- ¿No te gusta el pescado?
- Sí, es sólo que no me fío de los supermercados. No creo que el pescado que te vendan sea muy fresco
Mi compañera toma un sorbo de té y continúa comiendo.
- Bueno, eso está claro cuando vas a la sección de congelados, pero para eso están las cámaras frigoríficas
- Lo sé, pero no creo que sean respetuosos con el proceso. Dudo que conserven la cadena de frío
No es la primera persona en Kiev que conozco que muestra desconfianza hacia los productos que diariamente se venden en el supermercado o hacia lo que pueda haber dentro de ellos.
- Me da miedo lo que le meten a la comida; creo que usan alimentos transgénicos – dice otro de mis compañeros
A veces prefiero no contarles la verdad. Que sigan en su mundo de Arcadia, sin saber que la mayor parte de los alimentos que consumimos diariamente están manipulados genéticamente. Después de que hace unos años Monsanto intentara patentar el gorrino, según Greenpeace, que todos los años saca una nueva edición de su guía de alimentos transgénicos, más del 70% de lo que nos llevamos a la boca ha sido marraneado a nivel genético de alguna manera.
Pero para mi lo interesante del tema es la desconfianza que me parece hay en la sociedad ucraniana hacia los supermercados, sin siquiera saber todas estas cosas. Algunos compañeros me cuentan cosas acerca de la afición de sus familias por la apicultura, por cultivar su propia miel, o por tener una pequeña granja con sus gallinas, que les dan sus huevos frescos. Un día uno de mis compañeros de piso llegó con un ave ya cocinada a casa. Había pasado el fin de semana fuera.
- ¿Esto lo has comprado en la tienda de la esquina?
- Mejor aún: lo ha cazado mi padre. Totalmente natural.
La cultura ucraniana se basa en gran medida en el autoabastecimiento. Al menos la economía casera: lo que no compran los ucranianos se espera que lo compren los extranjeros. Por eso la noche es para los últimos, aunque de eso hablaré en otro momento.
Ucrania tiene un índice de pobreza general del 18%, y un índice de pobreza rural del 28%; estos porcentajes indican qué proporción de la población se considera “pobre”. Pensemos por un momento lo que puede ser “pobre” en un país donde el salario de una profesor de escuela pública no suele pasar de los 200€ al mes.
Muchas familias sobreviven porque durante la etapa soviética recibieron una casa con un huerto al lado, de manera que gracias a las lechugas del huerto van tirando para llegar a fin de mes. De una manera u otra, es una necesidad que, como tal, acaba cristalizando en tradición. Cambiar esa mentalidad es difícil.
Tal vez esa es una de las razones por las que la gente en Ucrania desconfía tanto de los supermercados. El haberse criado en la cultura de “búscate el alimento tú mismo”. Y ahora los intermediarios, llámense supermercados, no son vistos con confianza.
La otra podría ser que esta falta de confianza, lejos de ser algo específico del mundo gastronómico, fuera algo genérico de la sociedad ucraniana. Quizá algo de eso también haya.
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