Uno se pregunta a veces qué es más importante, si la realidad o la televisión. Porque la realidad seguramente tiene un montón de recovecos y caminos cruzados, pero la televisión no. La televisión es rotunda como un resultado de fútbol. Esta semana hemos visto varios ejemplos. Nos pusimos todos a hablar de Ucrania y de la historia de Ucrania y de la complicada relación entre Ucrania y Rusia tan sólo porque nos llegaron las imágenes del Parlamento de aquel país convertido en un gallinero brutal. Es una transmisión que nos fascina, la de los parlamentarios insultándose, tirándose de los pelos y lanzándose huevos podridos. Yo creo que nos fascina tanto porque sabemos que los nuestros no lo pueden hacer, aunque quisieran, aunque quisiéramos. El Parlamento de Ucrania ha funcionado como una especie de subconsciente mundial. Pero lo importante es saber que de países así sólo hablamos cuando nos llegan imágenes contundentes, con lo que se demuestra que la realidad siempre se pliega a la televisión.
Si no, que se lo pregunten a los candidatos británicos a primer ministro. Da la sensación de que un país descubre que hay vida fuera del bipartidismo gracias a un debate a tres en televisión. La irrupción de Nick Clegg ha tenido en la televisión su trampolín. Y en cualquier campaña electoral cuentan tanto los detalles televisados, que los candidatos los provocan con visitas a mercados, saludos en la calle, paseos por escuelas y hospitales. Todos en busca de un instante televisivo feliz. Lo malo es cuando la cámara sigue grabando o el micro permanece abierto mientras el político, fuera ya de su personaje, se caga en todos los demonios o piensa en voz alta de un posible votante lo mismo que pensaría de él si no tuviera que someterse a esa cura de humildad llamada sufragio.
La realidad tiene que esforzarse para encontrar imágenes que la cuenten por televisión. El trabajo de los buenos periodistas ha de ser el de encontrar metáforas visuales, pequeños destellos comprensibles universalmente para presentar lo complejo de la vida. Tienen que ponerse a ello, de no hacerlo, serán los accidentes, los desbordes, los puñetazos televisivos los que irán marcando el paso. Urge contar la realidad real y no la realidad televisada.
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