martes, 20 de julio de 2010

El papel de las mujeres en el holocausto rebasa viejas nociones

ERUSALEN.— En medio de los horrores del Holocausto, siempre han persistido las atrocidades perpetradas por unas cuantas mujeres brutales como aberraciones de la naturaleza.
Hubo notorias guardias en los campos, como Ilse Koch e Irma Grese. Y asesinas menos conocidas como Erna Petri, la esposa de un oficial de las SS y una madre sentenciada por matar a tiros a seis niños judíos en la Polonia ocupada por los nazis; o Johanna Altvater Zelle, una secretaria alemana, acusada de asesinato infantil en el gueto Volodymyr-Volynskyy en la Ucrania ocupada por los nazis.
La maquinaria asesina nazi fue un asunto indudablemente dominado por los hombres. Sin embargo, según una investigación nueva, la participación de mujeres alemanas en el genocidio, como perpetradoras, cómplices o testigos pasivos fue mucho mayor de lo que se había pensado.
La investigadora Wendy Lower, una historiadora estadounidense que hoy vive en Múnich, ha atraído atención a la cantidad de alemanas de apariencia común que voluntariamente fueron a los territorios orientales ocupados por los nazis como parte de la campaña bélica, a zonas donde ocurría abiertamente el genocidio.
“Miles sería un cálculo conservador“, indicó Lower en una entrevista en Jerusalén la semana pasada.
Aunque la mayoría no se llenó de sangre las manos directamente, los actos de las que sí lo hicieron parecían aún más perversos porque operaban fuera del sistema de campos de concentración, por iniciativa propia.
Los hallazgos de Lower arrojan luz nueva sobre el Holocausto desde una perspectiva de género, según expertos, y han subrayado aún más la importancia del papel de las categorías inferiores en el aparato nazi de asesinatos.
“En la literatura dominante sobre los perpetradores, no se encuentran menciones sobre mujeres“, señaló Dan Michman, historiador en jefe de Yad Vashem, de la Autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto en Jerusalén.
Lower, de 45 años, presentó su trabajo por primera vez en el taller de este verano en el Instituto Internacional para la Investigación sobre el Holocausto de Yad Vashem. Ha estado tratando de descifrar qué motivó a estas mujeres a cometer semejantes crímenes.
“Desafían tan profundamente nuestras nociones“ de lo que constituye el comportamiento femenino normal, señaló. Empero, el sistema nazi, agregó, “puso todo de cabeza“.
Lower dijo que trabajó muchos años en el Museo del Holocausto en Washington y ahora imparte cátedra e investiga en la Ludwig-Maximilians-Universitat en Múnich.
Empezó a viajar a Ucrania a principios de los 1990, a medida que se abrían los archivos soviéticos. Inició en Zhytomyr, a unas 75 millas al oeste de Kiev, donde el líder de las SS, Heinrich Himmler tenía su cuartel general en Ucrania, y donde encontró expedientes alemanes originales, algunos quemados en las esquinas, en el archivo local. Notó la frecuencia con la que se menciona a mujeres en los sitios del genocidio. Las mujeres también seguían apareciendo como testigos en investigaciones en Alemania este y oeste después de la guerra.
En un giro anómalo sobre el innovador libro de Christopher R. Browning, “El hombre común“, pareciera que miles de alemanas fueron a los territorios orientales para ayudar a germanizarlos, y brindar servicios a las poblaciones locales de origen alemán.
Incluyen enfermeras, maestras y trabajadoras sociales. Mujeres administraban las bodegas con pertenencias que les quitaban a los judíos. Se reclutaba a las alemanas locales para fungir como intérpretes. Y también estaban las esposas de funcionarios regionales, así como sus secretarias, algunas de su personal en sus lugares de origen.
Para mujeres de familias de clase trabajadora o granjas en Alemania, las zonas ocupadas ofrecían una oportunidad atractiva para superarse, señaló Lower.
Había hasta 5,000 guardias mujeres en los campos de concentración, que representaron cerca de 10% del personal. Se ahorcó a Grese a los 21 años por crímenes de guerra cometidos en Auschwitz y Bergen-Belsen; a Koch se la encontró culpable de participar en los asesinatos en Buchenwald.
En su libro, Browning hace la crónica del papel del 101 Batallón de la Reserva Policial Alemana, que ayudó proporcionando personal para eliminar a la mayor parte de los judíos polacos en un año. El libro menciona a una mujer, la joven novia embarazada de uno de los capitanes del batallón de policía. Fue a Polonia para una especie de luna de miel y salió con su esposo a observar el desalojo de un gueto.
Sólo de 1 a 2% de los perpetradores era mujeres, según Lower. Sin embargo, en muchos casos, las alemanas estaban muy cerca de donde ocurría el genocidio. Varios testigos describieron banquetes festivos cerca de los sitios de los tiroteos masivos en los bosques ucranianos, en los que las alemanas proporcionaban refrigerios a los escuadrones de tiro cuyo trabajo podía durar días.
Petri estaba casada con un oficial de las SS que administraba una propiedad agrícola, completa con casa principal y esclavos en Galicia, en la Polonia ocupada. Después confesó haber asesinado a seis niños judíos de 6 a 12 años. Se topó con ellos cuando paseaba en su carruaje. Tenía dos hijos y 25 años en ese entonces. Casi desnudos, al parecer, los niños judíos se habían escapado de un vagón de ferrocarril con destino al campo Sobibor. Los llevó a su casa, les dio de comer, los llevó al bosque y le disparó uno por uno.
Dijo a sus interrogadores que lo había hecho, en parte, porque quería demostrar su valía ante los hombres.
La juzgaron en Alemania del este y cumplió una sentencia de por vida.
Altvater Zelle fue a Ucrania soltera, de 22 años, y se convirtió en la secretaria del comisario de distrito, Wilhelm Westerheide. Sobrevivientes la recordaron como la notoria Fraulein Hanna, y la acusaron, entre otras cosas, de aplastarle la cabeza a un infante contra la pared de un gueto y de lanzar a niños a su muerte desde la ventana de un hospital improvisado.
Testigos la describieron de cabello rubio corto y rasgos masculinos. Usaba pantalones, notaron, y le gustaba montar a caballo. De regreso en Alemania, Altvater Zelle se casó, se convirtió en trabajadora social para jóvenes en Minden, su ciudad natal, y adoptó a un hijo.
Se aniquiló a unos 20,000 judíos en la región de Westerheide. Se lo juzgó a él y su leal secretaria dos veces en Alemania del oeste, a finales de los 1970 y principios de los 1980. Los absolvieron las dos veces debido a contradicciones que surgieron en los testimonios de los testigos, recopilados durante 20 años, el ex fiscal en jefe del caso le dijo a Lower.
Un sobreviviente, Moses Messer, dijo que vio a la mujer a la que conocía como Fraulein Hanna aplastar al infante contra la pared hasta matarlo. Le dijo a abogados en Haifa, Israel, a principios de los 1960: “Semejante sadismo en una mujer, nunca lo había visto. Nunca olvidaré la escena“.
Lower conoció a la hija de Petri, quien murió en 2000, en una pequeña aldea en la ex Alemania del este. Este verano, encontró en los archivos de Yad Vashem una fotografía poco común de Altvater Zelle, a quien los testigos habían descrito como una especie de marimacho.

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