Se ha estrenado hace algunos días la cinta 2012 del siempre efectivo Roland Emmerich, un director especializado en hacer desaparecer ciudades, desbordar mares y sembrar el pánico con los efectos especiales made in Hollywood como principal arma. ¿Siempre el fin del mundo o alguna invasión alienígena debe empezar en los Estados Unidos?
2012 no marca muchas diferencias con respecto a Día de la Independencia o El día después de mañana (con la que está mucho más emparentada como cine de desastre), los trabajos anteriores de Emmerich, quien aseguró sentirse capaz de “hacer una película de cualquier cosa que se imagine”. Ya se ha hablado hasta el hartazgo que la idea del guión parte del ciclo de finalización del calendario maya que concluye el año que da título a la película, es así como todo debe volver a empezar y… adiós Tierra.
Emmerich se erige con un correcto director de este tipo de cintas, es decir, sin mayores problemas se propone destruir ciudades con toda la parafernalia que la tecnología de punta puede permitir. Impresionantes explosiones, secuencias de mares que arrasan ciudades, calles cuyos suelos se abren para devorar autos y personas. Hasta allí todos pueden estar sumamente entretenidos, pero luego uno se da cuenta que no queda nada más.
Están los personajes estereotipados y muy patriotas americanos que hacen lo imposible por rescatar a sus seres amados del cataclismo. En este caso tal rol recayó en el muy buen actor que es John Cusack, quien pone el temple necesario para que su personaje no caiga en el ridículo.
2012 es un éxito mundial en las boleterías, un monstruo de la taquilla que no cree en las opiniones de los diversos críticos de cine que han destripado a la película por su “pobre” propuesta y hasta han llamado “cobarde” a Emmerich por no ser más arriesgado –en la película se observa la destrucción del Vaticano, pero no la de algún símbolo musulmán- quien no quiso meterse en problemas de índole político.
No estoy en contra de las películas que se hacen en la llamada meca del cine, mucho menos critico a las personas que van a las salas a tratar de entretenerse, porque, a fin de cuentas, uno de los fines de sentarse a ver una cinta frente a la pantalla grande es olvidarse de los problemas y entrar a un nuevo mundo. El problema es cuando se piensa que no hay vida más allá de Hollywood.
Hace unas semanas estuvo en cartelera una película magnífica titulada Sector 9 que daba cuenta de la llegada de una civilización de extraterrestres. Lo curioso de la cinta era que el aterrizaje de estos alienígenas no se daba en Nueva York o Los Ángeles, sino en Johannesburgo, generándose así una fascinante metáfora sobre la exclusión social en estos tiempos. Cine de entretenimiento de primer nivel llegado de Sudáfrica (Peter Jackson, el padre de El Señor de los Anillos estuvo como productor), que nos permite darnos cuenta que hay muchas propuestas, sólo hay que buscar aunque no la mayoría de las veces en las salas comerciales.
A propósito de esto, está por empezar el Festival de Cine Al Este de Lima, con una selección de películas de Europa Oriental en diferentes salas de nuestra capital. Es la oportunidad de ver cintas llegadas de Rumania, Polonia, Eslovenia, Ucrania, entre otros países con propuestas muy interesantes. Es el momento de quitarnos esos viejos prejuicios y pensar que una película de Moldavia puede ser tan entretenida como una de Hollywood. Quizá hasta Roland Emmerich pueda aprender a tener ideas originales si ve una de estas.
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