miércoles, 26 de diciembre de 2007

Ser padres, la gran experiencia

En algunos países como Ucrania y Rusia las parejas viajan sin saber nada del que será su hijo
NATALIA SÁNCHEZ. Y la experiencia de adopción en los países del Este la aporta una madre que prefiere quedar en el anonimato y que subraya: «No es un camino fácil y no se eligen a los niños». Con posibilidad de tener hijos naturales, esta nueva pareja tomó la decisión de adoptar y, tras conocer el caso de otra familia, optaron por intentarlo en Ucrania. Tras las gestiones pertinentes, rumbo al país. «En el centro de adopciones nos asignaron un niño. Lo estuvimos viendo 15 días y luego nos dijeron que no era adoptable por un problema de una firma», recuerda la madre que añade: «Lo pasé fatal e incluso me propusieron otro niño, pero me negué: Era él o me volvía a España». Cuando se solventó la dificultad, sobrevino otra. En el papeleo se necesitaba un sello «sin el cual no podíamos pasar a la fase del juicio, porque en Ucrania las adopciones las aprueba un juez», explica. En lograr la estampación emplearon otros 20 días; el caso pasó favorablemente el juicio, pero luego cerró la oficina de emisión de pasaporte, por lo que «tuvimos que pedir ayuda a la Embajada de España porque el niño ya era legalmente mi hijo pero era súbdito ucraniano y no le dejaban salir», rememora su ahora progenitora, que indica que se le propuso dejar a su hijo en el país hasta que le dieran el pasaporte. «En esa situación mi hijo, de dos años y ocho meses, me dio la fuerza para seguir y luchar por él, porque ya llevábamos tres meses en Ucrania y mi marido se había tenido que volver a España. También debo gratitud a mi madre que vino con nosotros y permaneció a mi lado hasta que regresamos», explica emocionada. Pese al sufrimiento de la primera experiencia y ya con el pequeño en casa, la pareja decidió procurarle un hermanito. En este segundo proceso, la pareja inicialmente optó por efectuar la tramitación a través de una ECAI y hasta tuvieron doble expediente en Ucrania y en Rusia, es decir, toda la documentación necesaria para poder adoptar en cada una de las naciones. Finalmente «sacamos la documentación de Rusia, lo hicimos por nuestra cuenta y bajo nuestra responsabilidad, porque la Junta desaconsejaba hacer la tramitación por libre». El papeleo en Rusia es muy complicado porque la documentación va por triplicado, lo que les obligó «a localizar a una traductora y a hacer cuatro viajes: el primero para entregar documentación, el segundo para la asignación, el tercero para el juicio y el cuarto, a por el niño», señala la madre. Ella añade: «Tras conocer al niño lo pasé muy mal porque sabía que me tocaba esperar por el juicio mes y medio». Sabedora de la situación que le aguardaba, pidió los teléfonos de la directora y de la médico de la Casa Cuna, y en Zamora localizó a una persona que hablaba ruso para «semanalmente saber del niño».Con sus dos hijos ya en el hogar, la fémina afirma que lo que han hecho «es ser padres, unos padres que animamos a la adopción porque esos niños lo necesitan».Mónica y su marido se decantaron por la adopción tras intentar tener hijos naturales. «En un principio pensamos en China, pero no teníamos la edad mínima que pedían», sentencian. Tras contactar con otras parejas que adoptaban en Ucrania a través de Internet y luego en persona, en noviembre de 2002 iniciaron la tramitación. «Cuando lo hicimos no estaba reglado; no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar y ni sabíamos lo que nos íbamos a gastar. De hecho, tuvimos que pedir un crédito porque somos trabajadores». En abril de 2003, el matrimonio llegó a Kiev «sin saber si la persona que nos había ayudado en la tramitación había enviado a alguien a buscarnos y no hablábamos inglés ni ucraniano», rememora. El paso del tiempo no merma la emoción que siente Mónica al verbalizar que, en el Centro de Adopciones de Kiev, le asignaron un niño al que, cuando le conocieron en la Casa Cuna, «se le notaba algo muy raro, pero era nuestro hijo y sabíamos que corríamos el riesgo de que estuviera enfermo», asevera. No obstante, la traductora le empezó a hacer pruebas y la médico de la institución les dijo que no se lo podían traer a España por la situación en la que estaba y porque le quedaban unos seis meses de vida. ¿Le agradece su sinceridad?, a lo que Mónica asevera: «No, porque ese niño nos necesitaba, intentamos por todos los medios traerlo para operarlo, y nos negaron su adopción».Tras la situación vivida, el matrimonio zamorano desmoralizado, por el niño y porque el padre de ella estaba en la UVI por un infarto, volvió al Centro de Adopciones de Kiev donde le asignaron a un