GEOPOLÍTICAEl poder que ejerce Rusia sobre el resto de Europa por cuenta de sus exportaciones de gas tiene dividido al continente. Mientras unos países respaldan sus gasoductos proyectados, otros buscan liberarse del yugo del Kremlin. ¿Quién da más?
No hay misiles, tampoco trincheras, pero Europa está en guerra. Y aunque es invisible, no por eso es menos crucial. Las grandes potencias y los países pequeños se están jugando la seguridad energética del continente. Rusia, el mayor exportador mundial de gas natural, con reservas de más de 47,57 trillones de metros cúbicos, suministra el 40 por ciento del hidrocarburo que Europa necesita para calentarse en invierno y para poner en marcha sus industrias. A sabiendas ello, Moscú no ha dudado en usarlo para presionar a los países que dependen de él. Como declaró a SEMANA Marshall Goldman, experto en energía de la Universidad de Harvard, "ser el mayor proveedor de gas de Europa le da a Rusia un poder político enorme. Tiene más ahora con el gas que durante la Guerra Fría".
En efecto, desde cuando ese conflicto silencioso terminó, en 1989, se han contando 55 cortes de gas, y desde 2006, todos los diciembres Moscú ha cerrado la llave con el pretexto de discutir el precio con Ucrania, país de tránsito obligado para más del 80 por ciento del gas que fluye hacia Europa. Y ésta, dependiendo de otros, se muere del frío.
Por eso, para el Viejo Continente es de importancia estratégica garantizar que le llegue el gas sin estar sujeto a vaivenes. Pero, según expertos, la posición dominante del Kremlin y su comportamiento caprichoso, al igual que el de Ucrania, han dividido al continente en cuanto a los proyectos para alcanzar ese objetivo. Países como Francia, Alemania e Italia, cómodos con su relación con el primer ministro ruso, Vladimir Putin, y renuentes a provocar su ira, apoyan los proyectos de Rusia. Ésta, con su gigante Gazprom, está detrás de los gasoductos South Stream y Nord Stream, que consolidarían su influencia sobre Europa. Por el otro lado, países como Bulgaria, Rumania, Hungría y Austria, hastiados del chantaje, promueven el proyecto Nabucco, que busca diversificar las fuentes y abrirse hacia Asia central.
El asunto es muy complejo porque el gas, a diferencia del petróleo, tiene una dimensión geográfica determinante. Según Goldman, "el gas natural es crítico, pues si empiezas a consumirlo y te unes al gasoducto, no hay alternativa, te vuelves dependiente, no hay marcha atrás". El gas está muy ligado a la geografía y es más difícil de transportar en barcos que el petróleo. Cada gasoducto, además, cuesta entre 5.000 y 10.000 millones de dólares, y una vez construido, está ahí para quedarse, por lo que implica compromisos de enorme trascendencia.
Las alianzas son evidentes. Rusia e Italia, con las firmas Gazprom y Eni, respectivamente, trabajan en South Stream, que costará 12.000 millones de dólares, transportará 63.000 millones de metros cúbicos de gas al año desde 2013. Saliendo de Rusia, este gasoducto atravesaría el mar Negro para llegar a los Balcanes y Bulgaria, donde se bifurcaría, una línea hacia el norte hasta Austria, y la otra, hacia el sur, hasta Grecia e Italia. Hace poco Vladimir Putin y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, amigos cercanos, se reunieron y vía teleconferencia acordaron acelerar el tendido de South Stream con el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, quien ya había dado el visto bueno para que la obra atraviese las aguas turcas del mar Negro. El mayor reto de Rusia es lograr que South Stream, que esquiva por completo a Ucrania y conecta directamente con Europa occidental, empiece a funcionar lo más pronto posible.
