lunes, 7 de diciembre de 2009

Continúa el desarme

El pasado viernes expiró el START, un tratado sobre reducción de armas atómicas firmado en 1991 por el que Estados Unidos y la antigua Unión Soviética se comprometían a reducir por debajo de 6.000 cabezas sus respectivos arsenales nucleares. El START fue, sin duda, uno de los instrumentos que más contribuyeron a que las turbulencias políticas y territoriales que siguieron al colapso del régimen comunista no se tradujeran, además, en una peligrosa controversia internacional sobre el control del armamento procedente de la guerra fría. Tal vez no se haya valorado aún en su justa dimensión el paso decisivo para la seguridad mundial que supuso la renuncia a los arsenales nucleares soviéticos por parte de Bielorrusia, Kazajistán y Ucrania, una vez que se desintegró la URSS.


Barack Obama deseaba tener preparado el nuevo acuerdo que suceda al START antes de recoger en Oslo el premio Nobel de la Paz, seguramente con la intención de presentar algún resultado internacional que justificara una concesión que resultó sorprendente y controvertida. Los equipos negociadores de Washington y Moscú no han logrado, sin embargo, consensuar los términos del nuevo tratado, que contemplaría una reducción adicional de los arsenales nucleares de ambas potencias hasta situarlos en el entorno de las 1.500 cabezas. El retraso no sería resultado de diferencias insalvables en la negociación: ambas partes se han comprometido a continuar las conversaciones y respetar, entretanto, un pacto no escrito sobre la reducción.

La disposición de Estados Unidos y Rusia para sustituir el START por otro acuerdo que mantenga y profundice el desarme es en sí misma una buena noticia, en la medida en que contribuye a disminuir el riesgo que entraña la simple existencia de los arsenales nucleares. Pero es, además, un requisito imprescindible para que la compleja revisión del Tratado de No Proliferación prevista para el próximo año pueda alcanzar algún resultado. El compromiso de reducir los arsenales atómicos por parte de las dos mayores potencias en este ámbito confiere credibilidad, y también legitimidad, a los propósitos de detener la proliferación por parte de quienes ya están en posesión del arma. De manera implícita, la discusión internacional deja de girar en torno a qué países pueden y no pueden disponer de cabezas nucleares y se centra en avanzar en un mundo libre de ellas

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