miércoles, 23 de abril de 2008

Una nueva era

Confirmado. La historia económica del mundo ha entrado en una nueva era. El factor del cambio no es una revolución tecnológica, ni un nuevo paradigma ideológico o moral, ni el ejercicio del poder militar. Se trata de un asunto primario, que nos hace recordar la cercanía entre la comunidad humana y nuestros primos hermanos de otras especies animales: la escasez de comida.
Lo que se debe esperar, en todo caso, es que el mayor valor económico y estratégico de los alimentos produzca un fuerte movimiento tecnológico, promueva una revisión del trasfondo moral de la organización económica del mundo frente al hambre y a la seguridad alimentaria, y desafíe a muchos establecimientos políticos en los países más pobres.
En lo tecnológico, sin duda habrá progresos más notables. Por ejemplo, llegó la hora de la victoria final de los transgénicos, u Organismos Genéticamente Modificados (OGM). Los debates sobre la seguridad sanitaria de los alimentos OGM, sobre el impacto ambiental de estas cosechas y sobre la concentración en pocas manos corporativas de la investigación genética de semillas, quedarán marcados por la presión que ya comienzan a ejercer los mercados de alimentos. Ahora será mucho más difícil sacrificar las más grandes innovaciones agrícolas de todos los tiempos.
Los indicadores de precios ya cuentan una historia contundente. En los últimos doce meses el precio del trigo, en términos de dólares, aumentó un 90 por ciento, después de un pico en marzo, cuando llegó a 150 por ciento. El arroz vale hoy 180 por ciento más que en junio del año pasado, y el precio del maíz aumentó 50 por ciento en los últimos doce meses. Los medios especializados abundan en opiniones cercanas al pánico sobre la caída de los inventarios de trigo y otros bienes agrícolas.
Hay algunas razones puramente coyunturales (si es que fenómenos como la gran sequía en Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Ucrania pueden considerarse coyunturales) que tienden a explicar, en parte, la reacción de los precios. Pero el cuento es más largo.
Los estómagos humanos compiten hoy fuertemente entre sí por los bienes alimenticios básicos. Pero también compiten con los estómagos de vacas, cerdos y pollos y con los tanques de los vehículos que gastan etanol. Como se sabe, aparecieron en los últimos diez años -y el número sigue creciendo- centenares de millones de nuevos consumidores de alimentos, incluyendo carnes y lácteos. El crecimiento económico de China, India y otras naciones asiáticas ha generado grandes cohortes de consumidores. Tendría que ocurrir una verdadera hecatombe (pobre palabreja) para que la expansión de esos mercados se suspendiera o redujera su ritmo considerablemente.
Por otra parte, el Congreso de Estados Unidos ha decidido abrir todas las puertas para que en cuestión de pocos años se duplique la producción de etanol. Todas esas puertas tienen un aviso que dice: sí hay toneladas de subsidios y transferencias gratuitas.Las organizaciones multilaterales ya han advertido que la gente más pobre del mundo, que vive en países importadores de alimentos, y los trabajadores en general, van a sufrir el pinchazo de la agro-inflación.
De hecho, ya se prevé que el mapa mundial de la pobreza sufrirá una nueva transformación; África seguirá sufriendo de una gran pobreza, y algunos países del sur de Asia, que habían logrado avances en ese campo, tendrán un retroceso inevitable.Llegado el fin de una era, que parecía eterna, de alimentos baratos, la distribución del ingreso seguramente castigará a las poblaciones más vulnerables, y dejará muy contentas a las minorías que controlan las tierras productivas en los países no tropicales. La expresión 'ayuda humanitaria' se oirá más en los foros internacionales.
La sociedad mundial reaccionará de diversas maneras a este cambio de escenario. Pero la reacción no tendrá efectos a la vuelta de pocos meses.
César González Muñoz

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