lunes, 15 de febrero de 2010

Ucrania: elecciones y revolución naranja (III)

La época de concordia fue un momento histórico en el que las principales élites políticas partidarias de la economía de mercado y la independencia de Ucrania convergieron en un cierre de filas entorno a la figura del Presidente. Por aquellos tiempos, en los años noventa del siglo pasado, el partido más importante de Ucrania era el comunista, el más votado y con más representación política en todas las elecciones legislativas. Desde ese punto de vista, había cierta incertidumbre respecto a una posible victoria de los comunistas en una elección presidencial. No era fácil pero tampoco descartable, aunque si casi imposible de materializase. Y es que el régimen ucraniano tenía un estricto control sobre los medios de comunicación y una indudable capacidad de dar pucherazos electorales… Aspecto que decía haber revelado la “revolución naranja”.

La política del fraude electoral, si existía, no empezó en el 2004 ni mucho menos. ¿Qué podríamos decir de lo que ocurría cuando había elecciones presidenciales entre el candidato comunista Symonenko y Kuchma en un contexto en el que ningún estado del planeta apoyaba la opción comunista?

Es más que posible que el fraude existiese desde los primeros años de la independencia, ahora bien los mismos protagonistas de la “Revolución naranja” estaban en el bando del poder, en el bando de los que podían producir esos fraudes. Pero, Yúschenko, Timoshenko y Occidente como mínimo callaban, ¿por qué? Simplemente porque la víctima de los fraudes era el Partido Comunista. Por lo tanto, si la revolución naranja demostró que había fraude entre los integrantes del cártel político que gobernó Ucrania hasta el 2004, qué no habría antes cuando este cártel se enfrentaba a los comunistas, marginados del poder y vilipendiados a nivel internacional.

Entonces, ¿Por qué hubo una “revolución naranja”? A principios del siglo XXI coincidió el final de la carrera política de Kuchma con el afianzamiento de Ucrania como Estado independiente y economía de mercado. En este contexto y con la vista puesta en la retirada de Kuchma para el 2005, el cártel político empieza a disolverse para abordar la inminente competencia entre personalidades y diferentes sensibilidades políticas. Es ahí donde se inserta la “revolución naranja”, en la competencia entre élites políticas que anteriormente colaboraban y que ahora se disputaban el poder sin miedo a perderlo en manos comunistas. Además, esta táctica les reportaba un indudable beneficio, si antes el cártel ocupaba el “centro” espacial de la política ucraniana, con su división y comportamiento adversativo les ofrecía la oportunidad de que cada sensibilidad política se reafirmase desde el punto de vista identitario, mostrándose de una manera más integral y nítida ante el electorado. Gracias a ello, los occidentalistas podían crecer en votos recogiendo el sufragio de la derecha más nacionalista ucraniana, pero sobre todo, la sensibilidad rusófila que representaba y representa Yanukóvich podía crecer extraordinariamente a costa de los comunistas.

Y así ocurrió, en un contexto de crecimiento económico y aumento de la estabilidad política, el electorado cada vez observaba más a los comunistas como una opción no factible para cambiar el status quo desde dentro del sistema. En cambio, con el Partido de las Regiones podían soñar en poder escorar la política ucraniana hacia posiciones más rusófilas, y casi lo consiguieron en las elecciones presidenciales del 2004. De repente, de la noche a la mañana, el Partido Comunista que siempre había estado por encima del 20% quedó fagocitado por Yanukóvich. La mayoría de los votantes comunistas optó por el voto útil y por lo tanto, optó por un voto pro-sistémico pero al menos más cercano a sus posiciones rusófilas. Pero había más actores en juego. Por aquél entonces la política norteamericana era extremadamente intervencionista en el área postsoviética y hacía al menos un año que estaban preparando a la sensibilidad pronorteamericana para el asalto al poder. Sin la participación de las ONGs, fundaciones y todo tipo de organizaciones estadounidenses o financiadas desde Estados Unidos, no habría sido posible el capítulo de la “revolución naranja”. Este, no era más que un asalto más en la pugna entre las élites políticas que integraron el cártel político que gobernó Ucrania desde la independencia.

Para la historia quedarán dudas más que razonables. El Presidente saliente, el infausto Yuschénko, se marchará sin haber cumplido una de sus promesas más importantes: aclarar el asunto de su envenenamiento. Las acusaciones contra el servicio de espionaje ruso no han sido probadas y es más, han ido a parar al cajón de los recuerdos. Hay dudas más que razonables sobre la versión que se aireó en su día; si el servicio de espionaje ruso quería matarle, ¿para qué envenenarle con un veneno tan ineficaz? Yo, sin ninguna prueba al respecto, me quedo con la versión conspirativa. Me decanto por pensar que todo fue un montaje que formaba parte de la estrategia de la “revolución naranja”.

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