El despliegue de un gasoducto de 1.200 kilómetros que llegará directamente desde Rusia, a través de las frías aguas del mar Báltico, hasta Alemania ha agitado viejos temores en Polonia. "Hasta ahora nuestro seguro era que todo el gas que iba a Occidente pasaba por nuestro territorio o por otros países del este de Europa", afirma Jacek Kucharczyk, director del Instituto de Asuntos Públicos en Varsovia. Con Nord Stream, que previsiblemente comenzará a construirse el próximo año, todo va a cambiar.
Los astilleros de Gdansk, cuna de Solidaridad, sufren una profunda crisis
Moscú ha cortado el suministro de gas 55 veces desde la caída de la URSS
La predisposición polaca hacia EE UU ha disminuido en los últimos años
Con el historial de Gazprom -el monopolio ruso del gas y principal impulsor del nuevo gasoducto, junto a Alemania- en la utilización de la energía como arma, los expertos afirman que no es de extrañar la inquietud que el proyecto genera en Polonia. "Nadie niega que Nord Stream es una mala noticia para nosotros", añade Kucharczyk. "Preocupa sobre todo qué sucederá con Bielorrusia y Ucrania, que ya han tenido cortes de suministro; si Moscú deja a esos países sin gas por los motivos que sean, se creará una inestabilidad en la zona que no interesa ni a Polonia ni a nadie".
La guerra del gas del invierno pasado, que enfrentó a Moscú y Kiev, y dejó sin calefacción a varios países europeos, dejó claro cómo un problema en la parte más oriental de Europa puede afectar a la Unión. La presión ejercida entonces por Occidente forzó un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania. Pero la cuestión es si la presión será la misma cuando Gazprom pueda cortar el gas de forma selectiva a las débiles repúblicas ex soviéticas.
Los temores no son infundados. Desde la caída de la Unión Soviética, se han registrado al menos 55 cortes de suministro por motivos políticos, según un reciente informe del FOI, un instituto de investigación vinculado al Ministerio de Defensa de Suecia. "Para nosotros
[el proyecto Nord Stream] no es una diversificación, porque el gas seguirá viniendo de Rusia. Nabucco [otro gasoducto promovido por la UE] es, en cambio, interesante. Hay que traer también gas y petróleo de Asia Central", afirma Grazyna Bernatowicz, subsecretaria de Estado en el Ministerio de Exteriores polaco.
"Ni Alemania ni Rusia han explicado claramente las razones del proyecto; buscan diversificar, dicen, pero el gas seguirá siendo de Gazprom y, además, construir un gasoducto bajo el mar es cuatro o cinco veces más caro que hacerlo bajo tierra, en territorio polaco, por ejemplo", afirma Leszek Jesien, experto del Instituto Polaco de Asuntos Internacionales, para justificar las suspicacias.
Para otros no hay motivo para la alarma. "Rusia es la primera interesada en vender su gas, porque es su principal fuente de ingresos", puntualiza Adam Jasser, del instituto Demos Europa. El 30% del gas que consume Europa es ruso. En el caso de Polonia, que se abastece a través de dos gasoductos (uno pasa por Bielorrusia y el otro por Ucrania), el porcentaje ronda el 60%, aunque hay que tener en cuenta que el 50% del consumo total de energía del país está cubierto por el carbón. "La percepción de Rusia como una amenaza está a la baja en Polonia y el país empieza a preocuparse por otras cosas, como el crecimiento económico", añade Jasser.
La seguridad energética se ha convertido en una de las prioridades de la política exterior de Polonia que, según los expertos, se encuentra en su mejor posición estratégica de los últimos 300 años y se ha convertido en uno de los líderes regionales. Dos décadas después de la caída del comunismo, el país ha conseguido sus dos grandes objetivos: entrar en la OTAN (hace 10 años) y en la Unión Europea, en mayo de 2004.