Pero ahí no terminan las ambiciones rusas. Junto con Alemania y Finlandia, el gigante está detrás de Nord Stream, que bombearía 55.000 millones de metros cúbicos anuales desde Rusia a través del Báltico hacia Europa Occidental. Dinamarca y Suecia, renuentes por cuestiones ambientales, ya han dado el sí al gasoducto, que costará unos 8.000 millones de dólares y podría entrar en operación en 2011. A la cabeza de este proyecto está Gerhard Schröder, ex canciller de Alemania y admirador de Putin. Aunque para muchos es una vergüenza que el ex gobernante esté en Nord Stream, para otros es una muestra de la relación entre ambos países. Además, es otro intento de Rusia de soslayar a Ucrania y consolidarse como el proveedor por excelencia de Europa.
Los demás países involucrados tienen otras ideas. Después de años a la merced del Kremlin, Bulgaria, Rumania, Turquía, Hungría y Austria le apuestan a Nabucco, un gasoducto que iría desde Azerbaiyán, por Turquía, atravesando los Balcanes hasta finalizar en Austria. Este proyecto es respaldado por la Unión Europea y Estados Unidos, preocupados por el poder del Kremlin. Está proyectado que funcione a partir de 2013 tras una inversión de 11.000 millones de dólares.
Como era de esperarse, Nabucco no le cuadra a Putin, quien está decidido a bloquearlo. Rusia está comprando acciones en empresas de energía, incluso al doble de lo que cuestan, en Hungría y Austria; adquiriendo reservas de gas en los alrededores del mar Caspio (para complementar su producción local, en declive), y está usando su poder contra el más débil, Bulgaria, que depende de Rusia para el 95 por ciento de sus necesidades de gas.
Sin embargo, hay dudas sobre las reservas de Asia central y hay quienes dicen que no pueden competir con Rusia. La Unión Europea no ha tomado una posición frente a Nabucco por temor a Moscú y además este gasoducto solo tendría capacidad para suministrar el 10 por ciento de sus necesidades energéticas, más o menos 31.000 millones de metros cúbicos, lo que deja a Gazprom todavía en posición privilegiada.
Otro país privilegiado es Turquía, tal vez el mejor parado en esta ópera. Nación clave por su localización, juega en ambos bandos, pues es parte de Nabucco, pero también de South Stream. Goldman opina que "para Turquía es mejor aliarse con Europa, no es bueno ser tan dependiente de Rusia y estar sujeto al chantaje". Para otros expertos, la estrategia de Turquía se basa en que, al fin de cuentas, sin importar qué proyecto resulte viable, tendrá que tener en cuenta a Estambul.
Por último, esta guerra no es sólo política, sino económica. Como afirma el experto en energía de la Universidad de Copenhaguen Peter Viggo Jakobsen, "Rusia también quiere cuidar sus intereses comerciales". Y es que las cifras son monumentales. Por ejemplo, en 2008 las exportaciones de gas le significaron 39.000 millones de dólares a la economía rusa y este año espera llegar a 64.000 millones. Como dijo a SEMANA el profesor Rawi Abdelal, del Centro Davis para estudios rusos de la Universidad de Harvard, "el capitalismo y las ganancias son igual de importantes a lo político. Gazprom, como cualquiera, quiere maximizar sus ventas". Esto al menos deja claro que aunque Europa necesita a Rusia, ésta tampoco puede estar sin aquella.
Esta guerra está lejos de acabar. Lo que se sabe es que mientras Europa se durmió, Rusia se apoderó de su seguridad energética. Ya tarde, despierta y se da cuenta de que no puede seguir subyugada al Kremlin. Éste, por su parte, sabe que el gas es su gran arma, y no dudará en usarla. En este momento, los proyectos de Rusia, South Stream y Nord Stream, se acercan a la realidad, mientras Nabucco, aunque imprescindible para los miembros de la Unión Europea, se enfrenta a duros obstáculos. Al menos este año, mientras las temperaturas bajan, Europa sólo puede suplicar para que Rusia no cierre la llave.
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