martes, 6 de mayo de 2008

Opiniones

Opiniones
¿Se mantendrá Dmitri Medvédev en la línea de Vladímir Putin como defensor firme de los intereses de Rusia en el escenario internacional?
El 7 de mayo jurará el cargo en Moscú el nuevo presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, quien ganó las elecciones presidenciales del 2 de marzo. ¿Se mantendrá Dmitri Medvédev en la línea de Vladímir Putin como defensor firme de los intereses de Rusia en el escenario internacional? Responden a esta pregunta de RIA Novosti conocidos políticos, expertos y periodistas extranjeros.

Carlos Taibo, Profesor Titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid
En conjunto, no se prevé cambios algunos en política exterior de Rusia del Presidente electo el Sr.Medvédev, salvo los últimos acontecimientos relacionados con la posible entrada de Ucrania y Georgia en la OTAN. Los intereses de Rusia en este aspecto estarán al margen de la política exterior marcada por los países miembros del G-8.Sobre sus principios, es difícil de opinar, por la simple razón, que en el cargo anterior no tomaba decisiones de esta magnitud.

Miguel Bas, jefe-corresponsal de Agencia EFE en Moscú
Creo que sí se pueden esperar ciertos cambios de la presidencia de Medvédev, pues el cambio de jefe de Estado ya es un cambio. Lo que a mi juicio no va a cambiar de seguro son los intereses nacionales de Rusia y en toda la trayectoria del presidente electo nada hace pensar que sea más negligente que Putin en semejantes asuntos. Para mi el rasgo principal del futuro jefe de Estado es su pragmatismo y la política exterior ha sido sin duda alguna el ámbito donde más pragmatismo reveló también Putin, A lo largo de los últimos años de su carrera, tanto en la administración del Kremlin y el Gobierno como al frente de Gazprom, revelan las excelentes capacidades de Medvédev como negociador: flexible pero a la vez inmovible pero en las cuestiones de principio. Resumiendo, no descarto cambios en política interior y económica, dictados siempre por el pragmatismo y la búsqueda de mayor eficacia, pero descarto una mayor suavidad y disposición al compromiso en política exterior.

