martes, 5 de agosto de 2008

El cronista del terror político

Cuando Gorbachov le invitó a regresar de su exilio, Alexander Solzhenitsin reservó plaza en el Transiberiano, el tren que atraviesa el inmenso territorio ruso. Tardó 55 días en cumplir con el trayecto, de Vladivostok a Moscú, realizado en un vagón especial con su familia, y pasó por Siberia, el sitio de donde procede lo más oscuro y fructífero de su literatura, los campos de concentración soviéticos en los que estuvo internado a principios de los años 50.Al igual que otros grandes de la literatura contemporánea, como Primo Levi, Solzhenitsin hizo de aquella experiencia traumática el centro de su literatura y de ésta un exorcismo de los demonios personales, además de un medio de denuncia. Con una diferencia: los estalinistas aún mandaban cuando escribió 'El Archipiélago Gulag', mientras que los nazis de Levi ya habían desaparecido.Solzhenitsin murió en la madrudaga de ayer a los 89 años, cabe decir que de viejo, oficialmente de una insuficiencia cardíaca. Todo un milagro, pues como cuenta en esa novela autobiográfica, la vida en los campos transcurría entre la mala alimentación, la humillación sistemática y el exceso de frío. Según el autor, en ellos estuvieron alrededor de 60 millones de personas, de las cuales nunca regresaron aproximadamente la mitad.La Academia Sueca, que le concedió el Nobel de Literatura en 1970, destacó ayer el «papel histórico» de Solzhenitsin. De hecho, lo tuvo, y muy considerable, pues sus novelas contribuyeron al desprestigio intelectual del comunismo soviético que, por muy raro que pueda parecer hoy, tenía un gran predicamento entre la intelectualidad hasta principios de los setenta. Movimientos como el francés de los 'nuevos filósofos', encabezado por Bernard Henry-Lévy y André Glucksmann, se nutrieron de la obra de Solzhenitsin y de su descripción del Gulag. Su historia literaria arranca cuando publica en 1963 'Un día en la vida de Iván Denísovich' (que editará en español Tusquets en diciembre de este año). Hasta entonces era un anónimo profesor de Física en un instituto de una ciudad de provincias, Ryazan, a unos cien kilómetros de Moscú, y a raíz de esa novela se le empezó a considerar como un miembro del gran club de escritores morales rusos, con Tólstoi y Dostoievski a la cabeza. Su protagonista, Iván Denísovich, encarnaba un compendio de calamidades: le habían capturado los nazis cuando estaba en el ejército soviético, del que logra escaparse para volver a las filas militares de su país, cuyos mandos le acusan de espiar para Alemania. Como resultado, a Denísovich le caen diez años de reclusión en un campo de trabajo en Siberia. El escritor sabía de lo que hablaba. Había estado en el ejército desde 1942 hasta casi el final de la guerra. En el mismo año de su término, en 1945, fue detenido por 'delitos de opinión' y entonces empezó su viaje por distintas cárceles rusas hasta su liberación en 1956. Solzhenitsin había enviado una carta a un amigo de la infancia y en ella llamaba a Stalin «el hombre del bigote». Ése era su delito.El autor había nacido en Kislovodsk (Ucrania) el 11 diciembre de 1918, un año después de la revolución. De niño había mostrado una especial sensibilidad religiosa, que se desvaneció cuando a los 12 años entró en una organización paralela a las Juventudes Comunistas. De hecho, cuando le detuvieron en 1945, el autor aún se declaraba comunista ortodoxo. Pero las autoridades soviéticas no se dieron por enterados. El 'archipiélago' se refiere a una serie de centros penitenciarios que estaban distribuidos por la URSS, y el 'Gulag', al acrónimo ruso de Administración General de Campos. Para escribir su obra, entrevistó a 227 supervivientes y mezcló en ella partes de su vida con los testimonios recogidos y los hechos históricos, una combinación que dio como resultado un impactante fresco en tres volúmenes del terror soviético y de su máquina de aniquilar. Su publicación en París en 1973 le valió que le expulsaran de la URSS. Se exilió en un pequeño pueblo de Vermont, en el norte Estados Unidos, donde se dedicó a escribir, comer y dormir. Antes de que sus hijos marcharan de casa para acudir a clase, les obligaba a rezar por la liberación de Rusia.Su talla biográfica se alargó por sus tácticas para escapar de la censura soviética, microfilmando sus manuscritos y sacándolos al extranjero, y su causa concitó las simpatías de Graham Greene, Günter Grass, Yukio Mishima, Carlos Fuentes e incluso de Jean-Paul Sartre, cuyo espaldarazo le procuró más apoyos a la izquierda. Desde su vuelta a Rusia en 1994, se dedicó a interpretar el papel de iluminado que sabía el destino de la gran Rusia, lo que le valió más de un reproche por resucitar el nacionalismo eslavo. Escribió su obra al dictado de su vida, y la cantidad de detalles que cubren sus páginas le aúpan hasta la cima de la literatura de denuncia del siglo XX.

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