Tras el accidente aéreo en el que ha perecido gran parte de la cúpula política y militar del estado polaco hemos visto una vez más como la muerte blanquea las biografías y pule la Historia. Por enésima vez, en otro prodigio de prestidigitación, la avalancha de información oficial construye en pocas horas el pensamiento correcto que debe regir toda opinión sobre la muerte de Lech Kaczynski y su cohorte de estado.
Así, un líder político extremista en declive político, caracterizado por su revisionismo enfermizo, su ultranacionalismo decimonónico, su homofobia y fanatismo católico pasa a ser en un bilibirloque póstumo un Padre de la Patria del rango de Pildsusky, un campeón de la democracia del consenso, y el ying bueno frente a yang malo de su hermano gemelo.
Pero lo peor de este asunto no deriva de la cretinez con la que los medios desdibujan realidades, lo más pernicioso es el fondo del asunto: la carta de credibilidad al parcial y rastrero victimismo nacionalista polaco.
De este modo Katyn, el símbolo histórico del victimario polaco, se inflama de morbo no solo con la muerte de la cúpula polaca acudiendo al símbolo del exterminio de la inteligentsia de 1940, curiosa coincidencia, sino también con la campaña de exacerbación victimista que se deriva de la exposición en Rusia y el resto de Europa del film de Andrezj Wagda. Para los polacos solo existió Katyn.
Ya se que en estos tiempos de reduccionismo intelectual “antiterrorista” toda explicación es interpretada como justificación, pero es un insulto a la inteligencia la actitud de las autoridades polacas y de todos los medios que siguen el perfecto guión reduccionista de la Historia basado en el doble rasero y la ocultación.
Katyn fue un brutal crímen en un contexto criminal, la II Guerra Mundial. Ni más, ni menos. La negativa soviética a reconocerlo hasta 1990 fue sin duda el elemento que agravaba la percepción de su gravedad. Y no hay duda, la mentira histórica ha sido históricamente el refugio de la impunidad, por eso aún hoy es el punto primero de todo manual genocida.
Pero no podemos olvidar el contexto de Katyn y los graves silencios de las autoridades polacas actuales ante paralelismos de similar o mayor gravedad y atrocidad.
Polonia invadió la Ucrania soviética en 1920 en virtud de las teorías prometeísticas que trataban de romper desde sus orígenes a la naciente URSS. Fracasó pero los territorios que quedaron a su merced en la Bielorrusia y Ucrania más occidentales sufrieron durante dos décadas un exhaustivo proceso de colonización –polonizacja- y asimilación polaca. 300.000 colonos polacos –osadnicy- se asentaron en la Volynia ucraniana y 60.000 en Bielorrusia. La negación de la identidad bielorrusa o ucraniana, idioma –alfabeto- y religión –ortodoxa- junto a la represión fueron permanentes y comunes en los dos territorios. Polonia era desde 1920 un lobo reaccionario con piel de cordero.
En octubre de 1938, aprovechando el expansionismo nazi en los Sudetes, Polonia ocupa de la rica zona minera de Zaolzie en la Silesia checa. Ya por entonces los servicios de inteligencia soviéticos informan de los sistemáticos planes expansionistas polacos y la convergencia polaca con Alemania para tratar de desmembrar la URSS, en una clara pero miope, se vio con el tiempo, política filoalemana. El verdadero concepto que los nazis tenían de los incautos polacos era sin duda contradictorio a tales filias.
Si bien Stalin trató de hilar un frente antinazi con el resto de estados del Este europeo, la mayoría de estos, incluida Polonia, esperaban que Alemania se activase contra la URSS para repartirse el pastel territorial soviético. Esto explicaría en parte el pacto de no agresión Ribentropp-Molotov como medida contemporizadora y neutralizadora de Alemania por parte soviética.
Pero al margen de la geopolítica, lo cierto es que durante la II Guerra Mundial si por algo se caracterizó el Este europeo fue por las matanzas multitudinarias.
