viernes, 23 de julio de 2010

Cuarenta días saludables para niños ucranianos en el concejo de Gozón

En decenas de localidades de Ucrania aún resuena el estallido de la central nuclear de Chernobil de aquel fatídico 26 de abril de 1986. Este grave accidente causó innumerables víctimas y aún hoy, 24 años después muchos ucranianos sufren las consecuencias del desastre. Hoy en día las principales preocupaciones se centran en la contaminación del suelo que puede llegar a provocar enfermedades respiratorias, principalmente. Algunos de estos niños pasan sus vacaciones estivales en Gozón desde hace seis años acogidos por familias del concejo. En esta ocasión, son nueve los pequeños de seis a trece años que han cambiado la ribera del río Dniéper, que cruza Kiev, capital de Ucrania, por el mar Cantábrico durante cuarenta días. Algunos niños han repetido su estancia en la capital del concejo.

Estos pequeños que ni siquiera llegaron a ver en funcionamiento la central nuclear, muestran problemas cardiorrespiratorios y presentan carencias alimentarias. Estas carencias vienen motivadas 24 años después del trágico accidente por culpa de elementos contaminantes como el cesio 137 desprendidos de la radiación de la planta. Este elemento puede afectar al proceso alimentario de producción, transporte y consumo de comida. Algunos científicos internacionales temen que la radiactividad afecte a las poblaciones cercanas a la central de Chernobil durante varias generaciones, como así parece ocurrir a juzgar por las enfermedades derivadas en Ucrania en los últimos años, donde se detectó un aumento significativo de leucemia en la población en general. Pese a los problemas, estos niños casi gozoniegos sonríen y bromean, como cualquier otro pequeño. «Yo no sé hablar», dice con una sonrisa en la cara y en perfecto castellano un niño después de que un adulto le recriminara que hablara en ucraniano con una de sus amigas y compatriota.

Para estos niños, estas vacaciones en Luanco «son un lujo, una fiesta», según se oía comentar ayer en la recepción en el salón de Plenos que el Ayuntamiento organizó para recibir a estos «luanquinos de verano» y a sus familias. Los ediles entregaron a los pequeños unos obsequios que mostraban orgullosos a sus padres adoptivos una vez finalizado el acto oficial.

Esta campaña de acogida surgió hace seis años por mediación de las monjas dominicas de Luanco. En la actualidad, este programa se realiza gracias a la colaboración del párroco de la villa marinera, Cipriano Díaz y del Ayuntamiento de Gozón, que se encarga de abonar los viajes de ida y vuelta de los pequeños.

Un verano en Luanco se traduce en seis años más de esperanza de vida para estos niños, comenta una de las organizadoras del programa de acogida. Y, al margen, de la calidad del aire y de la ausencia de emisiones provocadas por desastres nucleares, los pequeños se sienten como en su Ucrania natal, lo mismo se puede decir de sus «padres y hermanos adoptivos de verano» que, con los brazos abiertos reciben a estos pequeños de seis a trece años que quieren salir, por momentos, de la rutina y pasar unas vacaciones a lo grande.

Y por la tarde, si hace bueno, a la playa y si no a jugar con el resto de niños de la villa marinera porque un desastre nuclear no es capaz de acabar con la vitalidad de los pequeños. Con problemas cardiorrespiratorios o sin ellos, la sonrisa muestra las ganas de vivir de unos niños que, por edad, no vieron con sus ojos como se originó el desastre que les persigue.

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