martes, 29 de julio de 2008

Un divertido cambio de aires

DV. Anastasiya Mostova vive en Irpen y estudia en Kiev, la capital de Ucrania. Cada día, recorre esta distancia en tren, autobús y a pie, lo que un día normal significa levantarse a las 6.30 horas de la madrugada para llegar a clase a las 8.30. En un invierno normal, de esos en los que el mercurio no baja mucho, también significa caminar a quince bajo cero. «Algunos años tenemos hasta treinta bajo cero, pero entonces a veces suelen cerrar el colegio para evitar epidemias de gripe y anginas», explica en un correctísimo castellano esta joven de 13 años que resalta sus preciosos ojos azules con eye liner. También lleva un ligero toque de brillo en los labios. Maquillaje muy discreto para una ucraniana, cuenta. «Tendrías que ver cómo van algunas pintadas a clase. Los profesores son bastante estrictos en eso y no te dejan que te pases».
Regenerar defensas
Anastasiya es unos de los 199 ucranianos de entre 6 y 17 años que pasan el verano en Gipuzkoa gracias a la Asociación Chernobil. En total, han viajado al País Vasco 397 menores. Estos dos meses de estancia lejos de la zona contaminada por el escape radiactivo son una recomendación de la Organización Mundial de Salud, ya que les sirve para regenerar las defensas para combatir las enfermedades a las que son más propensos (anemia, cáncer de tiroides, afecciones respiratorias...) estos chavales que nacieron después del desastre nuclear pero cuyas consecuencias aún siguen padeciendo. Necesitan respirar aire limpio, y decenas de familias guipuzcoanas les brindan esta posibilidad abriendo generosamente sus casas y sus corazones.
Anastasiya es una de las veteranas. Lleva 8 años pasando los veranos en casa de Marian Izagirre, en Errenteria. Allí come aceitunas, espárragos, vainas, carne, pescado fresco... alimentos que precisamente no abundan en Ucrania. Tanto allí como aquí, comparte mesa con sus dos hermanos, Alexei, de 10 años y Andrei, de 8. Ellos también conocen bien lo que es pasar el verano en Gipuzkoa, ya que llevan años viniendo a casa de Marian. Es su segunda familia. «No encanta venir aquí, aunque también te da pena dejar aquello, por la familia». Sentimientos encontrados que volverán a vivir dentro de un mes. «Tienes ganas de volver a casa pero te apena mucho dejar esto», cuenta la hermana mayor. Entre tanto, disfrutan de dos meses de diversión con un lugar preferido: la playa. «Es que allí nos queda muy lejos y vamos al río».
Muchos niños repiten, por lo que año tras año se va fraguando una tremenda complicidad con sus familias de acogida. Como la que existe entre las hermanas Miren y Marisa Arizmendi, de Donostia, que acogen a tres primos: Galina Nedelko, Ivan y Sergeiy, de 17, 14 y 10 años respectivamente. «Al final, no sabes quién manda, si ellos o nosotras», bromean.
Galina es ya universitaria: estudia Filología ucraniana y lengua castellana. Los idiomas son lo suyo. «Desde luego. Ellos manejan el alfabeto cirílico y el primer año que vino ya leía todas las letras y se defendía con el castellano». También aprendió a defenderse con el puré de verduras. «Ahora ya me gusta», sonríe con un ligero gesto de molestia mientras se lleva la mano al mentón. Acaba de volver del dentista, cuenta. Le han hecho un empaste.
La visita al odontólogo suele ser habitual en estos meses, ya que los chavales sufren problemas bucales. «Tienen menos calcio», explica Marian. Ella es una de las responsables de la organización y conoce de cerca la vida cotidiana de estos niños en un ambiente contaminado. De hecho, todos ellos tienen un certificado gubernamental que acredita que residen en la zona afectada por la radiación y sus familias carecen de recursos para costear un viaje fuera de ese trozo del mundo tan gris.
Casi con escamas
En Gipuzkoa, la vida tiene otro color. Si no, que le pregunten a Galina por la tamborrada de Añorga-Txiki durante las fiestas del Carmen, en la que toca desde hace años. O a sus primos por las salchichas y los chapuzones en la piscina del camping de Oiartzun . «Les van a salir escamas de tanto estar en el agua». Mucha diversión. Y, claro, parece que el reloj va más rápido. «Aquí el tiempo se me pasa volando. Llevo un mes y me parece que ha sido un día», confiesa Galina.
El primer año es el más duro. Para los niños y también para las familias. El periodo de adaptación no está exento de dificultades, «porque todo es nuevo. Personas que no conoces, comida muy distinta, otras rutinas... Como toda experiencia nueva y desconocida es difícil, pero por encima de todo es muy enriquecedora». Así lo aseguran muchas de las familias que responden a la llamada de solidaridad de la Asociación Chernobil, a quienes Markel Olano, diputado general de Gipuzkoa, felicitó y agradeció ayer «por dedicar parte de vuestro tiempo y recursos a estos niños y por contribuir a un mundo más humano».
Olano pronunció estas palabras en la ya tradicional recepción a estos niños ucranianos, un acto que se celebra en el palacio foral y en el que también participó Iñaki Galdos, diputado de Deportes y Acción Exterior. «Al cabo del año aquí hacemos muchas recepciones que reflejan la viveza de la sociedad guipuzcoana, y este acto en concreto lo preparamos con mucho cariño y alegría», dijo el diputado general, que se dirigió a las «extraordinarias y desinteresadas familias que os quieren ver felices. En este acto también os queremos ver felices».
Para entonces, los niños y adolescentes ya habían posado en la gran foto de familia que se tomó en la escalinata de la entrada. Tras las palabras de bienvenida, en las que Anastasiya pronunció unas frases de agradecimiento a las familias de acogida, los menores disfrutaron con el mago Txan, que llenó sus caras de sonrisas.

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