Todas conocemos las andanzas perfectamente planificadas de los einsatzgruppen de las SS y su millón y medio de muertos entre 1941 y 42. Casi todos judíos y comunistas. Matanzas como las de Babi-Yar en Kiev en las que en un fin de semana ejecutaron a 38.000 judíos quedarán para los anales de la Historia como paradigma de la eficiencia operativa exterminadora de las SS, aunque probablemente a día de hoy hayan sido superadas en genocidios más recientes pero más ajenos para nuestra doble moral eurocéntrica como fueron en 1994 las matanzas genocidas de Ruanda. No comment.
Lo que desconocemos o queremos obviar la mayoría es que en aquellos tiempos en los que el quinto jinete del Apocalipsis campaba a sus anchas, no siempre llevaba el uniforme negro nazi-fascista. Otros colectivos y ejércitos también cometieron matanzas colectivas premeditadas. Además de las mencionadas de Kozielsk-Katyn, Jarkov-Starobielsk y Ostaskov-Kalinin –todas englobadas como Katyn- por los soviéticos, siempre se quita hierro, fuera del Este europeo, a los bombardeos de Hiroshima, Nagasaki o Dresde por los aliados o a los crímenes colectivos japoneses en el Corea, Sudeste Asiático y China, menos escandalosas quizá por esa insana lejanía también eurocéntrica...Pero en lo que nos concierne también hubo matanzas severas en Polonia, Chequia y Ucrania cometidas por polacos y ucranianos.
El 3 de septiembre de 1939 una turba de civiles armados amparados por unidades polacas acabaron, según qué fuentes, con entre 1000 y 5000 alemanes en Bromberg (actualmente Bydgoszcz), 230 kilometros al norte de Varsovia, entonces ciudad polaca de mayoría alemana. Hasta hace poco se entendía que no existió tal matanza ya que se tildaba a este caso como “propaganda alemana”.
El 10 de julio de 1941 en Jedwane, Polonia, la mitad de la población, 1683 polacos judíos, fueron brutalmente asesinados por la otra mitad del pueblo, polacos católicos. En 1949 algunos líderes autores de la matanza fueron juzgados y absueltos, pero no fue hasta 2000 en que el historiador norteamericano Jan Gross documentó la matanza, inédita en Polonia hasta ese momento ¡año 2000!. Pero el silencio en torno a Jedwabne no fue un caso aislado. Son cada vez más los documentos que demuestran que el antisemitismo de los católicos polacos, junto al colaboracionismo de los Consejos Judíos fueron cruciales en la destrucción de la judería en Polonia incluso con progromos posteriores a 1945, aunque como en Francia con “el colaboracionismo” el gobierno polaco calle.
Pero si verdaderamente algo es indignante respecto a la actitud polaca actual es el caso de Volynia en Ucrania. Tras los mencionados 20 años de colonización polaca y bajo posterior ocupación nazi, en 1943 los paramilitares nacionalistas ucranianos y filonazis de la UPA (ejercito insurgente ucranio de Bandera y Dontsov), liquidaron a 60.000 polacos, tratando de “compensar” las dos décadas de colonización y represión polacas, y 15.000 ucranianos acusados de “malos ucranianos” o comunistas. Entre Volynia y Galitzia en Ucrania fueron masacrados entre 100.000 y 500.000 polacos, según fuentes. Por otra parte la Armija Kraiova o (ejercito insurrecto polaco) habría matado alrededor de 60.000 ucranianos, 20.000 de ellos en Volynia.
En la II Guerra Mundial todo el mundo mataba. Unos para defenderse y otros para exterminar; unos para liberar y otros para oprimir; unos para hacer la revolución y otros para evitarla y combatirla. ¡Pero fueron masacradas centenares de miles de personas!
Para más INRI, 67 años después, el último acto del gobierno ucraniano saliente presidido por el líder “naranja” Yushenko era la entrega (22-1-10) de la condecoración de Héroe de Ucrania a título póstumo al nieto de Stephan Bandera, líder nazi histórico de la UPA y de la OUN –Organización Nacionalista de Ucrania- (hoy legal y parte de la coalición de partidos “naranjas”, esos que apoyo “Occidente”) y responsable directo entre otras decenas de atrocidades de las matanzas de Volynia y Galitzia.
