La dinámica para administrar el poder no siempre se resuelve por medio de reglas electorales y la definición de instituciones democráticas. En muchos casos, el hecho de ejecutar elecciones libres con la participación de varios partidos políticos tampoco es la garantía que asegure plena legitimidad, ni queden resueltas por completo las contradicciones de un sistema político donde imperan las inclinaciones autoritarias. Esto hace necesario volver a evaluar las condiciones de surgimiento y desenlace de la Revolución Naranja en el año 2004.
Fue muy extraño que los medios de comunicación internacionales bautizaran como revolución a un proceso de negociaciones políticas que terminó con la definición del poder a manos de un conjunto de élites partidarias. Las elecciones del 31 de octubre de 2004 en Ucrania marcaron un proceso de pugnas entre los candidatos de entonces donde destacaban Viktor Yushchenko, líder de la coalición de partidos “Nuestra Ucrania” y Viktor Yanukovych, cabeza del Partido de las Regiones del este y del sur, además de ser el favorito del entonces presidente Leonid Kuchma.
Los temas que rodearon a los conflictos
¿Cuáles fueron las condiciones políticas que dieron lugar a un conflicto de carácter político, electoral y social complejo entre noviembre y diciembre de 2004? Básicamente, cinco elementos: primero, las intenciones de reelección que Kuchma tenía para lo cual ejerció un control del parlamento donde intentaba aumentar las facultades presidenciales. Asimismo, Kuchma tropezó con un rechazo popular por las denuncias de corrupción, abuso de poder y su involucramiento en la desaparición y asesinato del periodista Georgiy Gongadze (nunca resuelto hasta el día de hoy). Los intentos de Kuchma por controlar los hilos del poder, hizo que armara la candidatura de Yanukovych y posicionara un recambio calculado frente a cualquier otra alternativa más democrática y pluralista.
El segundo elemento fue el sorpresivo empate en las elecciones de octubre entre los dos candidatos más votados, Yushchenko y Yanukovych. Ninguno de ellos obtuvo la mayoría del 51 por ciento, de tal forma que se realizó una segunda vuelta el 21 de noviembre de 2004. La Comisión Electoral declaró vencedor a Yanukovych en medio de sendas denuncias de fraude donde se evidenció una serie de ventajas a favor del líder protegido del presidente Kuchma. Los observadores internacionales detectaron intimidación, uso indebido de influencias y recursos del Estado, así como incompatibilidades entre el conteo de la Comisión Electoral y otros mecanismos de control. Es más, varios integrantes de algunas comisiones electorales locales fueron impedidos de asumir sus funciones, denotando una clara manipulación en todo el proceso.
El tercer elemento fue la movilización de la sociedad civil que tomó las principales calles y plazas de la capital Kyiv. El distintivo colorido fue el uso de bufandas, gorras y chaquetas de color naranja, un símbolo electoral que rápidamente se transformó en una señal política de protesta pacífica para desafiar al orden político imperante, con el fin de promover el cambio de gobierno y forzar reformas políticas más democráticas.
El cuarto elemento de carácter trascendental fueron las amenazas y presiones internacionales que atenazaron las negociaciones políticas. Por un lado, los Estados Unidos emitieron un comunicado público por medio del mismo Secretario de Estado Collin Powell, que afirmó rechazar los resultados electorales a favor de Yanukovych, al no cumplir con los “estándares internacionales” en materia de elecciones democráticas. Al mismo tiempo, Vladimir Putin, presidente ruso en aquel tiempo se expresó públicamente en contra de cualquier “intervencionismo extranjero en la agenda política de Ucrania”. Este conflicto, sutilmente internacional, transmitía una realidad evidente: por un lado, la candidatura de Yanukovych y el presidente Kuchma eligieron el apoyo ruso debido a sus relaciones comerciales y alianzas tradicionales con Moscú. Por otro lado, los Estados Unidos recomendaron la ejecución de nuevas elecciones, favoreciendo directamente la candidatura de Yushchenko.
