sábado, 30 de abril de 2011

Un joven traductor camagüeyano asistió a los niños afectados en Chernóbil

Gualveris Rosales Sánchez.

Gualveris Rosales Sánchez.

Por Yamylé Fernández Rodríguez/ Radio Cadena Agramonte.
yamyle@rcagramonte.icrt.cu

Para el camagüeyano Gualveris Rosales Sánchez siempre resultará inolvidable el año 1990 cuando integró el grupo de estudiantes de Lengua y Literatura Rusas de la Universidad de La Habana, encargado de apoyar la traducción e interpretación de los primeros pacientes llegados a Cuba tras el accidente en la Central Nuclear de Chernóbil, en Ucrania.


“Esa ha sido una de las experiencias que más me ha marcado no sólo porque fue el primer trabajo profesional que realicé, sino también desde el punto de vista humano.



De izquierda a derecha: Valentín, Dima, Viacheslav, Blanquita (enfermera cubana), Daria, Cristina, y Nikita. (Foto: Gualveris Rosales Sánchez).

“Venían niños de tres repúblicas socialistas de la antigua Unión Soviética. Muchos de ellos estaban seriamente afectados de la piel o con leucemia. Había niños muy pequeñitos, otros eran adolescentes y tuvimos un acercamiento muy especial”, recuerda Gualveris quien compartió con varias familias, incluso en las casas donde fueron alojados.

Pocos años antes, el 26 de abril de 1986, en Chernóbil había ocurrido la peor catástrofe nuclear conocida hasta entonces que provocó la liberación hacia la atmósfera de insospechados volúmenes de radioactividad, lo que significaba un potencial peligro tanto para los ucranianos, como para los residentes en países vecinos.

Ante la solicitud de ayuda internacional por parte del gobierno soviético, la colaboración de Cuba no se hizo esperar y en 1990 estuvo listo el programa humanitario de atención integral destinado fundamentalmente a los niños afectados por ese desastre.


Grupo de niños provenientes de Kiev en Tarará, Cuba. Finales de 1990. (Foto: Gualveris Rosales Sánchez).

En noble gesto de solidaridad los pioneros cubanos donaron el Campamento Internacional de Pioneros José Martí, ubicado en Tarará, en Habana del Este, para alojar allí a los niños procedentes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Fue allí donde estuvo siete meses el camagüeyano Gualveris Rosales.

“Fue muy fructífero también desde el punto de vista profesional, porque aprendimos a dominar mejor el idioma ruso. Recuerdo que los niños, sobre todo, nos corregían cuando decíamos alguna palabra mal, y eso ayudó a estrechar las relaciones”.

-¿Cómo fue ese acercamiento entre dos idiosincrasias diferentes?

“Ellos valoraban mucho el afecto y el optimismo de los cubanos. Cuando partían para su país les quedaba la añoranza por las personas que habían conocido y mantenían correspondencia a través de las que siempre agradecían la atención recibida en Cuba. Hubo algunos que mantuvieron ese contacto por mucho tiempo.

“Aquí visitaron museos como el Museo de la revolución, el parque Jardín Botánico, en el Campamento de Tarará se proyectaban películas, se presentaban agrupaciones musicales y ellos también presentaban sus danzas folklóricas”.

-¿Mantienes correspondencia con algunos de los amigos que hiciste durante aquella etapa?

“Luego de varios años volví a contactar con una de las jóvenes ucranianas que conocí en Tarará Lesia Parjomenko, quien actualmente canta en un grupo musical”.

Como Lesia muchos niños y adolescentes hoy viven una vida normal en sus países de origen luego de recibir atención especializada en Cuba a través del Programa médico cubano Niños de Chernóbil.

Recientemente se conmemoraron 25 años de la tragedia en la central nuclear ucraniana que estremeció al mundo y siempre que se hable del tema habrá que hacerlo también del sensible gesto de la Revolución y el pueblo cubanos que hasta la fecha ha favorecido a más de 25 000 personas, de ellas 21 340 infantes.

Dos décadas acumula ese programa y aún mantiene su vigencia con el amor y la solidaridad como los más efectivos medicamentos.

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