miércoles, 18 de junio de 2008

¿Y usted confía en su gobierno?

Así como a la humedad que penetra por todos los resquicios, o a la vejez que aniquila y destruye lenta pero irremediablemente, los seres humanos nos vamos adaptando (y vamos adoptando) a los cambios sutiles, a modificaciones discretas de nuestro entorno, aquellas que inicialmente representan una pequeña molestia, si acaso una discreta irritación, pero que tarde o temprano se convierten en parte de nuestra realidad. Lo que en un momento dado puede causar profundo malestar social algunos lustros más tarde pasa inadvertido. Aunque estemos conscientes de lo que sucede.
Así, por citar un ejemplo, los ferrocarriles nacionales, que antaño fueron el eje medular de nuestras comunicaciones, principalísimo medio para el transporte de carga, de bienes y personas, iniciados por el Presidente Juárez hace más de siglo y medio, fueron, lenta, paulatinamente abandonados por sucesivos gobiernos hasta que cayeron irremediablemente en la más profunda obsolescencia. Se nos olvidó el papel primordial que jugaron durante la ya casi centenaria revolución para que, finalmente, después de ser privatizados se eliminara su función como medio de transporte de los mexicanos, sobre todo de los más desposeídos. Ahora son, si acaso, utilizados por los “polleros” para transportar inmigrantes ilegales hacia la frontera norte.
Actualmente nadie pareciera extrañarlos, y se da por descontado que las únicas maneras posibles de viajar son el automóvil, el autobús o el avión. Nadie recuerda aquellos “pullman”, los coches dormitorio que viajaban de noche a lugares como Monterrey o a Oaxaca y que permitían a sus pasajeros dormir cómodamente durante el trayecto. De esos ya no tenemos, solamente sabemos que aún existen en los países del primer mundo. Los nuestros se perdieron para siempre, son si acaso piezas de museo. Ya nos acostumbramos a su ausencia quienes los conocimos; los demás ignoran su existencia previa. Ya nadie los extraña.
Así nos hemos acostumbrado a ver los ríos convertidos en corrientes transportadoras de basura; a que los cerros y las montañas estén pelones, deforestados, carentes de fauna, a que el ánimo de lucro prevalezca sobre cualquier interés o derecho, sea este social o individual. A ver a nuestros gobernantes convertirse en afanosos instrumentos de la plutocracia; o bien en aspirantes anhelosos por integrarse al estrecho círculo de la elite del dinero.
Y aunque esto sea parte de una realidad mundial hay, como en todo, matices, grados, diferencias.
No sucede lo mismo en los países escandinavos, en el Canadá, en la vieja Europa, que en América Latina o en la India. Tal parece que la falta de respeto a la ecología, a la legislación, y al derecho ajeno se mueve en sentido inverso al índice de escolaridad y de bienestar social. Cuanta mayor pobreza, más ignorancia, más analfabetismo, mayor será el deterioro del entramado social. Esto puede llegar a un grado tal que, de acuerdo al análisis de las cifras frío, descarnado, carente de sentimientos, de los indicadores del desarrollo social efectuados por muchos economistas neocapitalistas o neoliberales, existen ya naciones enteras aquejadas por esta grave enfermedad, en tan grave estado que se encuentran inmersas en un círculo vicioso del cual no pueden, ni podrán salir, lo que las hace estár irremisiblemente condenadas a la extinción, Varios países del África Central se encuentran en estas condiciones.
¿Existe un peligro similar de que nos acostumbremos a los líderes corruptos y cínicos; a los políticos demagogos y mentirosos (además de corruptos y cínicos); a la presencia cotidiana, abierta, aparentemente irrefrenable del crimen organizado, a la pérdida progresiva de la tranquilidad y la seguridad; a la falta de respeto de nuestros gobernantes por las leyes, por las formas, por las instituciones?
Decía López Portillo, entre muchas otras cosas, que no podíamos convertirnos en un país de cínicos. ¿Es que acaso no lo somos ya?
La catarata de denuncias que la prensa nacional publica cotidianamente respecto de los abusos cometidos por gobernantes y funcionarios de todos los niveles y todos los partidos, a lo largo y ancho del país y que no encuentran respuesta alguna de las autoridades encargadas de controlarlos y castigarlos, solamente puede convertirnos en un país de cínicos.
Si por una parte nos enteramos de que el coordinador de giras de la Presidencia de la República es sorprendido robándose los teléfonos celulares de los invitados por el Ejecutivo, en visita oficial, y el castigo que recibe es únicamente la destitución, sin llegar a ser consignado -así sea para cubrir las formas o para servir de ejemplo- a las autoridades correspondientes, quien podrá creerle al Ejecutivo Federal cuando reúne pocos días después a los integrantes de su gabinete ampliado y les espeta una extensa filípica acerca de la necesidad de poner coto a las corruptelas en las compras gubernamentales, de frenar el abuso del poder, de retomar la mística del servicio público. ¿Quién, si los videos incriminatorios forman ya parte del folklore político? Y no pasa nada.
Será por todo esto que en la encuesta global sobre Gobierno y Democracia del Programa de Actitudes Internacionales de Política Pública asociado con la universidad de Maryland, E. U. el 83% de los encuestados mexicanos opinaron que su gobierno trabaja para los intereses de unos cuantos contra un 16% que piensa que lo hace para el bienestar de la mayoría. En contraste, la cifra de franceses e ingleses que creen que su gobierno trabaja para la mayoría es del doble (36%), y curiosamente, en Jordania, Egipto y China lo hace el 50, el 60 y el 65% respectivamente.
Por lo que se refiere a la pregunta sobre ¿qué tanto puede confiar en el gobierno de su país?, el 76% de los encuestados mexicanos opinó que algunas veces/nunca, mientras que el promedio mundial fue de 54, en contraste con un bajísimo 17 y el 15% de Egipto y China, y muy por encima del 60, 64, y 67% de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Los únicos países que calificaron peor que México fueron Ucrania y Corea del Sur.
¿Nos estaremos acostumbrando al cinismo de todos o solamente al cinismo de los poderosos?

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