lunes, 3 de mayo de 2010

Más ruso que las 'matrioskas'

Kiev, domingo por la mañana. Cualquier estación es buena para pasear por esta ciudad de dimensiones todavía humanas, lo que a mi entender quiere decir que se ofrece a un andarín razonablemente esforzado, como conjunto y no como fragmento inconexo.


Si es primavera, los castaños estarán frondosos en el bulevar Tarás Shevchenko y los álamos dibujarán con nitidez la perspectiva que se abre frente al mercado de Besarabia y se pierde al descender hacia la plaza de la Victoria.

La meta es el Museo de Arte Ruso (Tereschenkovska, 9; www.museumru.kiev.ua), albergado en una de las mansiones que pertenecieron a la familia que da nombre a la calle. Los Teréschenko fueron industriales y mecenas del siglo XIX y principios del XX. Artemi, fundador de la dinastía, vendía pan y madera. Sus hijos Nikolái, Iván y Fiódor tenían ya fábricas de azúcar y coleccionaban arte, al igual que Varvara, hija de Nikolái, y esposa del jurista Bohdán Janenko. Tras la revolución bolchevique, las colecciones expropiadas pasaron a formar el núcleo de dos museos, el de arte ruso, y el Museo de los Janenko en el número 5 (fachada azul) y 15 (fachada rosa) de la calle. En él hay pinturas españolas (un velázquez, un zurbarán y un carreño de miranda), además de iconos bizantinos y alfombras y cerámicas persas.

Vigilantas lectoras

El interior del Museo de Arte Ruso es cálido, casi doméstico. El parqué cruje bajo los pies y la luz que se filtra por los ventanales se multiplica entre las vitrinas repletas de porcelana y cristalería. Las vigilantas leen, dormitan y aconsejan cómo circular entre los iconos y los paisajes de Vasili Polenov, Iván Ayvazovsky, Isaac Levitan o los hermanos Víctor y Apollinari Vasnetsov. Entre los retratos de Iván Kramskoy y los bosques de Iván Shishkin están las obras de Vasili Súrikov y de Iliá Répin, hermanas de otras dispersas en la galería Tretiakov de Moscú o el Museo Ruso de San Petersburgo.

La razón por la que vengo aquí se llama Vasili Vereschaguin (1842-1904), que fue pintor de batallas, viajero infatigable y minucioso cronista del vasto imperio zarista. Vereschaguin viajó por el Cáucaso y por Turkestán, participó en expediciones etnográficas y gestas coloniales como la defensa de la fortaleza de Samarkanda, recorrió las fronteras de China, luchó en la guerra ruso-turca (1877-1878), deambuló por el Himalaya y la India, visitó Siria, Palestina, además de Filipinas y Cuba, poco después de que estos dos territorios dejaran de ser colonias del imperio español. El artista pereció como había vivido. Al estallar la guerra ruso-japonesa, fue víctima de la explosión del acorazado Petropavlovsk, en Port Artur.

Inspirado por sus viajes, realizó series pictóricas de sobrecogedor realismo, impregnadas de literatura y de historia, y también de una luz única que parece aunar dimensiones meridionales, esteparias y asiáticas. En Kiev están varios óleos de la serie de los Balcanes, como Después de la victoria o Saqueadores (1878-1879), en el que los turcos se prueban los uniformes de los soldados rusos yacentes en el campo de batalla. Dos halcones representa a dos prisioneros turcos prestos a aprovechar la oportunidad de escapar. El colorido de los hombres amarrados entre sí contrasta con las lonas blancas del campamento y la imagen del centinela. Hay también apuntes del Himalaya, Cachemira y la India, montañas nevadas sobre un fondo de intenso azul, nieblas, lamas y templos budistas, y obra sobre sus estancias en el Cáucaso, incluido un "mártir voluntario" de la procesión chiita del Mojarrem en Shushá (en el Alto Karabaj, hoy ocupado por Armenia), que presenció y describió en 1865.

Pocas postales

El Museo de Arte Ruso es municipal y ofrece escaso surtido de postales y material de referencia. Las vigilantas están mal pagadas y cuando enferman no son sustituidas, por lo que en ocasiones hay salas cerradas al público. Con el tiempo, este museo se ha convertido para mí en la prueba de fuego de la sinceridad y el amor por su propia cultura de los rusos que, en calidad de políticos o tecnólogos electorales, participan en la vida de Ucrania. Rara vez estos "patriotas" obsesionados por el imperio perdido conocen este punto de referencia de su propia cultura en Kiev.

Desandamos lo andado y descendemos por el bulevar Shevchenko hasta la avenida Jreschátik, para enfilar la calle dedicada al arquitecto Gorodetski, el autor de la fascinante casa de las Quimeras (hoy residencia oficial del presidente de Ucrania). Llegamos a una plazoleta arropada por castaños y balcones nobles, un microcosmos urbano mágico donde está el café Voljonski, a dos pasos del teatro Iván Francó. Su director, Bohdán Stupka, entusiasma a los amantes del teatro, en Kiev, San Petersburgo y Varsovia, en ucraniano, en ruso y en polaco; y en cierto modo encarna esta atmósfera centroeuropea que en ocasiones parece flotar en Kiev.

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