niño que llevaba en adopción tres días, tras el año de abandono que obliga el Gobierno ucraniano. «Era el niño más grande que había en la Casa Cuna y tenía una tripa como hinchada. Nos impresionó, aunque yo me había quedado con el otro niño, porque nos necesitaba tanto o más que éste», añade la fémina con tristeza en sus ojos. A la espera del juicio, que en la localidad en la que estaban no era rápido como en el resto de Ucrania, la jueza les pidió un requerimiento en el que la Junta se identificara como la Administración que tenía la competencia de "Menores" y «desde Valladolid se portaron muy bien con nosotros porque, sin ese papel, no podíamos avanzar» en el proceso, comenta Mónica. Los días pasaban y el matrimonio visitaba al niño a la espera del siguiente paso, pero para que se dictara sentencia «la jueza nos pidió dinero». A la tardanza se unía que la sentencia no era firme hasta un mes después «y tuvimos que regresar a España porque teníamos que trabajar», precisa. Transcurrido este período, la pareja retorna a Ucrania, «aunque gracias a unos americanos supimos de nuestro hijo. No sabíamos inglés ni ellos castellano, pero nos enviaban por email fotos para que viéramos cómo estaba». Un niño de 23 meses que cuando volvió a verlos «se enganchó a mi cuello y no quería soltarse», apunta la madre, y que al ver a su abuela paterna se abrazó a ella «como si la conociera de toda la vida». Ya escolarizado el pequeño «es un líder en su clase y un gran aficionado al fútbol», comenta su madre mientras muestra fotografías del niño. En las instantáneas además de una evolución física, porque vino con raquitismo, se percibe un cambio en la mirada: sus ojos han pasado de estar tristes a transmitir una gran alegría. «La vida nos ha mudado completamente», dice exultante de alegría, al tiempo que confirma que están a la espera de una adopción nacional «que esperemos que llegue pronto». Y en esa misma expectativa de ser padres se encuentran Rocío Lorenzo y Andrés Joaquín Gutiérrez, que enviaron los papeles para realizar una adopción en el Centro Chino el pasado mes de marzo. «Nos decidimos por este país porque conocimos a gente que lo había hecho», explica ella a lo que añade él: «Nos tuvimos que dar mucha prisa porque en mayo entraban en vigor unas normas que no todas cumplimos y que nos hubieran excluido», afirma Andrés Gutiérrez. El fue quien se encargó de todo el papeleo y «como sabíamos que íbamos contra el tiempo, hasta perdí varios kilos de peso». Ahora, conscientes de lo dilatado de la espera, intentan no desmoralizarse y perseveran en el deseo de tener un hijo.Adaptación e integraciónLa alimentación suele ser una preocupación de los padres al hacerse cargo del niño, sea por posibles alergias o porque no han probado nunca la leche, como les sucede los niños ucranianos a los que les dan té en vez de leche a raíz del desastre de Chernobil. Por lo general, la adaptación suele ser rápida, aunque Mónica reconoce que «le costó habituarse a la figura del hombre porque no había hombres en la Casa Cuna». Una adaptación que también pasa por la asunción por parte del pequeño de su condición de adoptado. «Sabe que es adoptada, que vino de lejos y para que lo vea con naturalidad, le leemos cuentos que hablan de un niño que viajó de lejos», explica Ana Scandella, a lo que otra adoptante agrega: «mi hija no ha hecho muchas preguntas. Ellos marcan el ritmo de lo que quieren saber». En la calle a veces «alguien que dice algo», reconoce María Jesús Quintas que tiene clavado el momento en que una señora le dijo «¿qué es eso?» y ella le contestó «es una niña y es mi hija». Una vez en España, las adopciones son sometidas a un seguimiento diferente, según el origen del pequeño. En el caso de la República Popular China las criaturas son supervisadas por la Junta que remite un informe al país originario al igual que sucede con Rusia, en tanto que en Ucrania los padres se comprometen a facilitar información en el consulado en España.Los padres consultados son conscientes de la sobreprotección que pueden ejercer y con cierta regularidad la Junta o los padres organizan cursos en los que les asesoran. Una formación que no hace que algunas mamás tengan un poco de miedo ante la adolescencia. Interpelados por los gastos económicos que conlleva el proceso, Marisa Andrés asegura que «fue un sacrificio económico pero asumible» porque «una adopción a China, con papeleo y estancia de dos semanas para arreglar los asuntos burocráticos y el viaje ronda los 12.000 euros», explican desde Andeni, aunque el coste es más incierto en otros países «pero lo importante son los niños», subrayan.

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