"Queremos ser un miembro activo de la Alianza y de la UE. Estamos entre los seis grandes países de la Unión, pero nuestro objetivo no es ser una potencia regional, porque comprendemos los intereses de países más pequeños y de países de nuestra región", afirma la subsecretaria de Estado.
Al Gobierno polaco no parece molestarle, al menos en público, el cambio de planes de la nueva Administración de Barack Obama con relación al sistema de defensa de misiles en Europa, y el acercamiento de Washington a Moscú. Polonia iba a albergar en su territorio una parte del llamado escudo antimisiles, un proyecto que rechazaba Rusia, pero Washington ha cambiado de planes y ha propuesto una nueva versión, que el Ejecutivo polaco está analizando ahora. La prensa polaca interpretó en su día este cambio como una traición a Varsovia.
En realidad, el polémico escudo parece interesar cada vez menos a los ciudadanos de a pie. "Desde hace años, se aprecia una clara caída en la predisposición hacia los estadounidenses", afirma Beata Wojna, también del Instituto Polaco de Asuntos Internacionales. Según un reciente estudio de la Fundación German Marshall, un 62% de los polacos aprobaba la política internacional de Washington en 2002. Dos años después, el porcentaje bajaba hasta el 42%.
Otro dato: en 2002, un 64% de los polacos deseaban un liderazgo fuerte de Estados Unidos; en 2008 el porcentaje se había desplomado hasta el 35%. Mientras en 2003 Polonia mandó tropas a la guerra de Irak con la coalición liderada por Washington, hoy pocos creen que el Gobierno volvería a mandar soldados fuera del marco de la OTAN.
"Todo lo del oeste tenía otra pinta"
Cuando cayó el muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, Michal Banasiak tenía 13 años. "De la época del comunismo me acuerdo de las largas colas que había que hacer para conseguir una televisión; de que durante semanas no había camisetas en la tienda y, al día siguiente, traían cien del mismo modelo y salíamos todos con la misma; de que coleccionábamos las cajetillas duras de cigarrillos, porque aquí casi siempre eran de paquete blando, y también me acuerdo de que no había yogures envasados", explica Banasiak, que en la actualidad es jefe del Departamento de Investigación de la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales de Varsovia.
Para la mayoría de los jóvenes polacos de su generación, que eran unos niños hace 20 años, y de las siguientes, formadas por chicos y chicas que ni siquiera habían nacido, lo que significó la caída del telón de acero y los cambios que provocó forman parte sobre todo del pasado de sus padres o de sus abuelos, que sufrieron de cerca el totalitarismo, la censura y la falta de libertad del régimen comunista.
Polonia empezó a cambiar antes de que cayera el Muro. El país celebró sus primeras elecciones democráticas unos meses antes, en junio, gracias al empuje del movimiento Solidaridad. La transformación de una economía planificada a una de libre mercado fue dura, pero rápida. "Todo lo del oeste tenía otra pinta; como de nuevo y colorido", cuenta Banasiak.
En cambio, Alicja Fijalkowska, de 22 años, no se acuerda de nada. "Lo que sí sé es que el papa Juan Pablo II fue muy importante para nosotros y que, a partir de 1989, se pudo volver a ir a la iglesia sin esconderse", añade. Al contrario de lo que ocurrió en otros países, el régimen comunista no consiguió que la católica Polonia perdiera su fe.
Las que sí que se acuerdan de todo son Kazimiera Wawrzynowicz, de 80 años, y Janina Grochowska, de 73 años. "La caída del comunismo supuso para nosotros poder recuperar la libertad", afirma la primera. "Ahora a los jóvenes no les falta de nada, aunque sufren el paro, claro", añade la segunda.
Mientras tanto, los símbolos de aquella transición están en declive, empezando por los astilleros de Gdansk, cuna de Solidaridad, que atraviesan una profunda crisis. También se ha ido a pique la unidad de aquel movimiento que acabó con el régimen; ahora la clase política está fuertemente dividida. La joven Alicja Fijalkowska le resta importancia: "Los puntos de vista contrarios son señal de democracia, y eso es bue
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