Tengo 30 años. Nací en Bender, Transnistria, entre Moldavia y Ucrania. Vivo cerca de Turín. Estoy casado y tengo una hija de 3 años. Trabajaba en la seguridad privada. Ahora soy tatuador, organizo eventos y escribo. ¿Política? Estabilidad, educación e integración. Soy católico
¿Orgulloso de ser un urca?
Cuando yo nací quedaban pocos representantes de aquella comunidad siberiana que siempre combatió a zares y soviéticos.
¿Por eso fueron castigados?
Sí, en los años 30 Stalin los deportó de Siberia a Transnistria, un territorio sin dueño entre Moldavia y Ucrania. Yo crecí a caballo entre una sociedad degradada inmersa en el consumismo occidental y su mundo.
¿"Criminales honestos"?
Criminales los llamaba el Estado, y ellos, con ironía, añadieron el honestos.
¿Qué recuerda?
A mis 12 años estalló la guerra civil y vi gente matándose por las calles. Recogía las armas y las municiones de los cadáveres. Pero no tengo un mal recuerdo, porque existía unidad entre la gente y aunque éramos pobres salíamos adelante. Luego murió mi abuelo, mi padre fue a la cárcel y muchos amigos murieron a causa de las drogas.
¿Cómo se ganaba la vida su padre?
En nuestra sociedad vivíamos en la ilegalidad, pero con valores muy marcados: amistad, honor, coraje. Y una fuerte relación con la muerte: lo importante no es morir, sino cómo lo haces. Incluso provocar la muerte a otros era algo que se podía y se debía hacer por justicia. Había viejas normas de conducta criminal: la libertad personal, el respeto a las tradiciones y al jefe del clan eran ley. Estaba prohibido todo lo americano.
Tenían adoración por las armas.
El dinero que se obtenía no se destinaba a coches ni lujos, siempre iba a parar a armas e iconos. En el rincón rojo convivían ambos y sobre cada arma se ponía una cruz. Yo prefiero tenerlas en un armario blindado.
Con 6 años le dieron su primera navaja.
Una pica no se podía comprar ni tener por voluntad propia, había que merecerla. Era un objeto sagrado.
Su padre le enseñó a utilizarla.
Mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí al matadero y nos instruía en el manejo del cuchillo contra los cuerpos de los animales que colgaban de los ganchos.
En la adolescencia las usaban contra otras bandas.
Las armas son para defenderse. En Rusia, la violencia es una forma de comunicación y eso es algo que ustedes no entienden; pretenden hacerla desaparecer, pero la cultura del buenismo es un error, porque violencia hay siempre, forma parte del ser humano.
Participó en algún asesinato.
Porque violaron a una chica de mi comunidad. No me arrepiento: si no lo hubiéramos hecho, su crimen hubiera quedado impune.
Vivió en reformatorios.
A los 13 años muchos siberianos tienen ya antecedentes penales y han estado en cárceles para menores, una experiencia fundamental en la formación del carácter.
¿Cómo le fue?
Cada día veías violaciones, vejaciones, asesinatos. Sobreviví porque me uní a los más fuertes y me refugié en la literatura.
¿Qué le llevó a la cárcel de menores?
Acuchillé a uno, retiraron la denuncia después de que mi padre les enviara las personas debidas; aun así me encerraron en una prisión de alta seguridad. En contra de lo que creía, era un mundo sin reglas en el que la violencia y la locura consumían la mente.
¿Cómo entendían los urcas la justicia?
Cuando era pequeño ya no existía ningún concepto de justicia, era el caos, se asesinaba, se robaba, se traicionaba. Y, además, cuando se derrumbó la URSS, la policía se convirtió en criminal, así que la justicia era inexistente. Los viejos no tenían ninguna autoridad, yo era el raro que los escuchaba.
¿Por qué cambió tanto su comunidad?
Con la caída del muro de Berlín llegó a nuestro país la cultura norteamericana, el trafico de armas y la droga, y muchos miembros de la comunidad tomaron ese camino.
¿Tan distintos eran los abuelos?
Ellos no cometían crímenes para ganar dinero, sino porque iban en contra de la ley del Estado comunista. Estaban contentos de ser pobres; pasarse media vida en la cárcel era motivo de orgullo, creían ser honestos como lo era Jesucristo; él era su modelo.
¿Usted nunca probó la droga?
No, porque mis viejos me decían que me convertiría en un débil.
Acabó en el ejército.
Acabas en el ejército cuando tu familia no tiene ni 500 dólares para corromper oficiales que te pueden dejar en casa.
Combatió en la guerra de Chechenia. ¿No fue difícil matar a su propia sangre?
Eran terroristas. De hecho, he visto a pocos chechenos, la gente contra la que he disparado eran principalmente árabes, africanos, talibanes de Afganistán, musulmanes de China, de India. Los chechenos no querían más guerra, más campos minados. A menudo ustedes, aquí en Europa, se confunden.
¿Llegó a creer en la guerra?
No, participar en mi caso significaba sobrevivir. Acabas creyendo en la gente que combate a tu lado; en esas circunstancias no tienes alternativa. Para vencer es importante estar más unidos que el adversario.
¿Qué aprendió del ser humano?
Que la estupidez humana no tiene límites. Y que puedes cometer las cosas más atroces, lo importante es que después comprendas lo que has hecho, que hagas las paces contigo mismo, porque si continúas haciéndote demasiadas preguntas acabas mal. Yo, de la guerra, prefiero no hablar.
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