Noviembre 30 de 2009
VARSOVIA - Hay quienes se quejan de que la Unión Europea carece de una "visión del mundo". En realidad, el problema de la UE es el tener demasiadas.
Los intereses y las experiencias comunes de Europa significan que deben tener una concepción compartida de las cuestiones mundiales, pero la triste realidad es que las presiones políticas, sociales y económicas suelen impulsar a los miembros y los ciudadanos de la UE en direcciones opuestas: las historias compartidas no parecen ser una base suficiente para unas políticas compartidas.
No obstante, cuanto más pragmáticas sean las políticas de Europa, mayores serán las probabilidades de éxito, en particular en relación con las cuestiones mundiales. Los europeos tienen una visión común de muchos de los problemas del mundo y con frecuencia formulan métodos y estrategias comunes para afrontarlos.
Por ejemplo, en materia de cambio climático, inmigración y ayuda para el desarrollo, hay un consenso cada vez mayor, como también lo hay en materia de política energética y de ampliación de la Estrategia Europea de Seguridad. El acuerdo en esos sectores no es un simple reflejo de un mínimo denominador común; en cada uno de los sectores, Europa ha contribuido con importantes aportaciones específicas a escala mundial.
De hecho, la comunidad de actitudes de Europa está llegando a ser sinónima de soluciones para los problemas mundiales. Al fin y al cabo, el cambio climático, la seguridad energética y las amenazas demográficas han formado parte de la posición europea durante muchos años; ahora otras partes del mundo están empezando a compartir esa posición.
La crisis económica y financiera mundial puede ser también un catalizador para promover la concepción de un nuevo orden mundial por parte de Europa. La concepción europea de una economía capitalista vinculada a la consecución del progreso social y sujeta a regulación, en lugar del laissez-faire, está adquiriendo cada vez mayor influencia. Nuevas potencias económicas como China, India y Brasil deben encontrar sus formas propias de abordar la injusticia social y fomentar la igualdad de oportunidades para todos, y el modelo europeo les parece cada vez más atractivo.
Aun así, muchas diferencias separan aún a las diferentes sociedades dentro de la UE. Hay opiniones divergentes sobre muchos problemas mundiales decisivos y, aunque esas diferencias pueden ir reduciéndose con el tiempo, a veces cobran una forma alarmantemente clara, como en el caso de la invasión de Irak encabezada por los Estados Unidos.
No obstante, resulta consolador que las diferencias de Europa sobre cuestiones mundiales no hayan tenido excesivas consecuencias en la dinámica interna de la UE. La guerra en Irak no retrasó el big bang de ampliación de la Unión y no fue la razón del fracaso de los referéndums de Francia y de los Países Bajos sobre los tratados constitucional y de Lisboa.
Y Europa necesita desarrollar estructuras y procesos de adopción de decisiones que limiten los conflictos de intereses y ofrezcan soluciones de avenencia. Ese es el quid del Tratado de Lisboa, concebido para introducir nuevos mecanismos e instituciones encaminados a formular políticas exteriores de la UE más cohesionadas políticamente. La transferencia de más sectores de competencia -como, por ejemplo, las políticas de ayuda exterior y desarrollo- a las instituciones de la UE ayuda a esta a adaptarse a nuevas realidades internacionales y abona su importancia cada vez mayor como centro de adopción de decisiones de Europa.
La formulación de una visión del mundo compartida debe comenzar con la vecindad inmediata. La ampliación de la OTAN y de la UE ha abarcado a una docena, más o menos, de estados en la Europa central y oriental y en los Balcanes occidentales, pero, pese a esos logros, la integración europea dista de estar concluida y así seguirá hasta que todos los países europeos puedan seguir la misma vía de desarrollo.
Esa deficiencia fue la causa primordial de la tragedia balcánica del decenio de 1990. Por fortuna, ahora que los estados balcánicos siguen la vía de la Otán y de la adhesión a la UE, la época del conflicto armado en esa región parece haber llegado definitivamente a su fin, pero la Europa oriental, en particular Ucrania y Moldavia, debe ser tratada también como una región de importancia particular.
La población de Ucrania (46 millones de habitantes) es demasiado grande e importante para dejarla fuera de una visión del futuro de Europa. Aun así, la estrategia de la UE para con Ucrania ha sido ambigua y confusa. Las crisis política y económica internas -pero también la aparente indiferencia de la Unión ante el destino de Ucrania- han aminorado el impulso de la reforma de la "revolución anaranjada" o incluso lo han paralizado.
Los dirigentes de la UE lamentan las divisiones políticas de Ucrania y el lento ritmo de la reforma, y los dirigentes de ese país tienen que abordar tales críticas, pero la falta de avances refleja también la negativa de la UE a acoger a Ucrania. La reforma de las instituciones políticas y económicas de un país y su adhesión a la UE y a la Otán suelen ir a la par, porque la perspectiva de la adhesión hace que las decisiones dolorosas resulten electoralmente aceptables. En una palabra, resulta poco realista por parte de la UE esperar resultados europeos de países como Ucrania y Moldavia sin comprometerse plenamente con ellos.
Por fortuna, esa actitud está cambiando. El "memorando del gas", firmado este año entre la UE y Ucrania sobre la ampliación y la explotación de los gasoductos ucranianos, constituye un ejemplo perfecto; a cambio del apoyo político y de la financiación de la ampliación de sus gasoductos, Ucrania ha accedido a adoptar la reglamentación de la UE que rige la gestión de la línea de transmisión del gas y el acceso a ella. También ha aceptado aplicar las directivas energéticas pertinentes de la UE como parte de su pertenencia a la Comunidad Energética Europea. Es un primer paso hacia una posible integración plena de Ucrania en el Mercado Único de la UE.
La actual falta de unanimidad de la UE sobre muchas cuestiones mundiales, así como sobre cuestiones continentales, como por ejemplo la de Ucrania, no es un motivo para la desesperación. La Unión debería recurrir a la búsqueda de soluciones compartidas y la adopción de medidas conjuntas en materia de política exterior, aun cuando diversos gobiernos de la UE abriguen opiniones diferentes al respecto.
* Alexander Kwaśniewski fue Presidente de Polonia de 1995 al 2005. Copyright: Project Syndicate, 2009. Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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