miércoles, 2 de abril de 2008

Zapatero en Bucarest

LA mayor entre las habilidades con las que José Luis Rodríguez Zapatero se mantiene en la cresta de la ola de la opinión pública reside en su talento para la dosificación de su imagen y sus presencias. Tras recoger los laureles de su última victoria electoral, la del 9-M, se ha puesto a la sombra de los flashes y ha dejado que sean otros, propios y extraños, quienes corran con el gasto de los trámites de puesta en marcha de una nueva legislatura. Como buen artista de las marionetas, ha movido los hilos para colocar a sus muñecos en el Congreso y el Senado sin que se adivine su presencia. Como mandan los cánones del espectáculo. Por el contrario, Mariano Rajoy, que mientras presume de discreto redobla el tambor, se ha hecho notar, y mucho, al cumplir con esa tarea parlamentaria. No es una cuestión de estilo, que cada cual tiene el suyo, sino de eficacia en el tanteo por si, al final, el combate hay que ganarlo a los puntos ante la imposibilidad de alcanzar el KO.
Hoy, Zapatero cumple su jornada en Bucarest para, en su condición de presidente en funciones del Gobierno de España, asistir a la reunión de presidentes y jefes de Estado de la OTAN. En eso le valdrán poco sus mañas. Su incapacidad para el trabajo exterior está fuera de toda duda y ni los buenos oficios de Bernardino León, secretario de Estado de Exteriores, conseguirán bruñir la apagada oscuridad de su presencia. Su agenda incluye breves encuentros con los líderes de Australia, Rumanía y Ucrania. ¿Hay quien dé menos? De ahí que en sus viajes al exterior Zapatero vaya siempre como las reses que llevan al matadero, resignado y dispuesto al sufrimiento. Sería bueno, al terminar la reunión Atlántica, poder preguntar a los asistentes: ¿quién es Zapatero? Incluso ofertando unas vacaciones pagadas en cualquiera de nuestros paraísos turísticos, ni un tercio sabría dar la respuesta. Es internacionalmente mínimo.
A la vuelta de su viaje «ya toca» hablar del Gobierno. Del nuevo, del que tendrá que nombrar en cuanto se cumpla el trámite -demasiado largo y estéril- de su proclamación como jefe del Ejecutivo. Los tiempos no son fáciles y los rumores que circulan, a los que nunca conviene tomar ni muy en serio ni muy en broma, no refuerzan la hipótesis de nombres nuevos y sólidos capaces de enfrentarse a la poliédrica crisis económica que sus antecesores no vieron venir y ellos habrán de paliar. Los solemnes aires de abadesa con que suele reñirnos, por ciudadanos, María Teresa Fernández de la Vega y los aires desdeñosos con los que Pedro Solbes acostumbra a aliviar sus explicaciones de oficio no serán suficientes. Ese truco ya está viejo y, ya que el pan va a ser más duro y menos cuantioso, por lo menos que el circo resulte entretenido y apasionante. Al propio Zapatero ya no le bastará con el talante. Ahora necesita, además de propaganda, equipo de trabajo.

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