se cansan menos. En definitiva, renuevan defensas para afrontar los duros inviernos de Ucrania». Aquí, según explica Rosa, se les inscribe en la Seguridad Social y se les lleva al pediatra o al dentista y se les realizan revisiones, ya que en sus lugares de origen no tienen acceso a tantos medios médicos.
Mejorar la salud
Nerea confiesa que es «muy satisfactorio» ver cómo Marina mejora cada año, y saber que indirectamente está ayudando a que una familia en Ucrania viva «un poquito mejor».
«Además, no me cuesta nada. Mi vida con 3 hijos o con 4 es igual, sería lo mismo viniera o no Marina».
Sylvia y Sergio, por su parte, se sienten contentos por sus dos hijos, Iván (9 años) y Maider (6 años), que durante el proceso de acogida ya comenzaron a preguntarse muchas cosas que no entendían. «Es a ellos a los que más les enriquece que Olena esté aquí. Creemos que les viene bien comprender que hay gente que vive en otra situación que no es como la nuestra, y que existe algo más que nosotros y nuestra rutina, otras personas con otros problemas», dice Sergio.
Precisamente de su hijo Iván fue la iniciativa de acoger en casa a una niña. «Vio en un reportaje cómo otras familias lo hacían, y llevaba un tiempo preguntando el motivo», cuenta Sylvia. Este año, cuando esta pareja de Errenteria vio una noticia en el periódico, no lo dudó. «Leímos el último aviso de la Asociación Chernobil, que pedía más familias de acogida, así que entramos al final, por los pelos», recalca.
Éste, además, se trata de un año especial, ya que el pasado 26 de abril -un mes después del tsunami que provocó el siniestro en Fukushima-, se cumplió el 25 aniversario del accidente de la central de Chernobil. El reactor número cuatro de la central nuclear explotó durante una prueba de seguridad y desde entonces, una amplia zona (incluídos los lugares donde viven estos niños, cercana a la zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor de la central) se vio afectada por la radiación y aumentaron los casos infantiles de anemia, leucemia o cáncer de tiroides.
Ambas familias coinciden en la intención de repetir la experiencia. Nerea afirma que seguirá acogiendo a Marina «hasta los 17 como mínimo», que es la edad límite que marca el programa. Sylvia y Sergio, por su parte, a pesar del poco tiempo que lleva Olena en su casa, se muestran dispuestos a volver a acogerla. «Al principio tenía miedo de que fuera retraída y no se integrara bien, pero la adaptación ha sido rápida y la experiencia está siendo estupenda», confirma Sylvia.