miércoles, 6 de febrero de 2008

Fútbol y nazismo

La historia más tremenda está contada en el libro "Dinamo: Defendiendo el honor de Kiev", del inglés Andy Dougan. El Dinamo de Kiev, el equipo más popular de Ucrania, había desaparecido desde la ocupación nazi. En 1942, muchos de sus jugadores, que habían sobrevivido como prisioneros de guerra, deambulaban por Kiev con hambre, frío y sin trabajo.
Josif Kordik, dueño de una panadería y favorecido en la ciudad por su origen alemán, ve al gigante arquero Nikolai Trusevich, le da trabajo en su panadería y le dice que busque a sus viejos compañeros. Nace así el equipo FC Start. El nuevo campeonato ucraniano tiene seis escuadras, cuatro que representaban al Eje y uno a colaboracionistas locales. El sexto, FC Start, aplasta a todos sus rivales, se corona campeón invicto y se convierte en el equipo de la resistencia. Para el 9 de agosto de 1942 se fija la revancha contra Flakelf, el equipo de la Luftwaffe. La historia lo denominó "El Partido de la Muerte".
FC Start debía obedecer y perder. Lo ordenaron emisarios que bajaron al vestuario antes del partido y en el entretiempo. Pero primero, en lugar de gritar "Heil Hitler" con el brazo erguido, sus jugadores llevaron los brazos al pecho y gritaron "FitzcultHura", un slogan soviético con vivas a la cultura física. FC Start ganó 5-3, no obstante el árbitro, que toleró toda clase de agresiones del equipo nazi. Sobre el final, el defensor Ivan Klimenko eludió a rivales y, sólo frente al arco, se dio vuelta y pateó hacia el centro del campo. Humillación total. Caído Hitler, Ucrania, otra vez dominada por la URSS y las cacerías de Stalin, se apropió a su modo de ese partido histórico. Y contó su historia oficial, según la cual los jugadores de FC Start, aún con sus uniformes de futbolistas, fueron fusilados por los nazis apenas terminó el juego.
El mito se mantuvo. Posteriores relatos lo agigantaron aún más. Hasta que cayó la URSS. Fue el delantero Makar Goncharenko quien contó a Dougan que los jugadores no fueron fusilados cuando terminó ese partido. Es más, jugaron otro y golearon 8-0 al Rukh. Y luego sí comenzó la cacería. Nikolai Korotkykh fue el primero que murió bajo tortura. Los otros diez jugadores fueron enviados al campo de concentración de Siretz. El goleador Ivan Kuzmenko fue ejecutado como represalia por un ataque de partisanos. Lo siguieron Klimenko (el que se negó a marcar el gol) y el arquero Trusevich, que no era justamente el Sylvestre Stallone de Escape a la Victoria, el filme de John Houston sobre los prisioneros que escaparon de un campo nazi gracias a un partido de fútbol. Goncharenko y sus compañeros Tyutchev y Sviridovsky, sobrevivieron porque lograron escapar del horror. La historia que Goncharenko contó a Dougan antes de morir es aún más horrorosa. Ya con Stalin, los sobrevivientes fueron acusados de colaboracionismo por haber jugado fútbol con el enemigo en la Kiev ocupada.
No fueron ejecutados a cambio de silencio absoluto. La historia de heroísmo de FC Start no era del gusto estalinista: los jugadores habían "confraternizado" con el enemigo, su gesto fue una decisión "individual" y, ante todo, eran ucranianos. Un libro en Ucrania (The Final Duel) reflotó los hechos en 1959, pero con la versión de la ejecución inmediata, apenas terminado el juego. Cayó la URSS y Dougan reescribió la historia.
