martes, 20 de septiembre de 2011

«Los suecos tienen miedo a entrar en conflicto»

Pocos pueden decir que han cumplido su sueño profesional. Sonia Arce es una de esas personas que ha alcanzado sus principales objetivos en el plano laboral. Mientras cursaba la carrera de Telecomunicaciones, echó el ojo a Ericsson, una empresa referente para esta ingeniera. Esta bilbaína alcanzó su meta y hace casi doce años entró a formar parte del equipo de esta compañía multinacional. Para ello tuvo que mudarse a Madrid con el consiguiente disgusto de sus padres. «No les gustaba que la niña se fuera a la gran 'city'», recuerda esta vasca. Aquello fue solo el principio de un largo camino que le ha llevado a trabajar en el plano internacional. Grecia y Ucrania fueron los dos primeros países en los que experimentó un verdadero choque cultural. Y hace un lustro completó su sueño al hacerse un hueco en la sede central de Ericsson, de origen sueco.
Antes de aterrizar en Suecia, esta deustoarra tuvo que sudar la camiseta. «Para trabajar fuera hay que currárselo. No te lo sirven en bandeja. Los suecos consideran que España está a la cola de Europa, así que un español no lo tiene fácil y tienes que demostrar más tu valía», admite. No tuvo límites. Se formó fuera de las horas laborales y presentó distintos proyectos para ganarse la confianza de los ucranianos, primero, y después de los suecos. Antes de entrar en esta 'rueda' internacional, pasó cinco años viajando por Europa, Oriente Medio y África. No mimetizó en culturas como la de Madagascar, Israel o Emiratos Árabes, porque las estancias no superaban los dos meses.
La primera larga aventura en el extranjero la experimentó en Grecia. «Fue la peor porque resultó muy dura. Tenía el estereotipo de que es un país parecido a España, pero los griegos son un poco complicados. Me costó adaptarme a su cultura. Mis expectativas eran equivocadas, así que rompí con varios mitos. Al final salió bien, porque tengo muy buenos amigos de allí». Para el siguiente destino -Ucrania-, ya estaba preparada. Estaba hecha a todo. Aún así le sorprendió para bien su relación con los ucranianos y los rusos. «Vivía en Kiev, pero viajaba constantemente a Rusia. Y tenía una idea equivocada de los rusos. Me parecieron trabajadores, honestos y acogedores».
A pesar de apreciar las cosas buenas de Ucrania, no quiso alargar su estancia allí. Había costumbres que le chocaban, como la de guardar el dinero en casa o pagar casi todo en metálico, porque apenas hay bancos. Hace un lustro cumplió uno de sus mayores deseos: trabajar en la empresa matriz de Ericsson, en Suecia, como responsable de Estrategias Comerciales en la unidad de negocio multimedia. «Vine como una niña con zapatos nuevos. Recuerdo que era Navidad y, como en las casas no hay persianas, desde la calle se veían preciosas las ventanas con estrellas luminosas colgadas. Te imaginabas a Heidi y al abuelo viviendo dentro de una de ellas». A su llegada pensó que era el país de su vida, sin embargo, con el paso del tiempo, se ha dado cuenta de que también tiene sus contras. Lo ha dejado de idealizar.
Lo que más le chocó al principio es que todas las decisiones están basadas en el consenso. «Los suecos tienen mucho miedo al conflicto. Todo el mundo da su opinión y hay que alcanzar la mayoría. Como español, si eres un poco acelerado, te puede parecer lento, porque las jerarquías no están tan definidas y todo el mundo evalúa las propuestas». Cualquier decisión social también requiere del consentimiento de la mayoría de la ciudadanía. Las ampliaciones de carreteras tienen que ser consensuadas por la gente de a pie, así como cualquier construcción de un edificio pasa por el 'examen' de los vecinos de los inmuebles colindantes.
«Se mira por los jóvenes»
Pagan hasta un 48% de impuestos al Gobierno, pero les duele menos cuando ven que las políticas recaudatorias tienen su reflejo en la calle, «sobre todo si tienes familia. Tengo una niña de dos años y el Estado financia la guardería. Y no solo eso. Al solicitar la baja por maternidad o paternidad, el Gobierno obliga a la empresa a mantenerte empleada». También se mira mucho por las nuevas generaciones. Los padres reciben una ayuda de 100 euros hasta que sus hijos cumplen la mayoría de edad.
Los jóvenes son los grandes beneficiarios. «El Gobierno ofrece hipotecas para cualquiera con estudios superiores. Los padres no tienen que cargar con la universidad de sus hijos. Lo único que tienen que hacer es demostrar su valía y aprobar los cursos. A cambio tienen hasta los 60 años para redimir la deuda. Tengo compañeros de 40 años que aún siguen pagando su hipoteca de estudios», explica Arce. El acceso a la vivienda también es más fácil en Estocolmo. Los bancos no suelen poner trabas si un joven tiene un primer empleo estable, y los intereses son más bajos.
Lo que no le gusta a esta bilbaína es que se educa a los jóvenes para ser independientes desde temprana edad. Al cumplir los 18 años, todos se van de alquiler o a casas para estudiantes. «Mi experiencia personal es que los suecos son más fríos que nosotros. No tienen ese concepto de familia. Resultan menos expresivos y es más difícil profundizar en las relaciones», reconoce. De ahí que para ella sea más fácil «sentir la soledad» en Suecia.
Ella se siente orgullosa de sus orígenes. «No me he escapado», incide. Pero le gusta mucho el entorno internacional, así que no contempla la idea de regresar a casa a medio o corto plazo. Eso sí, su «anhelo es jubilarse en España», y esta vasca ya ha demostrado que suele cumplir sus sueños.

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