miércoles, 4 de febrero de 2009

Rusia, Ucrania y Alemania forman un triángulo estratégico

Los padecimientos recientes de Europa central debido a la interrupción del flujo de gas natural ruso a través de Ucrania, y la aparente solución del problema el 19 de enero, obligan a echar una mirada a la compleja geopolítica del estratégico triángulo constituido por Rusia, Europa y Ucrania.

El origen de la disputa es simple. Desde que la URSS colapsó, Rusia ha subsidiado el gas natural de países adictos de la ex Unión Soviética. Ucrania le fue adicta hasta la Revolución Naranja de 2004, pero desde entonces su gobierno es pro occidental. Como consecuencia, Moscú fue aumentando el precio que le exige por su gas, hasta llegar al que pagan sus importadores europeos. Kiev no puede afrontar esos costos. Acumuló una deuda gigantesca hasta que, el 1 de enero, la falta de un acuerdo sobre precios culminó en la interrupción del flujo que le estaba destinado. Desesperados, los ucranianos comenzaron a desviar para sí el gas que pasa por su territorio, pero que está destinado a Europa. Y entonces, el 6 de enero, los rusos cerraron la canilla, de paso, enviando un fuerte mensaje político a Occidente.

En la raíz de la cuestión está la estrategia norteamericana de atraer a su órbita a Ucrania para contener a Rusia, un país al que Washington percibe como peligro potencial. A la vez, porque debe desbaratar esa intención, pocas cosas hay tan importantes para Moscú como recuperar su antigua influencia en Kiev. Finalmente, pocas cuestiones hay tan urgentes para Europa como asegurarse el flujo de gas natural ruso que pasa por Ucrania.

Pero Europa está atrapada en su alianza con Estados Unidos. Por lo tanto, si el impasse iba a quebrarse, tenía que ser como resultado de una iniciativa rusa como la de enero, que sumió en el frío polar a países enteros.

Motivaciones no le faltan. Rusia sin Ucrania se siente una potencia vulnerable y careciente. Geopolíticamente, requiere del reaseguro de una Ucrania amistosa que sirva de tapón frente a eventuales amenazas europeas. Nada le molesta más a Moscú que los esfuerzos occidentales por incorporar a ésta a su órbita, ya sea a través de la OTAN o de la Unión Europea.

Por otra parte, la dependencia ucraniana de Rusia es tan profunda que la vigencia de un régimen antirruso en Kiev, como el que gobierna desde 2004, parece antinatural. El 66 por ciento del gas natural y el 80 por ciento del combustible que consume Ucrania provienen de Rusia. Capitales de ese origen controlan importantes industrias ucranianas, los puertos ucranianos se encuentran bajo influencia rusa y las operaciones de algunos magnates de Kiev están condicionadas a decisiones del Kremlin. Para colmo, el ruso es la lengua nativa del 30 por ciento de la población ucraniana. Y los lazos históricos son tan profundos que no sólo fue Ucrania parte de la URSS hasta su independencia en 1991, sino que la misma Moscú fue fundada, hace aproximadamente un milenio, por los rusos de Kiev. El vocablo “Rusia” proviene de una antigua etnia que hoy llamaríamos ucraniana.

Con estos antecedentes, no sorprende que sean muchos en Ucrania los que desean regresar a la esfera de influencia rusa, evitando un conflicto autodestructivo por el que no sienten vocación. Pero muchos otros todavía rechazan con pasión al Kremlin y la brutalidad de sus tácticas. Según se sospecha, estas incluyeron el envenenamiento del actual presidente Viktor Yushchenko durante la campaña de 2004. Su cara quedó permanentemente desfigurada. Fue precisamente aquel suceso, combinado con el desbaratamiento de un fraude electoral, lo que desencadenó la Revolución Naranja y el encumbramiento del sector pro occidental en la política ucraniana.

¿Cómo se sale, entonces, del incómodo intríngulis? En este caso, la iniciativa fue europea. El papel de negociadora le tocó a Alemania y su pragmática Angela Merkel, que entiende que la única solución es terminar con las veleidades pro occidentales del régimen de Kiev. La opinión parece compartida por Yulia Timoshenko, la primera ministra ucraniana que, según una encuesta europea, no es sólo la mujer más bella que alguna vez se haya hecho política, sino quizá también la más dura.

Las negociaciones tripartitas transcurrieron entre el 16 y el 17 de enero. El 19, Putin y Timoshenko anunciaron al mundo un nuevo subsidio al gas ruso consumido por Ucrania, e incluso la disposición de Gazprom, la gigantesca empresa rusa de gas natural, a financiar deudas futuras de Ucrania. Este tratamiento es dispensado por Rusia sólo a países que están dentro de su esfera de influencia.

Los analistas de la agencia de inteligencia privada Stratfor sospechan que esa es la trama secreta de lo que Merkel y Timoshenko negociaron con Putin. Pero según El País de Madrid, la duda que carcome a los europeos es si el acuerdo no será torpedeado por el presidente Yushchenko, cuya cara todavía lleva la huella de sus luchas con el Kremlin

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