lunes, 14 de febrero de 2011

La revolución traicionada

KIEV. Desde la nevada Kiev, he observado las revoluciones en El Cairo y Túnez con alegría y admiración. Los egipcios y los tunecinos tienen razón en estar orgullosos de su deseo de derrocar pacíficamente a sus gobiernos despóticos. Pero, como alguien que lideró una revolución pacífica, espero que el orgullo sea atemperado por el pragmatismo, porque un cambio de régimen es sólo el primer paso en el establecimiento de una democracia respaldada por el régimen de derecho. Por cierto, como mi país, Ucrania, hoy lo está demostrando, después de que se esfuma la euforia revolucionaria y regresa la normalidad, las revoluciones democráticas pueden ser traicionadas y revocadas.

La primera de las lecciones de Ucrania para los demócratas egipcios y tunecinos es que las elecciones no hacen una democracia. Después de todo, ¿qué pasa si los enemigos de la libertad usan las elecciones para afianzar sus agendas antidemocráticas? ¿Qué pasa si elementos del antiguo régimen, o los cuadros de minorías militantes, sólo pretenden abrazar normas democráticas para secuestrar la nueva democracia?

En Ucrania, hoy, estas no son cuestiones abstractas. Seis años después de nuestra Revolución Naranja, no sólo la democracia de mi país está bajo amenaza, sino que el régimen de derecho es pervertido sistemáticamente y nuestra independencia nacional, echada por la borda. Por cierto, el sistema presidencial/parlamentario híbrido que Ucrania estableció como parte del acuerdo que trajo un fin pacífico a nuestra revolución está siendo vaciado, para concentrar todo el poder político en manos de un presidente electo supuestamente de manera democrática.

Por supuesto, la difícil situación de Ucrania no implica que el pueblo de Egipto y Túnez deban desdeñar el llamado a elecciones libres. Determinar la voluntad del pueblo efectivamente requiere una expresión a través de las urnas. Pero las elecciones por sí solas no pueden solucionar los problemas políticos fundamentales que confrontan Egipto y Túnez. En particular, no pueden crear un orden liberal y una sociedad abierta.

Para ser efectivas, las elecciones deben ser antecedidas por un amplio debate, en el que se formulen, se ataquen, se defiendan y, en definitiva, se plasmen argumentos políticos en organizaciones partidarias ideológicamente coherentes. El consentimiento democrático puede darse verdaderamente cuando los votantes saben a qué están consintiendo. Cualquiera que se niegue a hacer a público lo que pretende hacer cuando esté en el poder, o mienta al respecto -como hizo el actual presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, durante su campaña en mi contra el año pasado- no es un defensor de la democracia por la que los ciudadanos arriesgaron sus vidas.

Es más, la democracia debe estar arraigada en el régimen de derecho. Deben existir reglas aceptadas que sean vinculantes para todos los que participen en política, de manera que aquel que no las acepte u obedezca quede descalificado. El intento manifiesto de Yanukovich de apoderarse de la elección que precipitó la Revolución Naranja debería haber sido motivo suficiente para prohibirle presentarse en futuras elecciones. Sin embargo, eso no pasó.

Ahora, como presidente, el instinto crudo de Yanukovich es tratar el derecho y la Constitución como los consideraba Karl Marx: una mezcla de sentimentalismo, superstición y la racionalización inconsciente de intereses privados. Robar elecciones, suprimir el voto y manifestar desprecio por el régimen de derecho son negaciones de la democracia. Aquellos que se involucran en estas prácticas deben ser vistos como enemigos de la democracia y ser tratados como tales.

De todo esto surge una segunda lección. El hecho de que un gobierno haya sido elegido democráticamente no significa que haya prevalecido la causa de la libertad. El resto del mundo no debe hacer la vista gorda frente a la reincidencia autoritaria. Sin embargo, hoy, no sólo muchos de los vecinos de Ucrania guardan silencio frente al estrangulamiento que le aplica Yanukovich a la democracia de Ucrania, sino que algunos abiertamente celebran la supuesta "estabilidad" que impuso su régimen. Durante décadas, los egipcios y los tunecinos pagaron un precio alto en materia de libertad para la estabilidad de otros. Nunca se les debe pedir u obligar a que vuelvan a pagarlo.

Una manera de ayudar a impedir que una revolución democrática sea traicionada desde adentro es construyendo una sociedad civil genuina. Nosotros en Ucrania aprendimos esta verdad a partir de la dura experiencia de la época comunista. Aunque el comunismo, de vez en cuando, podía convivir con la propiedad privada, y a veces con la empresa privada, nunca pudo convivir con la sociedad civil. El ataque más fatídico que acompaña la instalación de cualquier dictadura es un ataque a la sociedad civil.

En Ucrania, la libertad de expresión, tras la caída del comunismo, se restableció de la noche a la mañana. Pero revivir la sociedad civil -las muchas maneras mutuamente complementarias en las que los ciudadanos participan en la vida pública- es una tarea complicada, como pronto descubrirán los pueblos de Egipto y Túnez. La razón salta a las claras: la sociedad civil es una entidad intrincada, frágil y hasta misteriosa que evoluciona con las décadas, si no con los siglos. Sus pilares -asociaciones privadas y voluntarias, la descentralización del Estado y la delegación del poder político a organismos independientes- deben ser alimentados con paciencia y desde abajo.

Donde la sociedad civil sigue sin haberse desarrollado, cada problema le llega al "Gran hombre" sentado en la cima. De manera que, cuanto más poder se concentre en el centro, más posibilidades hay de que las fuerzas antidemocráticas ganen -o vuelvan a ganar- el control del país.

Mientras la gente en todo el mundo alienta la llegada de la democracia a Túnez -y, es de esperarse, a Egipto-, no nos dejemos engañar por sus trampas formales. Celebremos la llegada al norte de África del espíritu de libertad y de solidaridad, que alguna vez le devolvió a Ucrania su libertad y volverá a hacerlo. Y comprometámonos a que nuestra solidaridad no termine en las fronteras de nuestras naciones. La libertad -la verdadera libertad- es indivisible.

* Yuliya Tymoshenko fue primera ministra de Ucrania y hoy es líder de la oposición.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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