Durante décadas corrió la leyenda de que en 1942 los nazis retaron al Dinamo de Kiev a un partido con la consigna de que debían perder. Los ucranianos, orgullosos, ganaron y a la conclusión del choque fueron conducidos a una colina cercana donde fueron fusilados. Sin embargo,tras la caída de la URSS y la posterior desclasificación de varios documentos se pudo saber la historia real del Start durante la ocupación alemana de Kiev y que también acabó en tragedia.
JUAN CARLOS ÁLVAREZ En 1942 Kiev estaba en poder de los alemanes. El Dinamo, el orgullo de Ucrania, había sido desmantelado y la mayoría de sus jugadores se encontraban luchando en el frente o en la clandestinidad. Un día, paseando por las calles de la ciudad, un ucraniano de origen alemán llamado Kordik se dio de bruces con uno de sus grandes ídolos del Dinamo de Kiev: el portero Trusevich. El meta era una sombra de sí mismo. Delgado, enfermo, con aspecto desaliñado. Kordik, fanático del fútbol, se interesó por él y le ofreció trabajo en la panadería que regentaba en la ciudad. Amigo del régimen nazi por su pasado alemán Kordik podía permitirse ciertas licencias en la ciudad ocupada y las aprovechó para cobijar al futbolista. Poco después tuvo una idea: reunir de nuevo al Dinamo de Kiev. Se lo propuso a Trusevich y éste comenzó a buscar a sus ex compañeros a los que ofrecía la posibilidad de tener un trabajo en la panadería y algo de comida. El portero encontró a ocho ex compañeros del Dinamo, pero completó una pequeña plantilla con algunos integrantes del Lokomotiv. Así nacía el Start.
Por aquel entonces los nazis, en su intento por darle cierta normalidad a la convivencia en Kiev decidieron organizar un pequeño campeonato entre un par de conjuntos locales y cuatro formados por soldados alemanes o de ejércitos afines como el de la guarnición rumana o búlgara. El primer encuentro enfrentó a los dos cuadros locales: el Start y el que formaban los colaboracionistas ucranianos, a los que se dio el derecho de jugar como locales en el viejo estadio nacional, algo que no podía disfrutar el Start. Los panaderos se impusieron por 7-2 y dejaron claro que no tener material en condiciones no era un impedimento para ellos. Arrasaron a todos sus rivales y se prepararon a conciencia para el duelo que debían librar contra el Flakelf, el equipo de la Luftwaffe que según la propaganda nazi llevaba invicto a la cita. Los ucranianos se impusieron por 5-1 en un estadio repleto de gente. Eso comenzó a disgustar a la administración alemana que vio en el Start una esperanza a la que agarrarse para miles de ucranianos y una forma de minar la moral de las tropas del Eje. Por eso ordenaron una revancha entre los dos equipos. Ya no era un partido de un campeonato organizado para entretener a la gente. Había en juego mucho más. Los ucranianos comenzaron a cuidar a sus jugadores y a la panadería de Kordik llegaba continuamente comida y material para los futbolistas. El Start recibieron antes del duelo la consigna de que sería conveniente perder. No sirvió de nada, los ucranianos desafiaron a los nazis desde el primer momento e incluso se negaron a hacer el saludo nazi antes de comenzar. Ganaron 5-3 pese al arbitraje –dirigió el choque un oficial de la SS– y su triunfo se convirtió en el mayor acontecimiento vivido en meses en Kiev.
Hasta hace poco se creía –fruto de la leyenda popular– que los jugadores fueron fusilados esa misma tarde en una colina próxima al estadio. No es cierto. La represión fue más larga, pero igual de trágica. Al día siguiente los alemanes acudieron a la panadería y detuvieron a los jugadores con la excusa de pertenecer al Partido Comunista (estaban obligados a afiliarse para competir). Uno de ellos, Korotkykh, fue asesinado y el resto fueron conducidos al campo de concentración de Siretz donde durante los siguientes meses fueron muriendo la mayoría de ellos. La venganza de los nazis se fue cumpliendo de forma escalonada, sin prisas. Sólo tres jugadores escaparon de las garras del nazismo y lo peor de todo es que tuvieron que guardar silencio sobre su drama. Fueron acusados por la Rusia de Stalin de confraternizar con el enemigo por jugar al fútbol con ellos y obligados guardar silencio si no querían ser fusilados. Por eso la leyenda construyó la historia del fusilamiento tras el partido. Cuando cayó la URSS se supo qué había sucedido y el olvido al que les quisieron condenar en su propia tierra. En los años ochenta se les construyó un monumento en Kiev y recibieron al fin el homenaje que merecían. Goncharenko y Sviridovsky, los últimos supervivientes del Start, acudieron a la inauguración.
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