martes, 9 de febrero de 2010

mingo fueron una "impresionante demostración" de democracia. El equipo de observadores liderado por la Organización para la Seguridad y la Cooperació

Ucrania despertó las simpatías de muchos europeos cuando sus ciudadanos se levantaron contra los restos del comunismo en la «Revolución Naranja». Un pueblo reaccionaba frente al autoritarismo y demandaba tanto un régimen auténticamente democrático como una relación mucho más estrecha con la Alianza Atlántica y la Unión Europea.
Las recientes elecciones han puesto punto y final a aquella experiencia, aunque en realidad aquel proceso tan esperanzador se diluyó con el paso del tiempo.
Los líderes de la revolución no fueron capaces de llegar a un entendimiento sobre cómo afrontar los grandes retos que tenían ante sí. La desunión, sumada a la compleja reconversión industrial y a los efectos de la crisis económica, han dañado el prestigio de estas fuerzas ante el electorado. La apertura a Occidente se vio frustrada por el chantaje ruso y por la evidente falta de interés europea. Putin subió el precio del gas y amenazó con un corte prolongado del suministro. Al mismo tiempo adelantó su disposición a no abandonar la base naval de Sebastopol, incluso se dio a entender la voluntad de recuperar la Península de Crimea, que graciosamente Kruschev regaló a Ucrania.
A pesar de la presión norteamericana, los europeos, desde la Alianza Atlántica y desde la Unión Europea, han optado por intentar entenderse con Rusia antes de expandir su influencia hacia el Este, Cáucaso y Asia Central incluidas. Los planes alemanes para establecer nuevos gasoductos que eviten los estados de Europa Oriental y lo ocurrido en Georgia fueron claros testimonios de la aceptación europea a la exigencia rusa de un área de influencia.
La clase dirigente ucraniana captó el mensaje y ya el gobierno anterior buscó un entendimiento con Rusia. El pueblo ucraniano deja atrás sus ilusiones y trata de encontrar un nuevo acomodo entre Rusia y Europa Occidental.

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