sábado, 29 de marzo de 2008

Países postsoviéticos dejan de ver en la OTAN una alianza hostil. Nezavisimaya Gazeta

Los presidentes de siete países de la CEI, Rusia incluida, se darán cita en Bucarest a principios de abril durante la cumbre de la OTAN. Entre estos mandatarios figuran los líderes de naciones que tienen conflictos pendientes en su territorio, como es el caso Azerbaiyán (Nagorno Karabaj), Georgia (Abjasia y Osetia del Sur) y Moldavia (Transnistria). Todos ellos se muestran dispuestos a usar la tribuna de la OTAN para llamar la atención al síndrome post-kosovar en los países de la ex URSS. A juzgar por esta intención, se está produciendo un cambio de mentalidad en el espacio postsoviético: la OTAN, vista como organización hostil durante mucho tiempo, se vuelve atractiva.

El dirigente moldavo Vladímir Voronin fue el primero en asegurar que la próxima cumbre de la OTAN contribuirá a poner el punto final en el arreglo del conflicto en Transnistria. Voronin rehusó ofrecer detalles algunos pero aún así sus palabras no pasaron desapercibidas en Moldavia: el presidente apela a la Alianza que él mismo, en el año 2000, prometió no dejar avanzar hacia Kursk. La declaración de Voronin es todavía más llamativa, si recordamos el optimismo con que él comentó el otro día el plan del arreglo elaborado conjuntamente con la parte rusa.
Encuadra en el mismo contexto lo que dijo el jueves Iván Stavile, viceministro moldavo de Reintegración. Este funcionario se pronunció por que EEUU y la Unión Europea - actualmente, observadores en el proceso de las negociaciones sobre el arreglo en Transnistria - tengan el mismo rango que Rusia, Ucrania y OSCE, o sea, que asciendan a la condición de mediadores entre Moldavia y la República Moldava del Dniéster, dos partes en conflicto. Este reformateo significa que Rusia perdería su condición de garante y mediadora más importante para convertirse en una del montón. Las autoridades de Moldavia quieren resolver el problema de Transnistria sobre las condiciones que mejor les convienen, por lo cual intensifican los contactos con la OTAN para asegurarse un fuerte respaldo.
El presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, menciona diversas razones para asistir a la cumbre de Bucarest pero tampoco oculta la intención de sacar allí el asunto de Nagorno Karabaj. Lo cual es comprensible porque Azerbaiyán interpreta como victoria propia la reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre el conflicto de Karabaj pero se siente molesto por el hecho de que los copresidentes del Grupo de Minsk de la OSCE, entre ellos, Rusia, eludieron firmar este documento.
En cuanto a la perspectiva de la adhesión a la OTAN, Azerbaiyán no quiere imponerse pero sí va a examinar tal posibilidad en caso de que la iniciativa parta de la Alianza, según declaró en su momento Alíyev.
El mandatario georgiano Mijaíl Saakashvili quisiera recibir en Bucarest la invitación formal para el ingreso de su país en la OTAN. La obtenga o no, piensa plantear en la cumbre el problema de Abjasia y Osetia del Sur. El ministro de Exteriores de Georgia, David Bakradze, ya advirtió sobre la eventual escalada del conflicto con ambas repúblicas secesionistas en caso de que la Alianza diga "no" a las aspiraciones de Tbilisi.
El presidente de Ucrania, Víctor Yúschenko, también tiene cosas que decir en la próxima reunión de la OTAN. Yúschenko apoya a sus colegas de Georgia, Azerbaiyán y Moldavia - tres naciones que, junto con Ucrania, forman parte de la alianza GUAM - en lo relativo al arreglo de los conflictos latentes. Con todo, su objetivo esencial será conseguir que los miembros de la OTAN lleguen a un consenso sobre el futuro ingreso de Ucrania.
Inesperadamente para mucha gente, los líderes de Turkmenistán y Uzbekistán también han decidido viajar a la cumbre de Bucarest. Uzbekistán es un aliado de Rusia pero últimamente va volviendo poco a poco hacia posiciones pro-occidentales. El presidente uzbeco Islam Karímov mantuvo hasta hace poco una actitud fría hacia Estados Unidos y la Unión Europea a raíz de las sanciones impuestas contra su régimen en 2005, después de la represión de los disturbios en Andizhán. Desde hace algunos meses, Karímov manifiesta una lealtad sorprendente con respecto a las naciones occidentales, cambio que algunos expertos atribuyen al aplazamiento de sanciones por parte de la UE, así como al creciente peligro que emana desde Afganistán. Uzbekistán teme que la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva - alianza militar a la que pertenece junto con Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Rusia y Tayikistán - no tenga fuerzas suficientes para proteger la frontera uzbeko-afgana. Karímov quiere superar de forma definitiva el ostracismo por parte de Occidente y, de paso, prevenir un incremento excesivo de la influencia rusa. Taskent acepta negociar incluso la eventual vuelta de las tropas estadounidenses a la base militar de Karshi.
A Turkmenistán también le preocupa la situación configurada en Afganistán y los riesgos inmanentes. A diferencia de otros países postsoviéticos, Turkmenistán recién empieza a familiarizarse con Occidente, por no hablar ya de la OTAN. El presidente turkmeno, Gurbanguly Berdymujammédov, declaró el jueves que su país se ofrecerá para participar en las operaciones de paz desarrolladas por la Alianza.
La reunión de líderes postsoviéticos en la capital rumana demuestra de forma elocuente los cambios que se van operando en la CEI. Los ánimos en el marco comunitario se mueven hacia Occidente y un síntoma claro en este sentido es el creciente grado de confianza en las relaciones entre la OTAN y los países de la ex URSS.

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