miércoles, 13 de agosto de 2008

Moscú se cansó de ceder

El conflicto en Osetia del Sur se inscribe en una perspectiva de prolongado cerco de la Rusia pos soviética que ha continuado la administración Bush. Según los neoconservadores actualmente en el poder en Estados Unidos, “nosotros hemos ganado la guerra fría”; lo que significa, incluso para la revista Economist que no siempre apoyó a los neoconservadores, que hay que tratar a Rusia como a Alemania y Japón en 1945, al término de la segunda Gran Guerra. Sin embargo, está visión es errónea.
Recordemos que la disolución de la Unión Soviética, en 1990-1991, fue una consecuencia de los procesos políticos internos, de un sentimiento pro occidental tangible al interior de una parte importante des élites soviéticas y de una voluntad popular de abrirse al mundo. Gorbachov llamó a su país a integrar “la casa común europea” y a cooperar plenamente en materia de seguridad colectiva. El gobierno de su sucesor, Boris Yeltsin, se unió a Estados Unidos en distintos temas internacionales y fue la administración del ex presidente Valdimir Putin la que ayudó a Estados Unidos a obtener bases militares en Asia Central para llevar la guerra en Afganistán, después del 11-S.
Estas manifestaciones de buena voluntad por parte de Rusia no hicieron más que debilitar su posición geoestratégica, y hoy son percibidas por la elite rusa como de una ingenuidad y un error que no puede volver a repetirse. Con el telón de fondo de la guerra en Irak y los intentos de imponer la democracia, los conceptos mismos de comunidad internacional, democracia y valores humanos comunes salen profundamente desacreditados.
Nadie en Rusia olvida que las potencias occidentales habían prometido que a cambio de la aceptación soviética de la reunificación de Alemania, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) no avanzaría al este de la frontera alemana.
Sin embargo, el hecho es que la OTAN se encuentra actualmente a algunos minutos de vuelo de la capital septentrional de San Petersburgo y un sistema antimisiles de EU está siendo instalado casi en la frontera de Rusia.
Los presidentes de Ucrania y de Georgia aspiran a integrar sus países a la OTAN, la alianza atlántica de Occidente. Con las bases militares en Asia Central, el cerco de Rusia estaría entonces completo.
Los presidentes de Ucrania y de Georgia tienen mucho en común. Los dos accedieron al poder a raíz de lo que se califica a menudo como “revoluciones”, respectivamente “naranja” y “rosa”, subvencionadas y puestas en escena con la ayuda de numerosas agencias occidentales, entre ellas el National Endowment for Democracy, actuando por lo común en estrecha colaboración con las autoridades estadounidenses.
Los presidentes de Ucrania, Victor Yutchenko y de Georgia, Mijaíl Saakashvili, tienen sólidos lazos con Washington, y han sido acusados —dentro de sus países— de estar teledirigidos desde aquella capital.
Ucrania y Georgia han desplegado soldados en Irak, lo que consagra su alianza con el mundo unipolar dirigido por EU y permite tejer lazos operacionales con el Pentágono. Bajo Saakashvili, Georgia ha recibido una ayuda masiva en material militar y en consejeros de EU, de Israel y de Ucrania. Casi todo ha sido pagado, o más bien prestado por el fisco estadounidense.
No obstante, su acercamiento a la OTAN no cuenta con el consenso dentro de sus países, como se desprende de las manifestaciones contra las maniobras de la Alianza frente a las costas de Crimea, las casi 5 millones de firmas de ucranianos bajo una petición contra la OTAN o bien en la denuncia hecha por el ex ministro de asuntos exteriores de Georgia del ataque georgiano del 8 de agosto, que detonó la crisis actual.
Este ataque, acompañado de llamados al patriotismo, refuerza en el corto plazo la posición de Saakashvili. Pero nada es cierto: en ambos países existen profundos lazos culturales con Rusia.
Los dirigentes de Rusia, en lugar de caer en un chauvinismo étnico, subrayan la amistad secular entre Rusia y Georgia, y acusan en especial al presidente Saakashvili de servir a intereses que son ajenos al pueblo georgiano.
Los medios de prensa en Rusia ofrecen una cronología de los hechos parecida a la de la BBC de Londres. Lo que más indigna al público en Rusia es que el ataque georgiano fue dirigido no sólo contra la capital de los separatistas osetos, sino directamente contra el contingente ruso de las fuerzas de mantenimiento de la paz mandatadas por la ONU.
Desde hace algunos años, se observa, sobre todo en las publicaciones de lengua inglesa, la aparición de la dicotomía heredada de la guerra fría: a menudo se caracteriza a un dirigente como “pro occidental” o “pro ruso” como si las dos características fueran necesariamente opuestas la una a la otra. Cualquier matiz, incluso una sugerencia de que un dirigente pueda ser pro occidental a la vez que pro ruso parecería absurdo. Una visión que ya ha sido cuestionada en Estados Unidos. Se acaba de anunciar la formación de una comisión de expertos a fin de revisar el conjunto de las relaciones ruso-estadounidenses.
En efecto, mientras que la política exterior de Rusia ha tomado formas previsibles se pueden observar incoherencias importantes en las políticas estadounidenses respecto de Rusia.
Es probable que esta comisión condene el unilateralismo de Bush y refuerce el papel de las instituciones internacionales más bien ignoradas o manipuladas por Washington en los últimos años. No hay mal que por bien no venga: tal vez el mundo salga mejor de la tragedia del Cáucaso.

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