miércoles, 4 de marzo de 2009

Integrar a Rusia

 on la visita del presidente ruso Medvédev, España parece haber aceptado por fin que nuestro papel en el mundo no puede limitarse a las 'áreas tradicionales' de nuestra política exterior, como el Magreb o Iberoamérica. Las palabras de Zapatero, calificando a Rusia de «país prioritario», y la firma de una asociación estratégica apuntan así a un mayor interés por este gran vecino de la UE de cara a la próxima presidencia española de la Unión. Sin embargo, sería excesivo suponer que la cordialidad mostrada estos días se extiende al tono general de las relaciones euro-rusas. La otra cara es la desconfianza que aún existe entre los europeos hacia Moscú, reforzada por la última 'crisis del gas' con Ucrania y por la guerra en Osetia del Sur. Son estos mismos recelos los que han centrado los acuerdos en el ámbito económico y comercial, haciendo a Medvédev desvincular estas iniciativas de las cuestiones referidas a la democracia y los derechos humanos.
Pero es este pragmatismo, al partir de los intereses comunes, el que puede dar mejores resultados en estos momentos. Así lo demuestra la experiencia de la construcción europea, una reconciliación entre antiguos adversarios que comenzó precisamente por la cooperación económica. La interdependencia mutua -la UE es el principal socio comercial de Rusia- constituye un enorme incentivo para colaborar en otros ámbitos; en este sentido, los acuerdos energéticos contribuyen a anclar más firmemente a Moscú en Europa. Al otro lado del Atlántico, la actitud más dialogante de la Administración Obama en comparación con su antecesora ha sido acogida positivamente por la parte rusa, autorizando el tránsito de tropas de la OTAN hacia Afganistán por su territorio. No obstante, la estabilidad entre Rusia y Occidente no puede depender únicamente de los contactos bilaterales entre Moscú y Washington, sino que debe verse apoyada por unas relaciones ruso-europeas sólidas.
España, si quiere ser uno de los líderes de la UE en política exterior, debe elegir entre tratar a Rusia como una potencial amenaza, incrementando su aislamiento, o integrarla en el mayor grado posible como un socio con el que cooperar. De esta decisión depende no sólo nuestra prosperidad económica, sino también la estabilidad del continente y la seguridad del mundo

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