Rosendo Fraga, Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, Buenos Aires, Argentina
Continuidad de la política exterior rusa.
Rusia es una gran potencia mundial euroasiática. Esta doble condición geográfica es su gran ventaja estratégica en el siglo XXI.
Por un lado, se encuentra en el continente asiático, que está recuperando la centralidad económica que tuvo hasta el siglo XVIII y, por otro, se encuentra en Europa, cuya historia y cultura siguen siendo el eje de occidente y además tiene una economía que en conjunto iguala o supera a la de EEUU.
La geografía también le permite ser una potencia bioceánica, con costas tanto sobre el Atlántico como en el Pacífico, ventaja estratégica que comparte con los EEUU y que no tiene ni Europa ni el Asia.
Esto se da cuando al comenzar el siglo XXI, el alza de los precios de los recursos naturales -ya sean energéticos, minerales o alimenticios-, ha revitalizado el valor del territorio como componente del poder de las naciones, tras una breve ilusión de acuerdo a la cual la sociedad del conocimiento le había quitado valor.
Así como a fines del siglo XX China recupera su rol histórico de potencia asiática, Rusia con Putin revitaliza la suya de potencia euro-asiática.
En ambos casos, se trata de un designio histórico que lleva milenios para los chinos y varios siglos para los rusos.
La Rusia de Putin lo ha retomado, haciendo del nacionalismo ruso el eje que orientó tanto su estrategia externa como su política interna.
Hay dos razones que llevan a pensar que el cambio de Presidente no modificará la política exterior de Rusia. La primera es la mencionada: el nuevo Presidente no cambiará una política que ha retomado un designio histórico determinado por la geografía, que suele ser la madre de la historia.
La segunda es política. Putin no se aleja del poder, sino que continúa en él, asegurando que el recambio presidencial puede implicar matices pero no cambios sustanciales.
Su doble condición de Primer Ministro y titular del Partido Madre Rusia -que obtuvo el 70% de los votos en las últimas elecciones-, le permiten mantener una posición desde la cual velará por el mantenimiento del modelo externo e interno que imprimió al país durante sus dos mandatos presidenciales.
Medvédev podrá cambiar el estilo. A lo mejor es algo menos confrontativo en las relaciones internacionales. Quizás adopte algunas actitudes más conciliatorias. Es posible que se muestre más atento a algunos reclamos de los mercados financieros internacionales. Seguramente, su ejercicio del poder será menos personalista.
No hay dos personas iguales y eso se hace evidente en el ejercicio del poder.
Pero estos matices de estilo, en mi opinión, no alterarán las líneas centrales de la política exterior de Rusia, determinada ésta por su condición de potencia euroasiática.
De acuerdo a ello, es de esperar una estrategia que busque ubicar a Rusia como una de las tres potencias mundiales continentales, junto con los EEUU y China; el desarrollo de un poder militar con proyección fuera de las fronteras, seguirá determinando la estrategia de la política de defensa; evitar que la OTAN llegue a las fronteras rusas y acentuar la influencia en los países de Asia Central, es una línea que no cambiará; la capacidad del país como potencia energética es algo que seguirá estando integrado al ejercicio de la política exterior; la reivindicación del territorio Ártico y la exploración del Antártico continuarán teniendo un rol en la estrategia de largo plazo; una mayor presencia en África y América Latina integrará la política exterior, como ejes secundarios, pero a lo mejor con mayor prioridad que en el pasado reciente.
Historia y geografía son los grandes determinantes de la estrategia externa de los países y en especial de las potencias y ello, en última instancia, es la mayor garantía que el cambio de Presidente no implicará una alteración en la política exterior rusa con el nuevo Presidente.

