domingo, 13 de julio de 2008

Vacaciones radiactivas

Por favor, sacúdanse los pies antes de subir al autobús para no meter partículas radiactivas en el interior", grita el director de la agencia SoloEast Travel, Sergei Ivanchuk, a sus clientes en la zona de exclusión de Chernóbil. No son bichos raros. En los últimos años, los viajes organizados a la planta nuclear ucraniana se han multiplicado. Según Ivanchuk, entre 3.000 y 5.000 turistas visitan el trágicamente famoso reactor 4 cada año.
El periplo dista mucho de ser un sentido homenaje a las víctimas del peor desastre nuclear de la historia. Chernóbil parece, 22 años después del accidente, un parque de atracciones más que un espacio para el duelo y la reflexión. La estrella del tour es la impresionante ciudad fantasma de Prípiat, fundada en la década de 1970 para acoger a los trabajadores de la central nuclear y hoy absolutamente abandonada. El paseo por la urbe es apocalíptico, entre cristales rotos y ejemplares del 26 de abril de 1986 del diario soviético Pravda. Los turistas, armados con cámaras de vídeo y fotografía, contemplan la noria de Prípiat, cuya inauguración estaba prevista cinco días después de la explosión; la vista desde la última planta del céntrico Hotel Polissia, invadido por los escombros; y el polideportivo, cuya vacía piscina olímpica pone los pelos de punta. Desde los balcones de las viviendas desiertas es inevitable imaginar a los 40.000 habitantes de Prípiat la noche del accidente, encaramados a sus ventanas para ver las llamas procedentes del reactor. Aquella noche todavía ignoraban la magnitud del desastre, ocultada por el Partido Comunista de la Unión Soviética, entonces dirigido por Mijaíl Gorbachov.
Evitar Chernóbil
El Ministerio de Asuntos Exteriores español recomienda a los viajeros en Ucrania evitar las "zonas de riesgo", como Chernóbil, Rovno y Ghmelnisky, las ciudades que acogen las principales plantas nucleares del país. Sin embargo, la radiación es, precisamente, una de las grandes atracciones del viaje. En todo momento, los turistas están atentos al pi pi pi del dosímetro de Ivanchuk, para fotografiarse con el aparato en el pico de mayor radiación. Teóricamente, a pesar de estar sometidos a una dosis en ocasiones 20 veces por encima de los niveles normales, los turistas no reciben una radiación mayor que en un paseo por la montaña o en el trayecto de avión desde su ciudad de origen hasta Kiev. Los voyeurs de Chernóbil reciben una dosis que varía entre 5 y 8 microsieverts al día, mientras que en un vuelo a 10 kilómetros de altura se perciben 5 microsieverts a la hora. Y un paciente que se haga una radiografía en un hospital recibirá entre 1.000 y 10.000 microsieverts en apenas unos segundos.
Para el radioecólogo ucraniano Sergei Gaschak, el problema no es la contaminación radiactiva, sino los moribundos esqueletos de hormigón de Prípiat. "Hay muchos edificios semidestruidos, agujeros escondidos en el suelo y un largo etcétera. Prípiat y las aldeas abandonadas no son lugares seguros ni parques de atracciones. Han ido destruyéndose de manera natural, gradualmente, día a día. Nadie puede garantizar al visitante que un edificio no se le derrumbará sobre la cabeza cuando esté dentro", explica. A juicio de Gaschak, del Laboratorio Internacional de Radioecología de Chernóbil, el incipiente turismo en la zona de exclusión es "un negocio un poco salvaje, basado en el principio de conseguir dinero hasta que sea imposible".
Las palabras del guía turístico a su grupo al llegar a Prípiat confirman la impresión del radioecólogo: "Las normas de seguridad dicen que no les deje entrar en los edificios, pero sé que han venido a ver dos cosas, el interior de las casas y la radiación, así que síganme".
Tras la excursión por Prípiat, los grupos de turistas se dirigen a Rossokha, el cementerio de máquinas radiactivas en el que se acumulan los centenares de camiones de bomberos, helicópteros y camiones militares utilizados en la batalla contra el fuego en el reactor. Hoy, un puñado de soldados vigila los vestigios de la catástrofe, a punto de ser devorados por la maleza.
El recorrido finaliza en el Bosque Rojo, el nombre dado a los pinos más próximos a la planta nuclear, que fueron estofados por la nube radiactiva, 30 veces más potente que la producida por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki juntas, hasta quedar de un color marrón rojizo. El guía siempre hace el mismo chiste mientras el pi pi pi de su contador Geiger se vuelve insoportable: "Háganme caso, no vengan al bosque con sus amigos a hacer un pícnic".
Hace 20 años, los periodistas occidentales y los agentes secretos de medio mundo se devanaban los sesos para burlar la seguridad soviética y entrar en la zona prohibida. Hoy, sólo es necesario comprar un billete de avión a Kiev y reservar unos 100 euros para adquirir una plaza en un tour al reactor 4 de Chernóbil. En 2004, una supuesta motorista ucraniana, Elena Filatova, contó al mundo a través de su web, www.kiddofspeed.com, que había conseguido colarse en el área de exclusión de la central. Sus fotografías dieron la vuelta al planeta y sirvieron para resucitar una catástrofe olvidada. Sin embargo, la hazaña de Filatova no fue tal. El perímetro de la central está custodiado por las fuerzas de seguridad ucranianas y es imposible eludir la vigilancia. La turista patrañera, simplemente, compró una entrada.

No hay comentarios: