domingo, 24 de agosto de 2008

Chernóbil, mon amour

D os fechas: 26 de abril de 1937 y 26 de abril de 1986. Cuarenta y nueve años separan dos de los acontecimientos más trágicos de la historia del siglo XX. En la primera fecha, la Luftwaffe experimentó en Gernika una nueva y devastadora táctica: la guerra total. En la segunda, unos ingenieros irresponsables experimentaron con el reactor de la central nuclear de Chernóbil saltándose las normas de seguridad y provocando la mayor catástrofe nuclear en tiempo de paz.
En un mismo día de primavera coinciden ambas efemérides: el recuerdo de un acto criminal jamás antes visto; y un gigantesco homicidio colectivo por imprudencia. Los últimos testigos de la tragedia de Gernika van desapareciendo, aunque la memoria de la ciudad mártir no se apaga con sus vidas. En cambio, a las víctimas del desastre de Chernóbil las tenemos aquí, entre nosotros, aún infantiles.
Hoy mismo empiezan a marchar de regreso los niños de Chernóbil, tras dos meses de estancia acogidos por generosas familias vascas. Durante todo el verano los hemos podido ver en las playas guipuzcoanas, en el Aquarium, lanzando cometas en Orio, aprendiendo educación vial en Irun, en el parque de bomberos donostiarra, en el Guggenheim... Ellos son una mínima representación de los 600.000 niños alcanzados por las radiaciones.
Se calcula que desde 1986 han fallecido cerca de 100.000 liquidadores. Con este nombre se conoce a los bomberos, soldados, funcionarios y voluntarios soviéticos que combatieron durante varias semanas de 1986 en penosas condiciones; miles más quedaron inválidos de por vida. Su arrojo impidió que la tragedia fuera aún mucho mayor. En su memoria y homenaje, por toda Ucrania se ven monumentos en piedra o bronce. El de la foto se encuentra en la localidad de Ivankiv, a unos 40 km al sur de Chernóbil, y recuerda al vecino Viktor Kibenok, que fue uno de los primeros bomberos en entrar en el reactor a apagar el fuego. Apenas tenía 23 años cuando perdió la vida por efecto de las radiaciones. Su cadáver nunca fue entregado a sus familiares, para que no pudieran ver el estado en el que quedó.
Una línea imaginaria une Chernóbil con Gernika. Dos ciudades que luchan por que no se las olvide. Y aquí valen las palabras de Marguerite Duras en su Hiroshima, mon amour: «Igual que en el amor existe la ilusión de que nunca olvidaremos, igualmente yo he tenido la ilusión delante de Hiroshima de que nunca la olvidaré. Como tú, yo también he intentado luchar con todas mis fuerzas contra el olvido».
Al despedir hoy a los niños de Ucrania y Bielorrusia, también nosotros nos prometemos luchar contra el olvido de Chernóbil.

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