John Demjanjuk es ucraniano, tiene 89 años y en pocos días será sometido a juicio en Munich por la muerte de 27.900 judíos en las cámaras de gas del campo de Sobibor. No es la primera vez que Demjanjuk es juzgado; de hecho, en 1983 fue encontrado culpable y condenado a morir en la horca en Israel, pero luego de siete años de apelaciones (que pasó encerrado en la prisión de Ayalon, en la misma celda donde estuvo Eichmann) fue absuelto por la Corte Suprema israelí y recuperó su libertad.
Demjanjuk había sido reclutado en su adolescencia por el Ejército Rojo, cayó prisionero de los nazis en 1942, hasta el fin de la guerra sobrevivió en condiciones infrahumanas en un campo, en 1946 logró llegar a Estados Unidos, obtuvo la nacionalidad y trabajó durante veinticinco años en la planta de la Ford en Cleveland, hasta que fue descubierto por la OSI (una agencia del Departamento de Justicia norteamericano encargada de rastrear criminales de guerra). La OSI aseguró a los israelíes que Demjanjuk era Iván el Terrible, un sanguinario SS ucraniano que había matado con sus propias manos a más de mil judíos en el campo de Treblinka. Pero el abogado defensor de Demjanjuk logró demostrar en las apelaciones que se trataba de una confusión de identidad: una credencial de las SS demostró que Demjanjuk había estado en el campo de Sobibor durante el período en que Iván el Terrible operó en Treblinka y dos docenas de testimonios de guardias y cautivos de Treblinka identificaron a un tal Ivan Marchenko como Iván el Terrible.
La OSI estaba al tanto de esa evidencia, pero se las ocultó a los israelíes porque Iván el Terrible era una presa codiciada y la agencia necesitaba un arresto de esas características para justificar su existencia. La Corte Suprema israelí no sólo liberó a Demjanjuk, sino que dictaminó que no podía juzgarlo por sus actos en Sobibor porque no había sido extraditado por esa causa. La Justicia norteamericana advirtió severamente a la OSI por flagrante manipulación de evidencia, pero eso no evitó que volvieran a la carga cuando Demjanjuk regresó a Cleveland. Esta vez lo acusaron de falsear sus formularios de inmigración y pedido de ciudadanía y sacaron a la luz una credencial de las SS que identificaba a Demjanjuk como guardia del campo de Sobibor. Como los tribunales norteamericanos no tienen jurisdicción para juzgarlo como criminal de guerra, la OSI necesitaba un país europeo que quisiera deportarlo y juzgarlo. Polonia (Sobibor queda en su territorio) no mostró interés. Ucrania tampoco. Israel no quería volver a intervenir después del papelón anterior. Pero, inesperadamente, Alemania sí se interesó. Y en mayo de este año, el gobierno norteamericano fletó un charter para transportar al casi nonagenario Demjanjuk hasta Munich, seguido minuto a minuto por las cámaras de la TV alemana.
El hijo del acusado declaró recientemente en Cleveland que lleva meses recibiendo llamadas anónimas de amenaza de “terroristas judíos” y que tiene una Magnum 357 con balas de punta hueca preparada para defenderse. También dice que el mundo parece haber olvidado que, antes de Hitler, Stalin dejó morir de hambre a diez millones de ucranianos en la colectivización de los años ’30, y que su padre fue testigo de esa pesadilla (muchos ucranianos no tuvieron más remedio que comerse a sus muertos para sobrevivir) y que la revivió cuando fue apresado por los nazis en un campo de concentración donde no había barracas, sólo barro y alambre de púas, y el 60 por ciento de los prisioneros murió de hambre o frío o enfermedad (luego de comerse a los muertos para sobrevivir). En ese contexto tuvo lugar la maniobra de las SS de reclutar ucranianos y entrenarlos para manejar las cámaras de gas en Sobibor. Uno de esos ucranianos era John Demjanjuk. Al respecto comenta el de-sagradable John Junior: “¿Cómo pueden juzgarse las decisiones tomadas por una persona sometida a esas condiciones? ¿Qué margen de elección tenía para salvar su vida? Los judíos fueron masacrados en horas; los ucranianos debieron enfrentar una muerte mucho más lenta. La compasión no debería ser selectiva”.
John Junior asegura que los tribunales alemanes no tienen nada que no estuviera a disposición de los israelíes. Pero se equivoca. Aunque la fiscalía no ha logrado aún encontrar un solo sobreviviente de Sobibor que pueda reconocer a Demjanjuk como guardia, cuentan con la credencial que lo acredita como SS. Y, más importante aún, con el testimonio de la jurista Kirsten Goetze, quien sostiene que ningún prisionero de guerra fue obligado por la fuerza a trabajar en los campos de la muerte, y que Demjanjuk debe ser juzgado como alemán. “Cuando se presentaron como voluntarios perdieron su status como prisioneros de guerra. Llevaban uniforme alemán, comían raciones alemanas, incluso cobraban dinero alemán por su trabajo. De manera que eran parte de la burocracia nazi.”
Si Demjanjuk es declarado culpable, teniendo en cuenta su edad y los siete años que ya cumplió en Israel, no recibirá más de un par de años de condena. Pero aunque fuese declarado inocente no podrá volver a Cleveland, ya que Estados Unidos le retiró la nacionalidad, de manera que irá a parar a un asilo de ancianos, a cargo del Estado alemán. En otras palabras, Demjanjuk morirá en Alemania, no importa el veredicto del juicio. Cosa que escandaliza a Ulrich Busch, un alemán de Düsseldorf con más de cuarenta años de profesión, que será el abogado defensor en el juicio. Busch se puso en contra a toda la prensa de su país cuando declaró que todo el asunto lo avergüenza. “Si este juicio tuviera lugar en Polonia, o incluso en Ucrania, sería menos escandaloso. Pero ¿qué derecho moral tenemos los alemanes para juzgarlo? Es de sobra conocido el antisemitismo de los ucranianos, antes de la guerra, durante y después. Pero el Holocausto fue culpa de Alemania. Es aberrante intentar dividir la culpa con otros. Y eso es lo que intenta hacerle creer al mundo este juicio.”
El proceso contra Demjanjuk se iniciará la semana que viene. Mientras tanto, en distintos rincones del mundo, los últimos nazis que quedan vivos seguirán el juicio por los diarios y la televisión alemana, desde la comodidad de sus escondrijos.
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