El caso de FC Start tiene su valor ahora que se cumplieron 75 años de la subida de Hitler al poder. Aquí mismo contamos hace un tiempo la historia de Matthias Sindelar, goleador austríaco elevado a mito porque porque murió de modo misterioso luego de marcarle dos goles a Alemania y de negarse a jugar en la selección anexada. El libro Los Soldados de Hitler (de Gerhard Fischer y Ulrich Lindner) rompió en 1999 medio siglo de silencio del fútbol alemán y su actuación en tiempos de Hitler. Contó, entre otras, la historia de Julian Hirsch, héroe nacional antes de la subida del nazismo y luego uno de los trescientos futbolistas judíos desaparecidos en los años del horror. Igual que Absjorn Halvorsen, gran jugador, que murió en el campo de concentración de Alsacia, donde fue custodiado por su ex compañero del Hamburgo, Otto Harder, oficial de las SS. Halvorsen, de origen judío, cometió otro pecado. Fue DT de la selección de Noruega que ganó 2-0 a Alemania en semifinales de los Juegos Olímpicos de Berlín 36. Fue el único partido que Hitler vio en la cancha. Pero -según escribió Joseph Goebbels, su ministro de Propaganda- el Fuhrer no toleró el segundo gol noruego y abandonó el Estadio Olímpico seis minutos antes de que finalizara el juego. Aquellos Juegos de 1936, que el Comité Olímpico Internacional (COI) permitió en la Berlín nazi, marcan una de las páginas más vergonzosas en la historia del deporte. El COI se defendió invocando los triunfos de Jesse Owens, el fabuloso atleta negro nieto de esclavos y que a los 7 años de edad debía trabajar en las plantas de algodón y al que sancionó luego por tacharlo de ?profesional?. Owens no fue una víctima del nazismo. Pero también él fue discriminado.
Volviendo al fútbol, la Federación inglesa, por orden de su gobierno, obligó a su selección a jugar un amistoso contra Alemania en 1935 en White Hart Lane, estadio del Tottenham Hostpur, club vinculado con la comunidad judía, lo que desató fuertes protestas. La revancha se jugó el 14 de mayo de 1938 en el Estadio Olímpico de Berlín y los jugadores ingleses fueron obligados por su gobierno a realizar el saludo nazi. Al capitán Eddie Hapgood le faltó el coraje que le sobró a los jugadores de FC Start. La Federación Alemana (DFB), acaso prevenida de que el aniversario de los 60 años de la caída de Hitler provocaría informes comprometedores, publicó en 2001 su propia investigación. El libro, de 473 páginas, se llamó "El fútbol bajo la esvástica ? La DFB entre el deporte, la política y el comercio" y fue escrito por el historiador Nils Haveman. "El resultado del estudio era que los trapos sucios del fútbol no eran más que en el resto de la sociedad alemana, es decir, incontables", me cuenta el colega Javier Cáceres, que vivió muchos años en Berlín. Los clubes Hamburgo, Dortmund, St Pauli y Hertha, entre otros, también publicaron sus propias investigaciones internas sobre su actitud durante el nazismo. Lo hicieron sesenta años después. Pero lo hicieron.
Aun así, cuando ya no hay chances de desconocer el horror, la discriminación convive en los estadios deportivos y llega inclusive a la Fórmula 1, según lo muestran los insultos que sufrió este fin de semana el piloto inglés Lewis Hamilton en Barcelona, lanzados por españoles fanáticos de Fernando Alonso. En el fútbol, donde cada tanto algunos tontos o ignorantes exhiben esvásticas, eso es una costumbre. Si hasta en un programa de fútbol reciente, en un importante canal de cable local, un periodista lanzó como si nada una "reflexión" de fuerte tono antisemita. A ese periodista, como a muchos otros que se burlan de la historia, podría pasarle lo que le ocurrió al jugador Mario Basler cuando la DFB envió a la selección alemana a jugar a Israel. El plantel fue a visitar Yad Vashem, monumento-memoria del Holocausto. Y Basler preguntó a Bertie Vogts, por entonces DT del equipo:
"Míster, ¿esto ocurrió de veras?".
Autor:Ezequiel Fernández Moores

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