miércoles, 10 de septiembre de 2008

Moscú, en entredicho

Corren tiempos nuevos en la comunidad internacional. Ahora ya no es posible atacar e invadir un país aunque éste esté en la llamada zona de influencia de una potencia.
Escribe Alberto Priego en Safe Democracy que esa debería ser la primera lección aprendida por Medvedev tras su estrepitoso fracaso en Osetia del Sur. Lejos de ser apoyado por sus aliados y de conseguir intimidar a sus competidores, la posición internacional de Rusia ha quedado completamente en entredicho.
El objetivo fundamental de Rusia no era otro que reafirmar su posición internacional atacando al principal aliado de Estados Unidos en la región.
El Kremlin, que se apoya mucho en el simbolismo, se sintió ultrajado por el reconocimiento internacional de Kosovo y por ello pretendía dar un golpe de efecto a quienes lo habían propiciado.
Esta política exterior errónea y propia de la Guerra, ha colocado a Moscú en una situación muy complicada que no favorece la estabilidad política y económica que necesita.
UN ASUNTO MUY SERIO PARA WASHINGTON
Tras la crisis de Osetia del Sur, Estados Unidos se está replanteando sus relaciones con Rusia. La reacción de la Administración Bush ha sido durísima. Todos, desde el presidente Bush, pasando por Robert Gates hasta Condolezza Rice, han vertido duras críticas a la actuación del Kremlin.
No obstante, quien más contundente ha sido la Secretaria de Estado, al advertir a Moscú que ni estamos en 1968 ni esto es Checoslovaquia. Las declaraciones de Rice son tajantes ya que por un lado señala que, durante la Guerra Fría, Washington tenía las manos atadas en buena parte de Europa y, por el otro, reafirma que Georgia, hoy por hoy, es uno de el principales aliado de Estados Unidos en la zona.
Para Washington el asunto es tan serio que se han planteado sanciones como la expulsión de Rusia del G-8 o la suspensión de acuerdo sobre uso civil de la energía nuclear que reportaría beneficios millonarios a Moscú. Además, los dos candidatos a la Casa Blanca han mostrado posicionamientos muy críticos con las aventuras imperialistas de Medvedev.
Sin embargo, no podemos reducir el enfrentamiento a una disputa entre Rusia y Estados Unidos.
Otros países como el Reino Unido, que mantiene unas relaciones deterioradas con Moscú desde el asesinato de Litvinenko, también se ha mostrado muy duro con Rusia. El Secretario del Foreign Office, David Miliband, visitó Ucrania y reafirmó que la integración de Georgia en la OTAN sigue estando sobre la mesa, mostrando así un claro apoyo a la candidatura del país caucásico.
En el Parlamento Británico se han oído duras propuestas contra Rusia que van desde una política restringida de visados hasta la imposición de sanciones inteligentes.
Incluso el líder de los conservadores, probable primer ministro según las encuestas, David Cameron, afirmó que había que evitar los fines de semana de lujo y compras por Londres de los oligarcas rusos. En esta misma línea también están los países bálticos y de la Europa central y oriental, sobre todo Polonia, que recientemente ha firmado un acuerdo para el establecimiento de un escudo antimisiles en su territorio.
LA CRISIS LLEGA A LA OTAN
En la UE la situación no es mucho mejor. La convocatoria de un Consejo Extraordinario no se producía desde los atentados del 11-S.
Países que tradicionalmente han tenido una actitud más cercana con Rusia han adoptado una posición mucho más crítica. Las declaraciones de Francia han sido demoledoras al afirmar que Rusia estaba fuera de la legalidad internacional.
Alemania e Italia parecen ser los países con mayor sintonía con Moscú. A pesar de los intentos de mediación de Merkel con Medvedev, con quien llegó a reunirse en Sochi en plena crisis, su posición ya no es la de abril pasado, cuando vetó la entrada de Georgia en la OTAN.
Si nos fijamos en la OTAN las relaciones con Rusia son aún peores. De hecho, no se estaba en una situación tan mala desde 1995 cuando la Alianza publicó su famoso informe de ampliación.
La declaración de condena del Consejo del Atlántico Norte ha sido muy dura y el propio Secretario General ha acusado a Rusia de violar varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Parece que, algunos Estados, admiten de forma velada el error de no haber invitado a Georgia y Ucrania a integrarse en la Alianza en la pasada Cumbre de Bucarest.
A modo de compensación se creará una Comisión OTAN-Georgia como la que ya existe con Ucrania. Respecto del futuro de Georgia en la Alianza, algunos miembros tienen aun una voluntad más firme de integrar a la república caucásica en la OTAN, pero Moscú no va a ponerlo fácil.
El dúo Medvedev-Putin habría amenazado a Occidente con vender el moderno sistema de defensa aérea S-300 a Irán, lo que prácticamente impediría un ataque aéreo en el caso de que Teherán lograra el arma nuclear.
LA DEPENDENCIA ENERGÉTICA DE EUROPA
Otro de los temas de controvertidos es la energía.
Rusia posee una gran capacidad de chantaje ya que es el principal suministrador de gas de Europa del Este y de Alemania. Moscú puede emprender represalias con aquellos países que han sido más críticos con su actuación en Georgia subiendo el precio o cortando directamente el suministro del gas.
Otra herramienta en manos de Rusia es la red de oleoductos del propio Cáucaso. Uno de las motivaciones de la invasión de Georgia fue la desestabilización de la zona para lograr que se utilicen las rutas de gas y petróleo alternativas al BTC, al Bakú-Supsa y al Bakú-Erezum.
Para ello, Gazprom, empresa de la que forma parte Medvedev, ha comprado el oleoducto que une Armenia con Irán lo que le permitiría crear más rutas alternativas a las georgianas.
Sin embargo, no podemos olvidar que la economía de Rusia depende en un 80 por ciento de la venta de hidrocarburos y un empeoramiento de las relaciones con sus clientes conllevaría una reducción de sus beneficios.
Por otro lado, Moscú no ha obtenido el grado de respaldo que esperaba de China y del resto de miembros de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS).
La declaración de la organización es muy tibia y evita cualquier pronunciamiento a favor de los movimientos secesionistas, algo que era de esperar pues está en su carta fundacional y la propia China tiene problema en el Tibet y en Xinjiang.
En definitiva, la crisis de Osetia del Sur ha supuesto un duro varapalo internacional para Rusia y para los posicionamientos eslavófilos y orientalistas que parecen defender el nuevo presidente Medvedev y su primer ministro Putin.

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