viernes, 22 de agosto de 2008

Cada uno por lo suyo

Es fácil asumir que la escalada de las tensiones entre Rusia y Occidente pueda significar el final de los borrosos años post Guerra Fría y abrir un nuevo reparto de las relaciones entre este y oeste, enmarcado en un antagonismo en blanco y negro con dos campos opuestos y rodeados por su propia esfera de influencia.
Pero fijémonos en cómo la crisis en Georgia está siendo recibida en las orillas rusas. La respuesta ha sido a menudo evasiva y, en ocasiones, sorprendentemente descarada.
Entre los países de los Estados Independientes de la Mancomunidad (CIS, en inglés), que hace 20 años eran partes constituyentes de la URSS y cuya lealtad hacia Moscú era automática, Rusia ha recibido poco respaldo.
Algunos estados de centro Asia han mandado ayuda a Osetia del Sur, pero en general la respuesta ha sido decididamente débil.
Para ser justos, Georgia también ha sido objeto de críticas. Pero lejos quedan los días en que Moscú podía confiar en que sus estados satélite defendieran sus decisiones.
Para los líderes rusos declarar que Rusia fue y siempre será el "garante de la estabilidad" en el Cáucaso ahora es tomar un riesgo pues podría repeler tanto como conseguir respaldos regionales.
Sus vecinos ahora son países independientes, cuyas prioridades ya no son agradar al Kremlin sino tomar ventaja de cualquier crisis, o bien preocuparse por los efectos adversos que una crisis puede conllevar.
Los intereses económicos primero
Azerbaijan, un vecino del Cáucaso de Georgia que cuenta ahora con la seguridad que da el ser productor de petróleo, ha respaldado sin ningún tipo de ambigüedad a Georgia.

Uzbekistán y Kazakhstán donaron ayuda a los refugiados de Osetia.Su principal preocupación es proteger de cualquier ataque ruso el conducto que se extiende desde Bakú, pasando por territorio georgiano, hasta llegar a Turquía.
Turkmenistán, también sin salida al mar y con inmensos campos de gas al otro lado del mar Caspio, tiene un gran interés en asegurarse de que el conducto de Bakú no sufre ninguna interrupción y Georgia sigue siendo un compañero estable en el que puede confiar.
Compite a la vez que colabora con Rusia como proveedor de energía porque no quiere ver amenazado ninguno de sus puntos de venta.
Armenia, la parte más meridional del Cáucaso, tiene aun más razones para alarmarse: cualquier conflicto prolongado en Georgia podría interrumpir todas sus rutas proveedoras.
Más hacia el oeste y más próximo a Europa pero aún en "el antiguo espacio soviético", ha registrado un giro en las respuestas gubernamentales aún más marcado.
La empobrecida Moldavia, en la frontera entre Rumania y Ucrania, tiene su propio "conflicto congelado" sin resolver desde los días del bloque soviético: el enclave separatista y fuertemente armado de Transdniéster, escindido de facto de Moldavia desde hace más de una década.
Esta semana, el presidente moldavo Vladimir Voronin acudió a la Unión Europea para pedirle ayuda en encontrar una salida pacífica a su estancamiento.
Ambivalencia ucraniana
En Ucrania, el presidente Viktor Yushchenko interpretó la intervención militar rusa en Georgia como una amenaza tácita. Ucrania es una aspirante a la OTAN y Rusia ha advertido repetidamente que su entrada a la organización es algo que no tolerará nunca.

Yulia Tymoshenko es una alternativa más satisfactoria para Moscú.
Así que el presidente Yushchenko fue rápido en aprovechar las circunstancias para definirse como el principal defensor del derecho de unirse a la OTAN y desafiar la presión rusa.
No sólo voló a Tiflis para ofrecer apoyo moral, sino que emitió un decreto para recordarle a Rusia que su flota en el Mar Negro utiliza, al fin y al cabo, un puerto ucraniano.
En el futuro, pidió, Rusia debe avisar con 72 horas antes de mover sus buques y, una vez más, habló sobre la posibilidad de que Ucrania no renueve la licencia portuaria rusa cuando ésta termine en 2017.
Pero adivinar cómo se desarrollarán las relaciones rusas con Ucrania no es tarea fácil.
En Kiev, el temor recae en que la impaciente población favorable a Rusia de Crimea pueda suponer un pretexto para otra intervención militar rusa. Los nacionalistas rusos que ven Crimea como un territorio históricamente ruso podrían utilizar cualquier excusa para lograr sus ambiciones.

Lukashenko viajó a Sochi para respaldar la decisión de Medvedev.Ciertamente, un choque entre Moscú y Kiev por Crimea posiblemente dividiría Ucrania en dos y daría lugar a un peligroso conflicto de extensas repercusiones. Pero el escenario más probable es menos dramático.
Rusia sólo tiene que esperar un cambio en la política ucraniana. El presidente Yushchenko puede ser un líder destacado pero su durabilidad a largo plazo no está garantizada. Los sondeos de opinión sitúan su popularidad por debajo del 10%.
Con las elecciones presidenciales dentro de 18 meses, el Kremlin bien podría confiar en que saliera elegida la actual primer ministro, Yulia Tymoshenko, más de fiar para Rusia tras haberse mantenido callada durante la crisis de Georgia.
Mezcla de señales desde Minsk
Pero quizás la respuesta más interesante haya venido de Bielorusia y su presidente, Alexander Lukashenko, en ocasiones descrito como "el último dictador de Europa".
Hace sólo algunos años, Rusia era un aliado tan próximo que se hablaba de una unión de los dos países, de manera que se podía esperar de él un apoyo a la actuación rusa en el Cáucaso.
Pero Bielorusia tuvo recientemente una serie de disputas con Rusia en relación con el abastecimiento de energía y ha empezado a mostrar más interés en potenciar sus contactos con Occidente.
La respuesta inicial de Minsk a la intervención rusa en Georgia fue decididamente ambivalente. Tanto que el embajador ruso allí llegó a expresar públicamente su desagrado.
El presidente Lukashenko viajó después a Sochi para reasegurar al presidente Medvedev que la operación militar de Moscú había sido realizada de forma "tranquila, inteligente y elegante".
Sorprendiendo a Occidente
Pero también dio pasos para despejar el camino para unas mejores relaciones con los EE.UU. y Europa.
En los últimos días, los últimos tres prisioneros políticos en Bielorusia fueron repentinamente liberados, convirtiéndose en los beneficiados de un inesperado perdón presidencial.
"Es muy significativo", dijo el embajador británico en Minsk, Nigel Gould Davies. "Por primera vez en una década, Bielorusia no tiene ningún prisionero político".
No obstante, aún no se ha escrito la última palabra sobre Bielorusia y Occidente: cuánto pueden mejorar las relaciones se determinará en septiembre, cuando llevará a cabo sus elecciones parlamentarias.

No hay comentarios: