lunes, 31 de diciembre de 2007

Involución en el espacio postsoviético


IGNACIO TEMIÑO Los estados integrados en la ineficaz Comunidad de Estados Independientes (CEI) y distribuidos en tres amplias áreas geoestratégicas, Europa Oriental (Bielorrusia, Ucrania y Moldavia), Europa Transcaucásica (Armenia, Azerbaiján y Georgia) y Asia Central (Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán), constituyen los restos del naufragio de lo que hasta 1991 era la Unión Soviética (URSS). Representan un mercado de más de ciento cincuenta millones de habitantes, sin contar por supuesto con la Federación Rusa, siendo una zona con grandes reservas energéticas y con una superficie equivalente a diez veces España.Dejando al margen a las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) -que se han integrado en el nuevo espacio europeo mediante su ingreso hace cuatro años en la Unión Europea y en la OTAN y que profesan un sentimiento pro-occidental y anti-ruso muy profundo no permitiendo injerencias rusas de ningún tipo-, el resto de países que han alcanzado su independencia como consecuencia del descalabro soviético sufre últimamente un proceso de radicalización en la política de rusificación en la zona. Baste el último ejemplo de lo acontecido recientemente en Georgia donde el pro-occidental Mijail Saakashvili, que hace tres años y mediante la revolución de las rosas desbancó al pro-ruso y ex-ministro de asuntos exteriores soviético Edvard Shevardnadze, se ha visto obligado a anticipar las elecciones expulsado a diplomáticos rusos por la presunta participación de Moscú en las revueltas populares desestabilizadoras del país. Tras el desconcierto y sorpresa -también para las democracias occidentales- causadas por el hundimiento de la URSS en cinco años (1984-1989) y la grave crisis económica y social de los años siguientes (1990-1995), Rusia lleva casi tres lustros intentando buscar su encaje en el nuevo orden geopolítico surgido. Con el serio inconveniente de su todavía gran extensión territorial -es el estado más grande del mundo y duplica en extensión a Estados Unidos o Canadá- y de su reciente pasado de gran potencia, la Federación Rusa se debate entre su histórica vocación imperial -heredada del zarismo y sustentada en su todavía importante poderío militar- y una realidad más modesta como duodécima potencia económica mundial. El Gobierno ruso no ve con buenos ojos las revoluciones democratizadoras en su espacio postsoviético, apoyadas por Estados Unidos que se vienen sucediendo desde hace unos años y en las que la vieja guardia de la nomenklatura ha ido desapareciendo, recuérdese la antes citada revolución rosa en Georgia, la revolución naranja del ucraniano Víctor Yúshchenko, y la revolución de los tulipanes o amarilla por el color de las cintas de los manifestantes en Kirguizistán con la caída del líder histórico comunista Askar Akáyev.Países que hasta hace poco eran estrechos aliados de Moscú, como Moldavia y su presidente Vladimir Voronin, han tomado buena nota de los procesos de Georgia y Ucrania, y han iniciado una carrera de reformas democráticas, atreviéndose a mantener conflictos y reivindicaciones contra la Federación Rusa, como el asunto de la restricción de exportación de productos vinícolas moldavos a Rusia y la negativa de Moldavia a la propuesta rusa de normalización de la región separatista de Transnistria, donde Rusia mantiene unos efectivos militares de unos dos mil hombres que impiden al ejército moldavo actuar contra los separatistas.Moldavia -destino principal de la inversión española e italiana en la zona- es consciente de su nueva ubicación fronteriza con la Unión Europea después de la adhesión de Rumanía y Bulgaria, y anhela un ingreso a corto plazo en dicha organización. Por ello, y pese a sus lógicas limitaciones, ha venido auspiciando en los últimos años la creación de organizaciones como la Guuam para impulsar la democratización del espacio postsoviético integrada por Georgia, Uzbekistán, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia.En este escenario, todo apunta a Vladimir Putin como el responsable de la radicalización rusa en la zona en un intento de controlar los regímenes de su entorno utilizando para ello hasta la propaganda de los diversos actos conmemorativos del 60 aniversario de la derrota nazi a manos del ejército soviético; mención a parte merece el caso de Alexandr Lukashenko en Bielorrusia, la situación bielorrusa no ha pasado inadvertida para la comunidad internacional y hace aproximadamente un año se publicó una carta abierta, firmada por políticos e intelectuales de todo el mundo (entre ellos los ex presidentes de Irlanda, Chequia y Sudáfrica), en la que piden una estrategia común para democratizar Bielorrusia empezando por el cese de su presidente, estrategia que cuenta con el beneplácito de la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, como manifestó en Lituania con motivo de una reunión de la OTAN. Rusia -que busca una aproximación a China siendo ambos estados miembros de la OCS (Organización de Cooperación de Shangai)- ejerce todavía un efectivo control además de en Bielorrusia, en Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, en este último país el dictador Islam Karímov supone para Rusia un elemento esencial de mantenimiento de la estabilidad de la región y de control al independentismo checheno contando incluso con el apoyo de Estados Unidos y Reino Unido por su eficacia en la lucha contra el terrorismo y también contra lo que no es terrorismo, me refiero a la brutal represión contra la oposición y que motivó un tirón de orejas por parte de la Administración de George Bush solicitando moderación como requisito para el manteniendo de las bases militares norteamericanas en Uzbekistán. Por lo que respecta a España, -octava potencia económica e industrial en el mundo- su presencia en la Europa Oriental es ciertamente modesta, aunque se ha incrementado significativamente en los últimos diez años con la creación de los Institutos Cervantes en la zona. Unión Fenosa, Zara, Abengoa, Eptisa, entre otros, han efectuado grandes inversiones y han construido un incipiente camino español en esa zona euro-asiática. Además, el idioma español ha desplazado al francés -las relaciones entre la Unión Soviética y Francia en materia cultural fueron muy intensas durante la guerra fría- como segunda lengua impartida en colegios y universidades; la música latina copa las listas de ventas en la Europa oriental; abundan las series televisivas en lengua española; y todo ello no se ve correspondido con una mayor presencia geopolítica y estratégica de España en la zona, aunque lo cierto es que de un tiempo a esta parte nuestro país tampoco se caracteriza por ejercer una presencia internacional activa en otras zonas geopolíticas más tradicionales. Sirva como ejemplo que en países como Moldavia y Bielorrusia, ni siquiera existe representación diplomática, siendo una situación insostenible que una mercantil como Unión Fenosa, concesionaria de la red eléctrica moldava, no disponga de asistencia diplomática en dicho territorio. Todo apunta a que España deberá intensificar su presencia en una zona con grandes reservas energéticas y posibilidades de crecimiento e inversión, dado que la presencia española actualmente no deja de ser una pica en Flandes.

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