jueves, 4 de septiembre de 2008

Ucrania, Rusia y la estabilidad europea

Desde el desplome de la Unión Soviética pareció que se estaban estableciendo nuevas reglas para encauzar las relaciones internacionales en la Europa central y oriental y en el Asia central. Los conceptos fundamentales eran los de independencia e interdependencia, soberanía y responsabilidad mutua, cooperación e intereses comunes. Se trata de conceptos positivos que se deben defender. Pero la crisis de Georgia ha provocado un duro despertar. El espectáculo de los tanques rusos en un país vecino en el cuadragésimo aniversario de la invasión soviética de Checoslovaquia ha demostrado que sigue existiendo la tentación de la política de poder. Las antiguas heridas y divisiones se enconan. Rusia sigue sin reconciliarse con el nuevo mapa de Europa. El reciente intento unilateral por parte de Rusia de trazar de nuevo dicho mapa mediante el reconocimiento de la independencia de Abjasia y Osetia del Sur no señala sólo el fin del período posterior a la Guerra Fría, sino que es, además, un momento que exige a los países exponer su posición sobre las importantes cuestiones de la identidad nacional y del derecho internacional. El presidente de Rusia, Dimitri Medvédev, dice que no teme a una nueva guerra fría. Nosotros no la queremos y él tiene la gran responsabilidad de no iniciarla. Ucrania es un ejemplo destacado de los beneficios que obtiene un país cuando se hace cargo de su destino y busca alianzas con otros países. No se deben considerar sus opciones una amenaza para Rusia, pero su independencia requiere una nueva relación entre iguales con Rusia y no la existente entre un amo y un criado. Rusia no debe deducir enseñanzas equivocadas de la crisis de Georgia: no se puede retroceder en materia de principios fundamentales, como la integridad territorial, la gestión democrática de los asuntos públicos y el derecho internacional. Rusia ha demostrado que puede derrotar al ejército georgiano, pero hoy está más aislada, inspira menos confianza y se la respeta menos que hace dos semanas. Ha logrado conquistas militares a corto plazo, pero con el tiempo resentirá las pérdidas económicas y políticas. Si Rusia quiere de verdad respeto e influencia, debe cambiar de rumbo. El primer ministro, Vladimir Putin, ha denominado el desplome de la Unión Soviética "la mayor catástrofe geopolítica" del siglo XX, pero la mayoría de los pueblos del antiguo bloque soviético no lo ven así. Será una tragedia para Rusia que pase los veinte próximos años creyendo que es así. De hecho, desde 1991, Occidente le ha ofrecido amplia cooperación con la UE y la Otan y su participación como miembro en el Consejo de Europa y el G-8. Se han celebrado cumbres y reuniones y se han creado mecanismos no para humillar ni amenazarla, sino para atraérsela. La UE y los Estados Unidos prestaron un apoyo decisivo a la economía rusa cuando fue necesario, las empresas occidentales han invertido intensamente en ese país y este se ha beneficiado en gran medida de su reintegración en la economía mundial. Pero, recientemente, Rusia ha respondido a nuestras gestiones con desprecio: desde la suspensión de su participación en el tratado sobre las fuerzas armadas convencionales, al hostigamiento de empresarios, pasando por ciberataques a países vecinos. Y ahora nos encontramos con lo de Georgia. Naturalmente, Rusia puede y debe tener intereses en relación con sus vecinos, pero, como todos los demás países, debe granjearse esa influencia. En realidad, esos países no constituyen un supuesto "espacio postsoviético", al que con frecuencia se refiere Putin. El desplome de la Unión Soviética creó una nueva realidad: países soberanos, independientes y con sus propios derechos e intereses que defender. Además, Rusia debe aclarar su actitud en relación con el uso de la fuerza para resolver las controversias. Algunos sostienen que no ha hecho nada que no hubiera hecho antes la Otan en Kosovo en 1999, pero esa comparación no resiste un examen serio. Las acciones de la Otan en Kosovo siguieron a una dramática y sistemática violación de los derechos humanos, que dio paso a una depuración étnica en una escala jamás vista en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La Otan no intervino hasta después de que se celebraron intensas negociaciones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y se hicieron gestiones decididas en pro de unas negociaciones de paz. Se mandó a enviados especiales para avisar al entonces presidente Slobodan Milosevic de las consecuencias de sus acciones. Nada de ello se ha dado en el caso del uso de la fuerza de Rusia en Georgia. Asimismo, la decisión de reconocer la independencia de Kosovo no se produjo hasta que Rusia dijo claramente que vetaría el acuerdo propuesto por el enviado especial del Secretario General de las Naciones Unidas, el ex presidente de Finlandia Martii Ahtisaari. Incluso entonces acordamos la celebración, durante cuatro meses más, de negociaciones por parte de una troika UE-EE. UU.