Rusia y su laberinto: una mirada de Medvédev desde Sudamérica
Juan Gabriel Tokatlian y Khatchik Derghougassian*
Profesores de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés (Buenos Aires, Argentina)
Las relaciones entre la ex Unión Soviética y los países de Sudamérica se caracterizaron, en general, por la impronta realista. Con la excepción de Cuba después de la revolución de 1959 no hubo un intento sistemático de expansionismo soviético en el resto de América Latina, al menos hacia el sur del continente. Pese a la esencia fuertemente anticomunista que orientó la política interna de las dictaduras militares y aún de los gobiernos democráticos en el área, Moscú procuró no interferir en los asuntos internos de los países y preservar relaciones diplomáticas estables. Ni autoritarios ni democráticos rompieron los contactos; en especial en el ámbito de los intercambios comerciales con Moscú. De hecho, un relativo pragmatismo marcó los vínculos entre las elites gobernantes en la región y la dirigencia soviética.
Con el fin de la Guerra Fría las relaciones entre Sudamérica y Rusia cayeron en forma significativa. La implosión del esclerótico Estado soviético derivó en un Estado ruso débil, de la corrupción extendida se pasó a una vasta cleptocracia, del ideal de la superpotencia alternativa se saltó a la constatación de una impotencia auto-infligida. En ese proceso, Moscú pareció perder su brújula en términos de política externa e inserción internacional y renunciar a un perfil asertivo en los asuntos globales: visto desde América del Sur Rusia ya no era ni una eventual carta política, ni una potencial contraparte económica ni un hipotético referente militar. Si alguna vez la URSS pretendió llegar a Sudamérica la nueva Rusia parecía replegarse. Ello ocurría en un contexto bilateral que tenía tres notas predominantes en común: un exceso de confianza en el mercado, una sobredosis de ideología neoliberal y una expectativa desmedida de lo que ambos, Latinoamérica y Rusia, esperaban de sus relaciones respectivas con Washington después del fin de la Guerra Fría.
Con la llegada al poder del Presidente Vladimir Putin Rusia intentó recuperar un mínimo orden interno y una básica influencia externa. Su mandato coincidió con una coyuntura en la que los grandes países, los poderes emergentes y las potencias regionales iniciaron un reacomodo estratégico en vista del ejercicio de una agresiva política de primacía de parte de Estados Unidos. En ese marco, Rusia re-emergió en el escenario global reconstruyendo su relativa influencia euro-asiática mediante el uso de su capacidad energética y su poderío militar, a través de nuevas asociaciones en su entorno más próximo y elevando el tono asertivo de su diplomacia internacional. Sin duda, Rusia expresaba así su condición de potencia insatisfecha; lo cual no implicaba que fuese un poder revisionista. Moscú, durante Putin, no parecía pretender la reformulación completa de las reglas de juego mundial, sino tener una voz más audible y una mayor participación en su configuración.
Desde este lado del mundo, América del Sur también comenzó a vivir un proceso de profundas mutaciones. En ese sentido, dos similitudes y una diferencia identifican a la región y a Moscú a principios del siglo XXI. Ambos compartieron la revalorización (y el retorno) del Estado y retomaron tradiciones pragmáticas en sus correspondientes políticas externas. Los dos estaban, sin embargo, separados por un dato político: con tropiezos y variaciones los sudamericanos procuraron avances democráticos; con frustración creciente en lo interno y lo externo Rusia parecía sufrir una regresión en materia de democracia.
El nuevo estatismo y el renovado pragmatismo en Rusia y en Sudamérica quizás expliquen la ausencia en la región de la magnitud de críticas hacia el gobierno de Putin que se desató en Europa y Estados Unidos. El regreso del Estado en Rusia y el mayor realismo de su política exterior se percibieron de manera positiva en América del Sur en particular; probablemente ello fue, en parte, resultado del propio desencanto con el modelo socio-económico de los noventa. El activismo diplomático ruso además coincidió con una proverbial meta de los países del área que adquirió (y tiene) más importancia al comienzo de un nuevo siglo: buscar una mayor autonomía externa, ampliar su diversificación internacional y procurar una mejor distribución de poder mundial. Ese objetivo lo han compartido, y aún comparten, diferentes gobiernos con distintas ideologías en naciones de diverso tamaño.
De ahora en más las relaciones ruso-sudamericanas pueden transitar por un sendero de relanzamiento más sustantivo. El desafío del Presidente Dimitri Medvedev es asegurar la continuidad de ciertas orientaciones y posiciones fundamentales emprendidas por su antecesor. Para ello el despliegue diplomático ruso en América del Sur podría ser relevante. Si Rusia aspira a incrementar su influencia y reconocimiento encontrará hoy una región ávida de nuevos socios. Si Moscú busca identificar una zona con más receptividad e interés entonces debiera mirar más hacia el Cono Sur de Sudamérica: allí se conjugan la existencia de un poder emergente (Brasil), un poder regional (Argentina) y un poder pequeño influyente (Chile); una relativa mayor estabilidad institucional; abundantes recursos energéticos, ambientales y alimentarios; países con capacidad nuclear pero que no proliferan militarmente y actores con un comportamiento diplomático constructivo. Quizás una serie de visitas de alto nivel al inicio de su mandato reflejen cuanta importancia le otorga Medvedev a esta parte del mundo como parte de su proyecto de ahondar el perfil global de Rusia.
En esencia, habrá que ver si Medvedev resuelve el laberinto ruso: esto es, opta por profundizar el resurgimiento de Moscú en el campo exterior acompañado de un mayor impulso democrático interno, o si se repliega por la falta de medios para alcanzar sus objetivos y se refugia en un modelo interno autoritario. Para lo primero tendrá un gran eco en América del Sur, para lo segundo se perderá, otra vez, una oportunidad de incrementar y mejorar los vínculos ruso-sudamericanos

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