Este tipo de tensiones dibujaban un panorama estratégico donde la Revolución Naranja luchaba por establecer su propia voluntad de autodeterminación democrática, frente a estructuras internacionales en las cuales Rusia buscaba conexiones incondicionales con regímenes afines que son considerados “estratégicos para su seguridad territorial” chocando, por lo tanto, con las previsiones estadounidenses que trataban de expandir los lazos de Ucrania con la Unión Europea, la OTAN y una proyección más occidental. Esta agenda internacional expresaba, a su vez, cuán delicadas eran las condiciones de Rusia y las ex repúblicas soviéticas luego de la desaparición del comunismo en 1991. La agenda de Yanukovych, Kuchma y Putin consistía en desarrollar proyectos y relaciones lejos de la OTAN y los Estados Unidos, mientras que Yushchenko y sus bases nacionalistas tuvieron que aprovechar los signos de apoyo político estadounidense, junto a la eventual apertura hacia una agenda pro-europea.
En un lado de la medalla estaban en juego los intereses plenamente democráticos para una consolidación pluralista del sistema político y una legitimidad que valore en su correcta dimensión el voto ciudadano como eje de cualquier democracia y agenda pública. Mientras que al otro lado de la moneda estaban las previsiones de aquellos líderes que harían cualquier cosa para controlar el poder, instrumentalizando para eso el apoyo internacional y los equilibrios de influencia en un contexto geo-estratégico.
El quinto elemento gravitante para las negociaciones políticas fue la institucionalidad doméstica; es decir, el funcionamiento del sistema político democrático en sí mismo. Ucrania debía consolidar sus instituciones políticas o correr el riesgo de un reflujo anti-democrático. Este dilema fue resuelto por la Corte Suprema de Ucrania que intervino para anular los resultados de la segunda vuelta electoral de noviembre de 2004, tratando de preservar un equilibrio entre los postulados constitucionales y las elecciones que debían resolver los problemas sobre la titularidad del poder por medio de mecanismos con legitimidad. Las movilizaciones sociales rechazaban directamente la cuestionada victoria de Yanukovych y se aprestaban a enfrentar una posible represión por parte del presidente Kuchma.
El pragmatismo que eclipsó a la revolución
Los intereses de la sociedad civil representaron un ámbito importante pero al mismo tiempo contradictorio. Por un lado, la movilización de masas que precisamente dio nacimiento a la denominada Revolución Naranja, promovió una participación para que el voto popular sea respetado en las urnas, exigiendo a las élites políticas la necesidad de negociaciones que eviten un estancamiento y el surgimiento de la violencia, en beneficio de los intereses nacionales. Sin embargo, esto limitó el accionar de la sociedad civil y su participación efectiva en la esfera democrática porque las negociaciones sobre la titularidad del poder fueron transferidas hacia las resoluciones de la Corte Suprema, el Parlamento y la Comisión Electoral que luego promovieron los acuerdos sobre la base de cálculos partidarios.
Por otro lado, las élites siguieron siendo las mismas, el poder fue entregado a Viktor Yushchenko que finalmente ganó el proceso electoral luego de ser repetida la segunda vuelta en diciembre de 2004, aunque tanto Yanukovych, los oligarcas, como otros líderes que aparecen como independientes, permanecieron en sus ejes de influencia. Todos responden a las élites dominantes, inclusive las supuestas novedades como Sergei Tigipko, ex presidente del Banco Central y ex asesor de campaña de Yanukovych en el año 2004. Tigipko fue una revelación en las elecciones de 2010 al obtener un tercer lugar y participar en las negociaciones para resolver la crisis de un Primer Ministro y la conformación de un gobierno de mayoría relativa.