-Rusia a fin de velar por que no quedara piedra sin mover en busca de una avenencia mutuamente aceptable. En cambio, en Georgia, Rusia pasó del apoyo a la integridad territorial a la ruptura del país en tres semanas y se basó enteramente en la fuerza militar para hacerlo. Ahora debe preguntarse por la relación entre las victorias militares a corto plazo y la prosperidad económica a largo plazo. Al conflicto en Georgia ha seguido un pronunciado descenso de la confianza de los inversores. Las reservas de divisas de Rusia experimentaron una reducción de 16.000 millones de dólares en una semana y el valor de Gazprom se redujo en la misma cantidad en un día. Las primas de riesgo en el país se pusieron por las nubes. Su aislamiento sería contraproducente, porque la integración económica es la mejor disciplina para su política. Además, sólo serviría para reforzar la sensación de víctima, que alimenta al nacionalismo intolerante, y comprometería los intereses del mundo con vistas a abordar la proliferación nuclear y el cambio climático o estabilizar a Afganistán. Pero la comunidad internacional no está impotente. Los europeos necesitan el gas ruso, pero Gazprom necesita a los consumidores y la inversión europeos. Nuestra actitud debe ser la del compromiso tenaz, lo que significa fortalecer a los aliados, reequilibrar la relación con Rusia en materia de energía, defender las normas de las instituciones internacionales e intensificar las gestiones para abordar los "conflictos no resueltos": no sólo en Osetia del Sur y Abjasia, sino también en Transnistria y Nagorno-Karabaj. Cada uno de ellos echa raíces en antiguas tensiones étnicas, exacerbadas por el subdesarrollo político y económico. A ese respecto, Ucrania, con sus ocho millones de rusos, muchos de los cuales viven en Crimea, es fundamental. Sus fuertes vínculos con Rusia redundan en provecho de los dos países, pero Ucrania es también un país europeo, lo que le concede el derecho a solicitar su adhesión a la UE, aspiración que han expresado sus dirigentes. La perspectiva y la realidad de la pertenencia a la UE han sido una fuerza en pro de la estabilidad, la prosperidad y la democracia en toda Europa oriental. Una vez que Ucrania cumpla los criterios para la adhesión a la UE, debe ser aceptada como miembro de pleno derecho. Tampoco la relación de Ucrania con la Otan representa una amenaza para Rusia. El fortalecimiento de las instituciones democráticas y la independencia de Ucrania resultantes de ella beneficiarán a Rusia a largo plazo. Europa debe reequilibrar la relación con Rusia en materia de energía invirtiendo en el almacenaje del gas para afrontar las interrupciones del suministro, diversificando los suministros y creando más interconexiones entre los países. Debemos reducir nuestra dependencia total del gas aumentando la eficiencia energética, invirtiendo en el almacenamiento de carbono, la tecnología para el almacenamiento de carbón y las energías renovables y nuclear. En todas las instituciones internacionales habremos de examinar nuestras relaciones con Rusia. No me disculpo por rechazar automáticamente las peticiones de expulsión de Rusia del G-8 o de ruptura de relaciones UE-Rusia u Otan-Rusia, pero sí debemos examinar la naturaleza, la profundidad y la amplitud de las relaciones con Rusia. Y cumpliremos nuestros compromisos con los miembros actuales de la Otan y renovaremos nuestra determinación de que Rusia no tenga derecho al veto en su futura dirección. La opción actual es clara. Nadie quiere respaldar una nueva guerra fría, pero debemos ver con claridad cuáles son los fundamentos de una paz duradera. * David Miliband es el ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña.

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