sábado, 26 de diciembre de 2009

Lo difícil que es ser Ucrania

Ucrania celebra elecciones presidenciales el próximo mes y el resultado probablemente significará el epitafio de la Revolución Naranja. La euforia de 2003 y 2004, cuando un gran despliegue de “poder popular” revirtió una elección fraudulenta, se disipó hace tiempo. El país de 46 millones de habitantes ha sido uno de los más duramente golpeados por el derrumbe financiero global, sufriendo una brusca devaluación de su moneda y una caída proyectada de 14% en su PIB este año.

El Presidente Víctor Yushchenko, otrora el héroe naranja, marca ahora en las encuestas cifras de un solo dígito. Muy parecido como Lech Walesa en Polonia hace una generación, el desconectado Yushchenko se ha transformado de ícono nacional del cambio a insignificancia política. Es probable que la elección de enero conduzca a un balotaje entre la Primera Ministra, Yulia Tymoshenko, una combativa populista, y Víctor Yanukovich, un ex premier anodino pero persistente y rival de Yushchenko, cuyo Partido de las Regiones posee la organización más fuerte. Ambos son líderes pragmáticos. Pero quien quiera que gane enfrentará enormes desafíos, partiendo por reiniciar el programa anticrisis con el FMI, que suspendió su línea de 16 mil millones de dólares de préstamos el mes pasado debido al impasse político entre Yushchenko y la premier Tymoshenko.

El vencedor tendrá también que recordar que dirigir a Ucrania es equilibrarse entre este y oeste. Este imperativo refleja las presiones tanto de la geopolítica externa como de la demografía interna. Rusia y Estados Unidos tienden a ver a Ucrania como un campo de batalla clave en una guerra cósmica por poderes entre este y oeste. Ambos tienen el mal hábito de tratar de elegir ganadores en la política ucraniana. Estas intervenciones, ingenuas como son, tienden a ser contraproducentes, a menudo a expensas de Ucrania. La interferencia rusa alimentó la revuelta naranja contra el mediocre Leonid Kuchma y sus acólitos, y terminó en una serie de devastadores cortes invernales de gas y en demostraciones de fuerza respecto de Crimea.

Aparece Washington

Estados Unidos esperaba más de Yushchenko de lo que éste podía dar, profundizando su aislamiento interno. La maldición del idealismo estadounidense en política exterior, sea neoconservador o liberal, hace de lo mejor el enemigo de lo bueno. Al poner más énfasis en el simbolismo de una fracasada iniciativa para integrarla a la OTAN que en el trabajo poco glamoroso de la reforma energética, Estados Unidos no favoreció la seguridad de Ucrania. Debiera estar claro que una Ucrania independiente no debe consumir energía de origen ruso como si todavía fuera parte de la Unión Soviética.

En contraste, los designios de Rusia para Ucrania son difícilmente idealistas. En la cumbre de la OTAN del año pasado, se dice que Vladimir Putin observó ante el ex Presidente George W. Bush: “Usted entiende, George, que Ucrania ni siquiera es un país. ¿Qué es Ucrania? Parte de su territorio es Europa del este y parte de él, una parte significativa, le fue entregada por nosotros”.

Los matones políticos pueden ser hábiles para poner un grano de verdad en sus dardos depredadores. Como en otras naciones europeas, la etnicidad de Ucrania es una mezcla y sus fronteras no fueron otorgadas por Dios. Estas cosas surgieron mediante colisiones de tribus, mezclas étnicas y considerable derramamiento de sangre a través de los siglos.

Ucrania occidental (Galicia y Bukovina) fueron tierras de los Habsburgo y nunca formaron parte del imperio zarista. La península de Crimea fue transferida de la República Rusa a la Ucrania soviética por Nikita Khruschev en 1954, cuando ambas eran parte de la Unión Soviética. Ucrania enfrenta profundos temas de identidad. Los rusos étnicos son alrededor de 20% de la población y muchos más ucranianos hablan ruso. Los idiomas son parecidos, como el alto alemán y el bávaro, o el danés y el sueco.

Europa se enorgullece por lo que Freud llamó “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. Sin embargo, los nacionalistas ucranianos harían bien en que no se les pase la mano, como lo ha hecho con frecuencia Yushchenko en temas sensibles de lenguaje e historia. En el siglo XXI, Ucrania necesita seguir su propio rumbo como una democracia pluralista y un mercado emergente, equilibrando la integración a occidente con un respeto por sus antiguas raíces y afinidades culturales.

Mejor porvenir

Pese a la actual crisis económica y la extendida insatisfacción por la elite política, Ucrania tiene un futuro brillante. Tiene tierras fértiles, industrias sólidas y capital humano bien preparado. También tiene una vena cosaca que explica cómo se forjó Ucrania: debido precisamente a la orgullosa autosuficiencia de sus diversos pueblos. Las calles de Kiev, Lvov, Kharkov, Dnepropetrovsk y Simferopol tienen hoy un evidente aire de libertad y debieran conservarlo. ¿Qué debiera hacer occidente para ayudarles? Estados Unidos debe seguir equilibrando su importante política de “reinicio” con Rusia asegurando a sus vecinos, sobre todo Ucrania, de su compromiso activo.

Es el sino de los países postsoviéticos ser parte de lo que Moscú llama el “exterior próximo”. Si bien estos estados siempre estarán cerca, la política de Estados Unidos y la Unión Europea debe ser asegurar que permanezcan “en el exterior”, libres y prósperos. Este año, una alta funcionaria ucraniana, angustiada por el reinicio, me preguntó si la administración Obama “nos transaría por algo como la cooperación respecto de Irán”. Le dije que Estados Unidos estuvo jugándose por Ucrania incluso cuando Leonid Kravchuk y Leonid Kuchma, menos que figuras estelares, eran sus líderes electos. Eso no cambiará.

Aún así, los ucranianos recuerdan los sueños rotos de ser un Estado durante las dos grandes guerras europeas del siglo XX. Y recuerdan el discurso de Kiev del Presidente George H. W. Bush ante el soviet supremo ucraniano del 1 de agosto de 1991, sólo meses antes de la desintegración de la URSS. “Libertad no es lo mismo que independencia”, dijo Bush padre. “Los estadounidenses no apoyarán a quienes busquen la independencia para reemplazar a una tiranía lejana por un despotismo local”.

Su énfasis en la necesidad de madurez política sigue siendo importante. Los ucranianos y también sus socios occidentales debieran mantenerse en un rumbo equilibrado de reforma y sustentabilidad de largo plazo, no de arreglos rápidos y grandes aspavientos. El fin de la era Naranja no será el fin de la independencia de Ucrania, ni tampoco de su identidad euro-atlántica.

Herald Tribune
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