lunes, 17 de agosto de 2009

La UE se abre una puerta trasera

Polonia y Ucrania suspenden la necesidad de pasaporte y visado a los ucranianos que viven a 30 kilómetros de la frontera.

Los Gobiernos de Polonia y Ucrania han suspendido la necesidad de pasaporte y visado para los ciudadanos ucranianos que vivan a 30 kilómetros de la frontera y quieran ir al país vecino. Año y medio después de firmar el Acuerdo de Schengen, Polonia, que tiene que vigilar más de 1.000 kilómetros de frontera con Ucrania y Bielorrusia, se ha convertido en uno de los bastiones de la Europa rica frente a la inmigración clandestina y el contrabando de tabaco, alcohol y otras mercancías procedentes de los territorios de la antigua URSS.

Mientras Bruselas presiona a Varsovia para que no relaje la vigilancia, en los últimos años decenas de miles de trabajadores de la antigua Unión Soviética han conseguido trabajo en Polonia. Los ucranianos encabezan la lista. Unas 100.000 mujeres trabajan en el servicio doméstico y miles de hombres en la campo y la construcción.

Ucrania, un país de más de 50 millones de habitantes que consiguió la independencia de la URSS en 1991, desalojó del poder a los poscomunistas en noviembre de 2004, durante la 'Revolución Naranja' que dio la presidencia al opositor Viktor Yushenko. Cinco años después, no ha conseguido estabilidad política ni salir de la pobreza. El paro, la emigración y la corrupción sangran el país.

La decisión de Varsovia y Kiev de liberalizar su zona transfronteriza no va solucionar los problemas de Ucrania, pero puede aliviar la existencia de miles de habitantes que viven a tiro de piedra de Polonia y miran a este país más próspero con envidia.

Libertad

El puesto fronterizo de Hrebenne, a 300 kilómetros al sureste de Varsovia, en la región de Lubelskie, es moderno y espacioso y los policías polacos que controlan las entradas y salidas de vehículos, amables y educados. Están conectados al sofisticado Sistema de Información Schengen (SIS) basado en Estrasburgo.

Tras pasar los exhaustivos controles polacos, se llega a territorio ucraniano. Las instalaciones fronterizas son modernas y limpias, pero quienes las vigilan, en muchos casos agentes embutidos en uniformes militares, suelen ser groseros. Sus miradas torvas asustan a los turistas despistados, pero no a los ucranianos que regresan a su país conduciendo viejos Ladas soviéticos o furgonetas Volkswagen de segunda mano cargadas con neveras y máquinas de lavar compradas a precio de saldo en Polonia.

Los ucranianos están acostumbrados a los malos modos de sus servidores públicos. El soborno es una práctica común para evitar problemas. La paciencia, una virtud. Después de superar numerosos controles y aguantar el malhumor de los guardias ucranianos, el sufrido viajero puede al fin seguir su camino. A un kilómetro de la frontera se encuentra Rava-Rouska, un pequeño municipio de 8.000 habitantes que perteneció a diversos imperios y durante la Segunda Guerra Mundial fue uno de los escenarios de la persecución de los judíos por los nazis.

Galina es una mujer menuda y rubia de 32 años. Tiene enterrados a sus abuelos en Polonia, y considera «muy positivo» el poder cruzar la frontera sin necesidad de pasaporte ni visado. «Nos sentimos más libres y cerca de Europa», dice.

La joven Svetlana, que espera el autobús en una plaza, también aplaude la medida porque «podremos ir a Polonia a comprar alimentos de mejor calidad». Luba y Yulia, que cubren sus cabezas con pañuelos, son dos ancianas de 78 y 76 años de edad que han vivido la Segunda Guerra Mundial, la etapa soviética y ahora «cobramos pensiones de miseria que apenas nos alcanzan para comer». Pero sonríen y, aunque ellas no piensan viajar a Polonia, creen que «los habitantes más espabilados de Rava-Rouska y otros pueblos que pasen al otro lado podrán sacar algún beneficio».

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