domingo, 11 de enero de 2009

Europa, un gigante con los pies fríos y la cabeza caliente

Hogares helados. Industrias paralizadas. Sociedades en alarma y economías en alerta. Ése es el saldo demoledor de la nueva «guerra del gas», una reconvertida «guerra fría» del siglo XXI, que cuenta con la energía -motor del mundo moderno- como arma más sofisticada. «Quien golpea primero, golpea dos veces», que dice la famosa máxima. Rusia no se lo ha pensado y como ya hizo en el frío invierno de 2006 ha anulado esta semana el suministro de gas a Ucrania, país de paso obligatorio para el 80% del gas moscovita que tiene destino comunitario.
No han servido de nada las amenazas del Viejo Continente ya que, a estas alturas, el Kremlin juega con la ventaja de que al Ejecutivo comunitario le tiembla el pulso cuando se trata de imponer castigos a su gigante vecino euroasiático. Su dependencia energética ha alcanzado tales cotas que Rusia es capaz de parar medio continente con tan sólo dar la orden de cerrar los gasoductos.
Trasfondo político
El espéctaculo de esta semana, sin embargo, no sólo causa «bajas» a corto plazo en el bando europeo. La incapacidad manifiesta del Viejo Continente para cuidar su suministro estratégico más preciado, pone en entredicho su capacidad de liderazgo e influencia como una de las principales potencias del siglo XXI.
Rusia, por su parte, se apunta una victoria. Colma sus ansias de reconocimiento y respeto como estado pujante en el escenario internacional y, más importante, avanza en los dos objetivos esenciales de su nueva guerra fría. Uno político, otro económico.
El primero, recuperar su halo de influencia sobre los antiguos estados soviéticos hoy independizados y cercanos a las democracias europeas. El segundo, evitar el enfriamiento de su propia economía, dependiente de los «petroingresos» derivados de la venta de gas y crudo. El desplome del barril de «oro negro» le está costando a Rusia casi 80.000 millones de dólares en su balanza exportadora y desequilibrando su saldo público en casi 20.000 millones, por no hablar de que, según los analistas internacionales, el Kremlin necesita que el barril de petróleo se pague a 90 dólares para mantener sus políticas actuales. El conflicto con Ucrania le permite encaminar la consecución de ambos objetivos. La exigencia rusa de dejar atrás el precio «de amigo» por el que le cobra los 1.000 metros cúbicos de gas a 179,5 dólares, persigue doblegar el área a su interés político.
El momento escogido para elevar el precio de este combustible no es baladí. La crisis internacional se ha cebado con Ucrania y su Producto Interior Bruto puede caer este año alrededor de un 6%, según las estimaciones oficiales. El país dice así adiós al boyante crecimiento económico de casi un 7% anual, que experimenta prácticamente desde el estallido de la Revolución Naranja en 2004, y sus arcas no están para asumir el incremento hasta 250 dólares por 1.000 metros cúbicos, que Rusia quiere aplicar al gas que le sirve. Un precio de mercado, por otra parte, que le permitiría a Moscú empezar a calmar su herida balanza comercial.
Mientras la dependencia del gas ruso convierte a Europa en un gigante con los pies fríos y la cabeza caliente, España se libra del temporal al no necesitar el suministro moscovita para cubrir su consumo. El mercado gasista nacional tiene, además, la particularidad de contar con dos vías de suministro -gasoducto y buques de gas natural licuado- y siete proveedores diferentes, con lo que la posibilidad de quedarse sin gas es prácticamente remota.
El Medgaz, franco-argelino
Sin embargo, no puede descuidar su creciente dependencia de Argelia. Hoy es el primer suministrador de gas a España con el 37,2%. Un porcentaje que este año se disparará hasta el 50% cuando entre en funcionamiento el nuevo gasoducto Medgaz Argelia-España que, para más inri, no estará controlado por españoles sino en un 68% por el tándem franco-argelino.
Precisamente, estos días se juega en la Comisión Nacional de Competencia el que España pueda elevar su fuerza negociadora en el mercado internacional del gas. La operación de concentración entre Gas Natural y Unión Fenosa está a punto de recibir el dictamen definitivo del organismo regulador. De las limitaciones que éste le imponga se derivará su fuerza para pactar las condiciones de los futuros suministros de gas y de que España, a diferencia de Europa, pueda mantener la cabeza fría y los pies calientes.

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