Lide Álvarez tiene 26 años y es voluntaria y socia de la asociación Chernóbil. Todo empezó por sus primos ucranianos. ¿Primos ucranianos? «Sí, llamo así a los niños que traía mi prima, Marian Izaguirre, presidenta de la asociación», explica. «Para mí han sido como primos, a algunos les conocí hace 10 u 11 años». El trato con estos 'primos' de Ucrania y su trabajo como voluntaria le han llevado a conocer «otra forma de vivir» y a descubrir «que no todo el mundo tiene la suerte que tenemos nosotros». Tanto esta asociación como Chernobileko Umeak piden nuevas familias de acogida para estos niños en verano.
A Lide le resultaba contagiosa la alegría de los niños ucranianos, «aunque no tuvieran recursos». Y eso que sabían lo que perdían. «Una vez acompañé desde el aeropuerto a la niña que traía mi prima y al ver un restaurante de comida rápida gritó, 'un McDonald's', cuando en su casa no tiene ni agua corriente. Me pareció muy injusto».
Aquellos primeros años aprendió que las familias de acogida no tienen que preparar un verano especial. Basta con abrirles sus puertas y tratarles como a uno más. «Cualquiera con una casa normal y una familia normal puede convertirse en familia acogedora».
Ella no trae niños a casa pero conoce la dura realidad de las familias del entorno de Chernóbil. «La primera vez fui en un viaje de familias en Semana Santa», relata. «La segunda vez viajé en junio, cuando se trae a los niños. Ves condiciones duras. No estamos acostumbrados, por ejemplo, a que en un colegio de niños pequeños existan letrinas. Ni a otras situaciones insalubres del país. Te das cuenta de que el proyecto merece la pena».
Los primeros síntomas del cambio se observan el mismo verano. «Los niños llegan débiles. Aquí comen lo que nosotros estamos habituados a comer y ganan peso. Cogen color en la piel. Y juegan como niños, porque allí muchos de ellos, sobre todo las niñas, tienen que quedarse en casa cuidando a sus hermanos pequeños».
En Gipuzkoa además ven que hay otros tipos de familias y otras formas de vida. «En su entorno, el alcoholismo, el machismo y el maltrato a las mujeres hacen mucho daño. Ir a trabajar todos los días ni siquiera merece la pena, por los sueldos ínfimos que se pagan. Aquí ven que nos levantamos para ir a trabajar y que luego nos podemos ir de vacaciones. Que los padres cuidan a los hijos. Y que el padre no pega a la madre. Ven otros modelos. Tanto en lo relativo a la salud, como en la forma de pensar».
Por necesidad
La asociación convoca reuniones en los tres territorios. En Donostia será el domingo. «Este año hemos visitado 180 nuevas familias, son muchísimas», explica. «Clasificamos a estas familias según sus necesidades y hacemos un llamamiento. Si responden 20, vendrán los 20 primeros niños. Si responden 50, los 50 primeros. Y si responden 180, vendrán todos, lo que nos llenaría de satisfacción».
El pasado verano la asociación trajo a 333 niños ucranianos a familias de Euskadi. A Gipuzkoa llegaron 178. Del total, 6 niños terminaron el programa el pasado verano, al haber cumplido 18 años. Este verano 154 menores vendrán a familias de Gipuzkoa. A éstas habría que sumar las nuevas familias que se incorporen al programa. Casos no faltan. Miembros de la asociación visitan en Ucrania a las familias que solicitan ayuda -«es condición indispensable para venir»- y establece un ranking, según la necesidad. «Tenemos 180 menores en disposición de viajar este verano si hay familias de acogida suficientes».
Casos extremos
La asociación Chernobileko Umeak también realiza un llamamiento para buscar familias de acogida en Euskadi. «Tenemos 90 familias antiguas pero para este verano necesitamos doce nuevas para acoger a niños que viven en una situación extrema y tienen una gran necesidad de salir del país», explicó una portavoz.
«Los niños respiran en nuestro entorno aire limpio, beben agua sin contaminar y se alimentan con comida sana. La alimentación en sus lugares de procedencia contiene elementos radiactivos, que anulan los nutrientes que toman y afectan a su sistema inmunológico, endocrino y a su salud en general».
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