Las negociaciones políticas se realizaron en dos escenarios. Primero, por medio de acercamientos oficiales con la presencia de las partes en conflicto; es decir, el partido de Yanukovych y los negociadores de la alianza que apoyaba a Yushchenko. Las discusiones giraban en torno a la presión de la sociedad civil que había bloqueado los edificios gubernamentales colocando una serie de amenazas sobre el orden político e impugnando totalmente la autoridad del presidente Kuchma. El oficialismo, por su parte, exigía la suspensión de cualquier medida de presión, barajando la alternativa de una intervención violenta con las fuerzas policiales y el mismo ejército hasta retomar las condiciones de orden.
En segundo lugar, las negociaciones por “fuera de la mesa”, tuvieron lugar para asegurar que las élites políticas conserven sus influencias más allá de las expectativas de reforma y cambio democrático que aparecían en los medios de comunicación. Estas negociaciones resultaron efectivas porque se trataba de satisfacer aspectos neurálgicos que podían ser difícilmente aceptados por la opinión pública, específicamente: evitar aquellas reformas políticas donde el voto de censura en el Parlamento se transforme en un boomerang para la estabilidad de cualquier futuro gobierno. Reducir el antagonismo anti-ruso debido a la fragilidad económica y la enorme dependencia energética de Ucrania.
Las negociaciones de la Revolución Naranja finalmente terminaron en la convocatoria a nuevas elecciones nacionales para el 26 de diciembre de 2004. La sociedad civil participó activa y emotivamente porque triunfó Viktor Yushchenko. Su presidencia no pudo impulsar nuevas transformaciones como inicialmente se esperaba, mientras la crisis política se reprodujo al romperse por dentro la coalición Nuestra Ucrania.
La Primera Ministra que emergía triunfante de la Revolución Naranja, Yulia Tymoshenko acompañó por poco tiempo al presidente Viktor Yushchenko hasta el año 2006, siendo removida de su cargo, lo cual promovió la realización adelantada de elecciones parlamentarias. Yushchenko tuvo que nominar a su anterior rival político, Yanukovych como primer ministro para conseguir estabilidad por medio de acuerdos de gobernabilidad.
Este final pragmático y realista mostró que la democracia de coaliciones electorales en un sistema multipartidista, mezclado con un régimen presidencial-parlamentario, exige que las negociaciones sean el centro para la definición del poder. Los acuerdos pueden moverse muy bien dentro de intercambios sobre ofertas de espacios de poder, al margen de la legitimidad y la opinión pública. El denominativo de Revolución Naranja fue un momento de ilusión vendible ante la prensa internacional y el mercado de aspiraciones postmodernas donde todo se confunde con todo.
La negociación, más allá de sus virtudes para resolver conflictos, transmite claras oportunidades políticas donde es posible tomar lo que se pueda en el momento oportuno. Ganar, en el fondo, implica negociar con Dios y con el Diablo, con la izquierda o la derecha, con buenos y malos, feos, sucios y locos. La negociación es el arte de lo posible y, en el fondo, el escenario donde la política se desplaza con sus verdaderos rostros y facultades. Todo es negociable mientras sirva para validar alternativas y vocaciones de poder.
Las últimas elecciones presidenciales de febrero de 2010 dieron la victoria al Partido de las Regiones de Yanukovych aunque sin obtener la mayoría absoluta, pues las fuerzas de Yulia Tymoshenko se posicionaron como la segunda alternativa de poder, resistiéndose a reconocer su derrota. El futuro gobierno nuevamente tiene que pactar para controlar el Parlamento y el nombramiento del primer ministro.
La historia se repite y todo guardará el silencio de las negociaciones pragmáticas. Posiblemente se realicen nuevas elecciones parlamentarias que resuelvan la necesidad de un gobierno mayoritario el próximo 30 de mayo de 2010. Entretanto, el actual presidente Viktor Yushchenko perdió popularidad y la sociedad quiere removerlo del cargo lo antes posible. Su liderazgo durante la Revolución Naranja se eclipsó, o simplemente dicha revolución nunca existió.
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