Y así en 2010 la ola revisionista por la rehabilitación del nazismo y la manipulación del pasado crece y se llega a poner en Lvov el nombre de “Heroes de la UPA” a la calle Turqueniev. Silencio otra vez.
Al margen de las minoría polacas afectadas de Ucrania apenas ha habido mención a la afrenta. Y entonces ¿A qué se debe el silencio del gobierno polaco? ¿Por qué ese contraste en la Memoria de Katyn respecto a Volynia?¿Acaso las autoridades ucranianas actuales no debieran ser denunciadas con el mismo rigor con el que han sido adjetivadas las difuntas autoridades soviéticas?
Al margen del rédito político que da Katyn de cara a presionar a Rusia y desprestigiar el comunismo (enfermiza obsesión de los hermanos Kazcynski), la matanza de Katyn se entiende en la lógica correlativa de la afrenta nacional suprema: Katyn fue el exterminio de la elite militar polaca y parte de la inteligentsia, y de la negación de ella. Pero Volynia es agua de otro cántaro. Parece implícitamente por el doble rasero polaco que aquellos polacos eran masacrados en torno a una presunta lógica de simetrías (¿acción-reacción?), ¿complejo de culpabilidad?
¿Acaso el caso de Volynia no da lugar a mayor afrenta que Katyn?
Lo que está claro es que hasta en esto de las masacres, la clase y la prominencia social de las víctimas definen los parámetros de indignación. En Katyn fue masacrada la elite y en Volynia fueron campesinos y colonos polacos. Los primeros merecen memoria y medallas, los segundos silencio y olvido, además del cachondeo de los descendientes de los asesinos.
Lo cierto es que Volynia como Katyn o como otros centenares de nombres para la posteridad fueron en su contexto paradigmas de la Guerra de exterminio ideológica más atroz de la Historia. Y por eso es necesaria la Memoria. Pero una Memoria integral que contextualice, que clasifique a las víctimas sin jerarquizarlas (no es lo mismo un granjero y su familia que un general del ejército y sus oficiales en un contexto bélico); una Memoria que busque justicia combatiendo la frívola ignominia de los apologetas de la impunidad genocida; una Memoria que reponga honor y recuerdo y a su vez sea espejo de lo que nadie nunca debe olvidar.
El Kremlin sabía muy bien que los 25.700 ejecutados en Katyn eran los promotores de las políticas antisoviéticas habidas y por haber (por eso se salvaron los 448 oficiales que aceptaron participar de los planes del Kremlin en la reconstitución del un Ejercito polaco popular), y por eso Katyn siempre ha sido un dardo en el corazón del nacionalismo polaco. Pero es indecente en la misma lógica que se obvie y se silencie Volynia o Galitzia. Es cuando menos significativo el doble rasero ante una misma afrenta: la muerte masiva de decenas de miles de polacos (solo que unos eran necesarios y dignos representantes del estado y otros prescindible carne de cañón colona).
Memoria, víctimas, verdugos, impunidad. En puertas del 73 aniversario del bombardeo de Gernika, el Katyn vasco, la mentira y la negación aún hoy persisten en los cenáculos de los impunes neofranquistas que siguen públicamente hablando de que fue incendiada por los rojos separatistas (Cesar Vidal COPE 09-4-26 y otros). Como en Ucrania impunidad y cachondeo.
Pero estos no son cuentos del pasado. El Katyn afgano existe, como el iraquí o el congolés. ¿qué fue de los cientos de prisioneros acusados de ser taliban apresados en Kunduz en noviembre de 2001 y acribillados y enterrados en los contenedores navieros en que los transportaban a Mazar e Sharif? ¿Y de los 2000 presos de la prisión de Sheberghan a donde se dirigían los anteriores enterrados en fosas comunes? (The globe and Mail 02-8-19) (Newsweek 02-2)
El próximo capítulo: los Katyn del siglo XXI
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