martes, 9 de febrero de 2010

PRIMER MANDAMIENTO

El cambio de aires en Ucrania no hubiese interesado si no entrañara el final de la 'revolución naranja', alentada por Occidente. Siempre en la idea de que el coche va a correr más porque le pongamos más gasolina. Vuelve Yanukóvich, el amigo ruso, frente al hermoso y rubio despropósito de Julia Timoshenko. Feo asunto si consideramos que mientras el sur de habla rusa y el este han votado a Yanukóvich, el oeste lo ha hecho por la bella Timoshenko. Los observadores internacionales parecen dispuestos a validar los resultados a favor del líder prorruso, y desde fuera, todos tirarán de la manta.
Regresa el hombre cuya elección fraudulenta, apoyada por el Kremlin, dio el pistoletazo de salida a la revuelta prooccidental, que ha acabado por desilusionar a los ucranianos hasta hundirles en un profundo abismo económico. Durante ese tiempo habremos enseñado la patita y alabado los primores de otra república de la órbita soviética convertida al cristianismo, con el parón entre 'friki' y alternativo del envenenamiento de su primer presidente democrático, Víctor Yúshenko, por los servicios secretos rusos. Europa, a partir de mañana, tendrá que hacer como en los juzgados de familia, recomendar, frente al divorcio, que no hay nada mejor que un matrimonio tradicional. Y, en el peor de los casos, propiciar una separación de mutuo acuerdo.
El mundo se ha hecho raquítico y desconfiado. No hay guerra fría, pero se utiliza a los 'hijos' como un arma. Las grandes potencias se esfuerzan en delimitar sus campos de influencia. Y Ucrania, cómo no, pertenece a ese campo. El secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, predicaba en el desierto de Múnich la necesidad de acometer una «revolución cultural» que rompa con el «pensamiento convencional». Ofrecía como territorio neutral para el experimento Afganistán, donde ese espíritu iba a revelar «la cooperación de los países más allá de sus fronteras» en pos de una «seguridad común». La Alianza se convertiría así en un foro para la seguridad mundial y el juego del mus. Mientras planteaba tal propuesta de desarme mental, el Kremlin divulgaba su nueva doctrina militar: consideraba a la OTAN su enemigo por admitir como socios precisamente a Ucrania y Georgia y rechazaba enfurecido la idea de que EE UU instale en sus fronteras misiles de interceptación nuclear. Junto a ellos, China reivindica una alegre doctrina militar defensiva y una estrategia nuclear de autodefensa -¿tal vez Irán?-, como expresó, también en Múnich, su ministro de Exteriores Yiang Jiechi. Estamos jodidos.

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