Los fríos de los Picos de Europa son poca cosa para los rusos que habitan en Liébana. Comparado con el del Cáucaso, los Urales o las riberas del Mar Negro, el clima de Liébana debe parecerles hasta caribeño. Sin embargo, su presencia en el corazón de España, allí donde hace 1.300 años comenzara la Reconquista de la Península Ibérica, no obedece en absoluto a razones climáticas. Un buen día, el modelo soviético se desmoronó y los más atrevidos decidieron emigrar en busca de nuevos horizontes. Por eso, y porque unos fueron trayendo a otros, actualmente viven en Liébana más de medio centenar de rusos.
Proceden de puntos tan distantes como Ucrania, Moldavia, Georgia o la propia Rusia, todos ellos territorios de la antigua Unión Soviética, el estado fundado por Lenin en 1917 sobre los despojos del antiguo imperio de los zares. Hoy, aquella gran nación aparece desmembrada en el mapa -hasta quince estados surgieron de las antiguas repúblicas de la URSS-, pero quienes viven en Potes se definen a sí mismos como rusos y hablan en sus casas el idioma ruso.
«Nos sentimos rusos. Si alguien nos dice que somos rusos, decimos que sí», explica Sasa, un moldavo que abandonó su puesto de teniente de la Policía y que actualmente, en Potes, dice sentirse «como en casa».
Dora, una pionera
Sasa, diminutivo de Alexander, es hijo de Dora. Su madre es mujer de fuerte carácter, emprendedora y trabajadora. Por las mañanas atiende en un bar y por las tardes ayuda en un hotel. Fue, junto con Natalia, la primera en llegar, hace diez años. A partir de entonces trajo a su hijo, a la novia de su hijo... a muchos otros. Hoy ejerce como una matriarca: es el vínculo principal entre todos los que integran la comunidad de rusos en Liébana.
Su experiencia es la de otros muchos emigrantes: «En la época soviética todos tenían un trabajo y un sueldo. Luego nos quedamos sin nada, sin dinero, sin trabajo...». Decidió venir a España y, una vez en Madrid, eligió un lugar que tuviera mar. Llegó a Santander con lo puesto y allí «encontré empleo en un anuncio». «Era para trabajar en el Hotel Valdecoro (Potes), y allí sigo», afirma. «Estaban mal las cosas. Nos quedamos sin trabajo. No ganábamos ni para comida», añade Liudmila, otra compatriota que llegó a Potes poco después que Dora.
Dora y Liudmila trabajan en la hostelería. La mayoría de ellos lo hacen. Quizá por ello son tan populares en Liébana, y tan reconocibles. Quizá por ello, también, manejan especialmente bien el idioma castellano: por la necesidad de atender a los clientes y por las muchas y frecuentes conversaciones que mantienen con ellos. Para los rusos lebaniegos, palabras como el aguadiente de orujo, el cocido lebaniego, los frisuelos o el borono no les resultan extrañas: están muy familiarizados con ellas.
Cambios políticos
Para los más jóvenes, el cambio de vida resultó mucho más sencillo. Vasili, Olga, Lilia, Elena y Alexander se encuentran en este caso. Unos llevan tres años. Otros, poco más. Y otros seis. Los últimos en llegar han sido dos jóvenes hermanos gemelos, que por su aspecto no pueden ocultar su condición eslava. Trabajan en Casa Cabo y Casa Cayo, dos típicos establecimientos de Potes.
Los cambios políticos y económicos operados en las antiguas repúblicas de la Unión Soviética a partir de 1991 resultaron determinantes en la decisión de todos ellos, de los primeros a los últimos. Inicialmente fue la caída del modelo comunista. Luego, para algunos de ellos, el proceso de separación respecto a la Madre Rusia. «Cuando cambió de Gorbachov a Yeltsin, todos decidieron separarse», aunque nadie sabe muy bien por qué ni para qué.
«Fue como una burbuja: cada república proclamó su indepencia». En el caso de Moldavia «no teníamos ni salida al mar, ni industria... sólo agricultura y viñedos». Los primeros en separarse fueron los países bálticos, que ya habían disfrutado de su independiencia en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales (1919-1939). Otras repúblicas, como Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, Kazajastán, Turkemistán... siguieron sus pasos. Hoy, las sociedades moldavas, ucraniana y bielorrusa se dividen entre quienes quieren dar la espalda a Rusia y quienes miran hacia ella. En Moldavia, por ejemplo, los primeros hablan el idioma rumano y los segundos el ruso. Es un mismo país, pero con dos comunidades diferentes.
Los más jóvenes
Alexander 'Sasa', hijo de Dora, es de estos últimos. Su madre es moldava y su padre era ruso. Él nació en Kazajastán. Pero «todo era Rusia», a su juicio. Es licenciado en Derecho y fue teniente de la Policía. Cuando vino a Potes «empecé por la construcción, como todo el mundo». Hoy se ha convertido en un empresario, que importa botellas de vidrio sopladas artesanalmente. Ése mismo día, recibía un contendro con 6.000 botellas.
Olga era su novia cuando vino a España, aunque luego lo dejaron y ella, a última hora, se casó con uno de Frama (Cabezón de Liébana). Con él tiene dos hijos. El mayor se llama Tomás, pero su aspecto es el de un niño ruso, pese a su nombre. Los más jóvenes, como Olga, tienen claro que su futuro está aquí.
También Vasili es de esa idea. Vino a Potes por amistad con Sasa y, como él, en este tiempo ha venido trabajando en el sector de la construcción. Ahora está en paro, porque los emigrantes sufren la crisis económica tanto como los españoles, o más. Sus palabras son de agradecimiento a los lebaniegos. «Te sientes como en casa: cuando pasas por la calle, la gente te conoce, te saluda...», dice. También para el alcalde de Potes, que «nos ayuda mucho».
Ellos mantienen la conciencia de grupo, y se reúnen en el Bar Zodiac, y preparan comidase rusas y comparten allí las celebraciones del credo ortodoxo, pero su condición lebaniega aflora al regreso de cualquier viaje. «Cruzamos el Desfiladero y nos sentimos como en casa», afirman. Y su casa no es Rusia, sino Liébana. Ni más ni menos que en el corazón de España.
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