lunes, 13 de diciembre de 2010

El cariño llega de Ucrania

Valentyna regresó al internado de Klevan, en la región ucraniana de Rivne, en septiembre del 2007. Al mes siguiente, José Ramón Muñoz y Lucila Fernández cogían una avión para ir a ver a la que hoy es su hija de hecho. «Fíjate si nos enganchó», reconocen. Aquellos primeros tres meses de verano, que marcaron para siempre la vida de esta pareja vallisoletana y la de la niña, se han trasformado en un acogimiento sin fecha de caducidad con el objetivo de que esta muchacha, que cursa sexto de Primaria en el colegio Marina Escobar de Parquesol, pueda culminar su formación en España.
«Con lo bien que vivíamos nosotros y ahora esta mona nos ha cambiado la vida», dice José Ramón mirando a su niña con todo cariño de un progenitor. Cuando Valentyna llegó a Valladolid «no hablaba ni papa de español». «Se enfadaba con nosotros porque no le entendíamos; yo le decía a Luci: 'nos está llamando algo'», bromea el padre. A día de hoy, y después de un duro primer curso en el colegio para ponerse al día, la menor habla correctamente castellano y sigue sus estudios con total normalidad.
¿Cómo se porta tu familia española? «Muy bien», dice tímida esta niña, que ya es, como su televisivo papá, una experta en todo lo relacionado con los caballos. «Las dos primeras semanas aquí no le gustaba la comida y ahora no veas como le da al chorizo, al jamón y al lomo», tercia con sorna el cabeza de este fortuito clan vallisoletano-ucraniano. Porque, eso sí, Valentyna no reniega en absoluto de sus raíces, de su querido país.
La organización Ven con Nosotros tiene la culpa de este gratificante encuentro. Su labor desde 1994 ha sido traer niños de los orfanatos e internados de Ucrania para que pasen el verano con una familia española. Los hijos de la catástrofe nuclear de Chernóbil llegan a Castilla y León en su primer viaje con un estado físico muy bajo y una necesidad de cariño y de amor importante.
Alguien que se preocupe
Según explica María Jesús Cid, presidenta de la organización, de lo que se trata es que los chavales recuperen la forma física y, sobre todo, reciban lo más importante: el amor de una familia, de alguien que se preocupa por ellos. «Son como esponjas, lo absorben todo; nos dan mucho más a nosotros de lo que ellos reciben», coinciden José Ramón, Lucila y María Jesús.
Hasta ahora el grueso de las experiencias en estos 16 años de acogimientos es más que positivo y los vínculos que se crean son tan fuertes que llevan a ambas partes a mantener un estrecho contacto por teléfono y carta, incluidos paquetes con viandas y ropa con destino al norte, y a repetir visita año tras año. Otros, como José Ramón y Lucila o como la tesorera de la ONG, María Ángeles Blanco, son capaces de coger un avión para ver a sus niños, porque no pueden vivir sin ellos. En el último caso, María Ángeles tiene previsto volar a Kiev el 3 de enero. «Claro que estoy nerviosa, voy a ver a mi Inna», confiesa emocionada.
El miedo a la despedida o la consideración de que estos acogimientos suponen poner un caramelo en la boca de estos menores para en tres meses quitárselo son habituales. María Jesús lo tiene claro. «La satisfacción de haberle ayudado, de todos los beneficios físicos y psicológicos que se lleva y la posibilidad de darle a entender que puede contar con nosotros, que le vamos a seguir queriendo nos compensa el malestar no del adiós, sino del hasta pronto», subraya.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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