lunes, 3 de mayo de 2010

La 'revolución' del lujo invade el hotel Ucrania

Daniel Utrilla (corresponsal) | Moscú
Actualizado lunes 03/05/2010 11:23 horas
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¿Es venta o castillo?, se preguntaría Don Quijote sin tenerlo del todo claro ante la espigada fachada del hotel Ucrania, una solución intermedia entre fortaleza transilvana y rascacielos de Gotham City.

El hotel Ucrania de Moscú, levantado entre 1949 y 1957 como uno de los siete rascacielos o 'tartas de boda' del estalinismo, acaba de reabrir sus puertas tras someterse a una delicada operación quirúrgica. La colosal y austera 'posada' soviética es ahora un imponente hotel de lujo que conserva restos de la estética bolchevique como si fueran valiosas piezas de museo de un pasado faraónico.

Bajo la batuta del grupo hotelero Rezidor, el hotel de origen soviético ha sido 'corroído' por el lujo. Su remodelación ha durado tres años, costó 300 millones de dólares y ha sido supervisada con lupa por el departamento de Patrimonio Histórico y Cultural de Moscú, que en 2005 lo declaró monumento histórico y lo privatizó en una subasta pública. Aunque no perderá su nombre original, el hotel se presenta como un eslabón de la cadena Radisson Royal.

El edificio fue comprado por 275 millones de dólares pero la operación incluía una condición: que sus nuevos amos lo sometieran a una cuidadosa reforma que conservara su inconfundible fachada.

Su estampa escarpada y monumental, capaz de desatar los instintos alpinistas de Spiderman o King Kong, no ha cambiado desde que se inauguró en 1957. El mismo año en que la URSS lanzó al espacio el primer satélite artificial (Sputnik), la imponente aguja del hotel Ucrania (73 metros de largo) se elevó sobre la mole de 35 plantas que se despliega como la estela petrificada de un cohete en fase de ignición.

Obra del arquitecto Arkadi Mordvinov, el Ucrania sigue siendo el hotel más alto de Europa con sus 206 metros de altura. La estética soviética está presente en la 'carcasa' (con gigantescas molduras y bajorrelieves de espigas y estrellas de cinco puntas), en las esculturas broncíneas de obreros y campesinos, y en los 1.200 cuadros que cuelgan en las habitaciones, la mayoría óleos de paisajes de la primera mitad del siglo XX. También se ha restaurado el fresco circular (10 metros de diámetro) del techo del hall, una joya del realismo socialista que representa una bucólica composición campesina en la Ucrania soviética.

Sin embargo, nada queda del hotel en sí, de aquellas habitaciones pequeñas de muebles rancios y alfombras rojas que caracterizaban al Ucrania. Hoy la habitación presidencial vale 500.000 rublos (unos 13.000 euros), mientras que la más barata no baja de 20.000 (510 euros).

"En la época soviética la comodidad era considerada algo burgués", aclara la guía, una joven rubia cuyo porte espigado no cuadra con el canon musculoso de las esculturas de bronce que representan a fornidas madres y campesinas, hoy apostadas junto a las tiendas de marcas de lujo que se insinúan por todo el hall.

Durante la era comunista, los visitantes que accedían al hall monumental del Ucrania creían haber penetrado en el Kremlin o en la ópera. Sin embargo, la 'grandeza' del vestíbulo (que se conserva casi como antaño) era la antesala a un mundo pequeño: una vez instalado en las habitaciones el ciudadano soviético se sentía como en casa, con la cama y el mobiliario espartano comprimidos en pequeños y austeros habitáculos.

La reconstrucción del Ucrania ha seguido una filosofía contraria a la de las 'komunalkas' (las viviendas comunales que el poder soviético obtenía troceando los espaciosos palacios aristocráticos para dar cabida a varias familias). Ahora se han tirado tabiques para fusionar los modestos habitáculos, dando lugar a números de amplitud aristocrática.

Sin modificar su superficie total (88.574 metros cuadrados) la remodelación ha reducido el número de habitaciones de más de mil a 505, cada una de ellas dotada con óleos exclusivos.

Desde lo alto del Ucrania, uno puede elegir entre otear las constelaciones u observar de cerca las gigantescas estrellas de cinco puntas que salpican la fachada, pegadas a los ventanales del restaurante-mirador 'Bono' como lapas cósmicas adosadas al parabrisas del Halcón Milenario.

Los 38 apartamentos exclusivos con cocina donde uno puede vivir aislado del resto de inquilinos son la antítesis del igualitarismo soviético. Lástima que no se haya conservado al menos una de las viejas habitaciones proletarias para poder percibir el contraste entre dos conceptos del mundo y de la hostelería. En un futuro muy muy lejano dicho cubículo habría tenido el mismo interés arqueológico que una cueva paleolítica.

Además de contar con una piscina olímpica y una flotilla de cinco yates-rompehielos-restaurante que surcan el Moskova incluso en invierno, el hotel consta de una biblioteca con una decena de ordenadores y libros en todos los idiomas. Ojo: en castellano, de momento sólo encontrará 'La colmena' de Camilo José Cela, 'Doña Perfecta' de Benito Pérez Galdós, además de 'La Hojarasca' y 'Relato de un náufrago' de Gabriel García Márquez. "Tenemos que traer el Quijote" sugiere la guía.

'Moscú no está a la venta'

La guinda 'retro' del hotel es la maqueta panorámica del centro de Moscú construida en 1977 que hoy puede contemplarse al fondo del hall. En sus 16 x 10 metros cabe todo el Kremlin y la Plaza Roja, generando en el observador una especie de síndrome de Gulliver. Cuando fue expuesta Nueva York el astronauta Neil Armstrong quiso comprarla, a lo que los soviéticos le respondieron "Moscú no está en venta". Hubo que esperar treinta años para que los nuevos propietarios del hotel la adquirieran a golpe de talonario en 2007.

A pocos metros se levanta el monumental ministerio de exteriores (otra de las siete 'tartas de boda'), que compite en altivez con el hotel Ucrania, rodeado por las nuevas torres futuristas de contornos azulados de la 'Moscow City' (el nuevo centro financiero de la capital) que amenazan con empequeñecer al que fue en su día el edificio más alto de Europa. Una de las añadiduras más curiosas del nuevo Ucrania es una sala para pedidas de mano situada en la última planta (¡qué vértigo!).

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